el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

viernes, noviembre 24, 2006

“Desearía poder oír a Madeleine Peyroux”


Por: nagisa ni te.

Asumo que me he vuelto loco. La música que escucho no viene de ninguna parte. Mi cabeza, de una u otra forma ha comenzado a producirla… o- quizá- más probablemente a reproducirla; escucho, desde el terminar del tiempo que podía medirse por canciones el constante inagotable aleteo indietrónico: zumbando sobre mi cabeza como adjetivo de mi sanidad; replegándose en el aire y girando todo el tiempo para regresarse de uno a otro de mis tímpanos al descubierto por el irritante hecho de que a las camas, hoy en día, se les haya diseñado solamente un lado.- mi reino en un momento como éste por haber logrado emparedarme toda la cabeza con un solo colchón-.
Y esta, se mueve tan rápido de un lado hasta el otro recorriendo y saturando los momentos silenciosos, que me parece imposible como logra estructurarse en ruidosas trompetillas de sílabas sintéticas, componiendo piezas de tan sólo repetirse, repetirse, repetirse, repretirse y cambiar inapreciablemente
recuerdo haber visto alguna vez a un escarabajo justo haciendo eso; fue de las mejores formas que pasé una noche en que todos bailan y uno distanciado continua con sus recuentos de por que bailar es inapropiado; entonces, observando hacia el final del cuarto recuerdo haberlo visto tropezando; un bicho minúsculo frente a la pared, como nota perdida tambaleándose en la línea desde un lado hasta el siguiente.
Ahora, como la pared era muy grande y el escarabajo lento, corto y muy pequeño, miré excitado a la espera que alcanzara por fin el otro lado, casi ansioso de saber el propósito en trasfondo a tan ardua tarea. Cuando llegó, chocó simplemente contra la pared dando media vuelta y recorrió de nuevo el camino antes transcurrido. Así, una y otra vez chocaba y regresaba y recorría lo mismo invariable. En el momento creo que lo encontré conmovedor, sólo alguien desde fuera podía saber que caminaba en círculo, trazado (con el perdón de la geometría) en una línea de concreto abierto
Ahora, en un cuarto y una noche diferentes en que al final de ambos caminos hay –curiosamente- un lugar al cual llegar: la cámara interior de mis oídos; imagino al pobre bicho redoblando esfuerzos sobre-excitado por colarse entre alguna de mis cavidades y ahí quedarse. Yo por supuesto, No pienso dejarlo.
Escucho esta música…éste aleteo, por ya hace suficiente tiempo
no nítidamente como si existiera, como si en algún momento mis oídos se hubieran vuelto locos y perdido el hilo que nos lleva desde el ruido que escuchamos hasta los objetos donde se produce; no, hace varias horas que cansado por esta inagotable falta de silencio mis nervios comenzaron a fallar; así, que alargué mi brazo sin poder seguir pensando que al sepultar mi cuerpo en la inmovilidad bajo de las cobijas lograría acallar aquel escándalo inproveniente, y arrojé furioso entonces la almohada sobre mi cabeza que sellaba como cobertera mi anhelado entierro: Graciosa, ligera, e inconvenientemente lenta en su girar por el aire miré a la almohada perfilarse en su parábola perfecta contra el objeto de posibilidades más escandalosas al que pudo haberse apuntado. Horrorizado, fui me estremeciendo como por pequeñas muertes a cada reverencia de los trescientos sesenta
GIRO Parada sobre mi mesita esa horrible enorme jarra.
Dios, nunca debí haberla comprado; pero, esa nariz respingada y su gigantesca panza, era imposible que no me recordara a alguna dulce y prematura novia.
Dos giros más y entonces el impacto se volvería inminente, tapé mis oídos con mis manos desesperado, mas no cerré mis ojos. GIRO. En el momento en que la jarra cayera al piso el problema estaría resuelto, hasta ahora no había tenido el valor para comprobarlo, pero –creo- había asumido como implícito en los síntomas de mi padecimiento que me había quedado sordo. Si escuchaba un mismo ruido todo el tiempo que no venía de ninguna parte, ¿por qué habría de escuchar todo aquello que saliera de hecho de las cosas? GIRO. Un último giro antes de saberlo, cuando la jarra cayera a pesar del gran estruendo yo no habría escuchado nada. GIRO. Entonces El cristal tronó en quienmil pedazos al momento del impacto, tan sólo cerré a tiempo mis ojos para no tener que ver mutar el instante último de la forma de novia embarazada adoptada por la jarra, adoptada antes por el vidrio antes de estrellarse contra la pared y desformarse. El cojín elegante hasta el final golpeó furioso en un tiro certero. La lluvia de fragmentos sobre el piso fue inevitable, pero a pesar de todo, a pesar de mis esfuerzos apretando mi cabeza, un ligero CRASH logró colarse aun de mis manos sobre mis oídos encerrando el aire.
Sin duda, esto lo cambiaba todo,
La música en alguna parte no había parado; pero… me di cuenta por primera vez de que esta no era real, el sonido del impacto había venido justo de dónde venía y debería venir - resonando todavía dentro en mi cabeza-. Sonando, hasta eso, con cierta prioridad sobre la desvaneciente música.
Cuando el crash quedó olvidado volvió entonces como era de esperarse; sonando todavía con la misma intensidad de antes. Pero un cierto algo de esperanza se me metió lo suficiente para sacarme de la cama, quería saber que no había habido coincidencia. Casi por reflejo seguía sacudiendo el aire sobre mi cabeza mientras caminaba, quería ver en que momento se espantaba aquello y yo me ahorraba el viaje para volver a la cama.
Debo confesar que a pesar de todo, una ligera mejoría se había llevado a cabo en los últimos minutos dentro de lo que escuchaba; aunque débil, alcanzaba a reconocer una voz chillona como de cigarra en compañía de los instrumentos, una música más suave se escuchaba sin alterarme tanto como la anterior; quizá, me hubiera resultado casi hipnótica o arrulladora de no haber sido por que si mi cuerpo exigía algo, era ya nunca más ruido. Me senté en el piso de mi cocina y comencé a sacar de los cajones cosas que pudieran serme útiles: una cuchara, mis mejores cacerolas y mis platos de visita por ejemplo.
Copas de cristal, fruta de diversos tamaños y colores y un vaso de leche- como me es tan necesario siempre que me duermo tarde- fue lo último antes de empezar con el experimento.
Tomé primero la cuchara y la observé sin reparar en los cuidados, era una cuchara perfecta, presumiblemente de latón y con la espalda arqueada adecuadamente. Si hubiera tenido debajo uno de esos cojines que las mujeres en la antigua Grecia usaban para practicar el sexo no habría sido mejor. La profundidad de su cabeza también era muy adecuada: perfecta para comer, perfecta para hacer sonidos. Esto me resultó un gran alivio, ya que de haber tomado por descuido una cuchara defectuosa hubiera tenido que pararme de nuevo por una mejor. Y esta música, por si fuera poco, con las alturas siempre gana fuerza.
Tomé al mismo tiempo que escuchaba algo creo que en italiano mi mejor cacerola- la de los guisos finos por supuesto- y la preparé paralela a la cuchara y paralela al piso con una distancia entre ambas de aproximadamente un codo. Respiré hondo, evité seguir el coro y entonces;
“POC”, la cuchara la golpeó reverberando el pequeño eco en mi brazo y mis oídos un segundo. Dios, por un glorioso segundo todo había terminado. Sin perder más tiempo tomé un montón de copas de cristal y las tiré en el suelo en distintas posiciones: “CLINK”, sonó primero muy discreta la cuchara y de nuevo:
“CLINK”, “CLINK”, “CLINK”, “CLINK”, “CLINK”, “CRASH”
-Un poco demasiada fuerza quizá, puede que las copas no sean el instrumento necesario.- dije en voz de lo más alta. Para que la música parara era necesaria fuerza; decidí entonces cambiar a la sandia y el resto de las frutas pero pronto me cansé de ellas, pues para disfrutar de sus reacciones era necesario que estuviera mi cabeza siempre pegada a su cubierta, de otra forma el sonido a hueco era casi imperceptible.
Agotadas las frutas y las copas decidí pasar por fin a las cacerolas- mi mejor carta por cierto- la crudeza del sonido en estas era lo que mejor mitigaba el dolor del ruido. Pero también, cada vez era necesario tocar todavía más fuerte. Si no, la música se acostumbraba y volvía a tomar papeles protagónicos dentro de la voz de mi conciencia. Cada vez con más intensidad seguía azotando la bataca en mi mano contra los fondos panzones de mi batería de cocina.
“BANG” -finalmente el golpe fue tan fuerte que logró doblarla por completo dejándola inservible. Carajo, no había tiempo que dejar pasar, si me hubiera demorado un momento en pesar en soluciones para seguir tocando, la música que parecía cada vez más un esbozo hubiera regresado. Arrojé el cuerpo caído en batalla y desprovisto de otra arma comencé a azotar furioso y a la usanza de los platos de una orquesta un sartén muy a la mano y la olla anterior.
¡BANG BANG BANG BANG BANG BANG BANG BANG BANG! ¡milagro! la música ahora era inaudible, el estruendo en el cuarto era tal que no me permitía escuchar. Mis fosas nasales aspiraban gota tras gota de sudor en cada jadeo y mis manos me temblaban todo el tiempo aún sin estar golpeando; estaba absolutamente exhausto pero no importaba
Dediqué tan sólo un segundo para descansar. No me molestaba que mis palmas estuvieran rojas y varios de mis dedos llenos de ampollas. No recordaba el último momento en que había sentido tal sosiego. Tras apenas dos respiros decidí empezar de nuevo sin pensarlo; posicioné tanto la olla como la sartén y en un movimiento prodigiosamente rápido intenté volverlos uno. Ya podía saborear el sonido inundando mi garganta, ya podía visualizar efecto a golpe tan perfecto. Cerré mis ojos y esperé:
TOCK TOCK TOCK TOCK TOCK, TOCK
¿Tock tock tock tock tock, tock?- pensé, algo ahí no estaba bien. Seguramente algo había malentendido, así que intente de nuevo. Mismo procedimiento, doble de cuidados, doble de atención. Me perfile de nuevo y ahora….
“TOCK TOCK TOCK TOCK TOCK, TOCK”, otra vez. No entendía como esto era posible por más que buscaba explicaciones. Quizá finalmente la música lo había logrado. Me había vuelto loco y no existía remedio a mi padecimiento. Otra explicación era sencillamente irracional, digo, no había forma posible en que al golpear dos objetos de metal vigorosamente, el sonido que se recibiera fuera tock tock tock tock tock, tock. Mmmm.
“TOCK TOCK TOCK TOCK TOCK, TOCK”, -¡Puta Madre, son las dos de la mañana! ¿Qué tan difícil es? El edificio quiere dormir, nos harías el puto favor de callarte y dejar el concierto alternativo para tu puta cabeza. – la voz que venía de afuera vacilo un momento -¡PENDEJO DE MIERDA!- esta vez, definitivamente sonaba satisfecha.
Nunca lo hubiera imaginado, que vergüenza. ¿Pero ahora que podía hacer? -¿Qué puedo hacer?- grité tímidamente -No logro dormir.
-¡Pues escucha el puto radio o llama por teléfono a tu puta madre! A mi me vale un pito pero cállate.- Se oyeron pasos a lo lejos e intuí que se marchó. ¿El radio? Claro, como no lo había pensado. Busqué el radio. Me pregunto que pasaría cuando lo prendiera, ¿Serían acaso ambas músicas tan diferentes que me lastimaran?, ¿Chillarían en sentidos opuestos descontrolando mis oídos? O quizá, por una agradable coincidencia coincidieran ellas y no tuviera que seguirlas escuchando. Continué buscando, mi radio era muy viejo y no estaba seguro en donde encontrarlo. Tan fácil y tan difícil, la música en el radio raramente es para escucharse y yo complicándome con soluciones. Lo encontré y lo conecté. Nada, el aparato estaba muerto. Quizá, pensé sin convicción, esta era su venganza a tantos años en desuso, a su trágica muerte y su alma sin entierro. Pero aunque esto hubiera sido cierto no importaba, la opción de usar el radio sin duda quedaba descartada, y la música, una vez más volvía a tomar fuerza. ¿Qué hacer? Creo que era claro. Dejaría a los vecinos que durmieran un rato, y luego- tan sencillo- sería cosa de intentarlo nuevamente con el ruido.