el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

lunes, noviembre 27, 2006

Y escuché nombrar a Borges

Por: Bandaoriental

A la una de la tarde la voz de Omar De Feo nos ponía al tanto, en media hora, de todo lo que pasaba en el Uruguay y en el mundo. Bueno; en el mundo a secas, porque, después de todo, el Uruguay también está encima de él. Era el tradicional Radioinformativo Carve de la hora 13.
Se sucedía casi un rito. La radio, un habitante más de la casa, acompañaba sin impedir que cada cual siguiera haciendo lo que tuviera que hacer.
Épocas en que la Mujer, por lo general se quedaba en casa. Y no era que la Mujer se quedaba en la casa porque no trabajaba. Por el contrario; a las tareas comunes y no pocas del hogar, se le agregaban extras.
En mi caso, mejor dicho el de mi madre, se le sumaban las agujas de tejer y el pedal de la máquina de coser.
De ese rito radial, también participaba el adolescente que era yo con mis catorce años, a esa hora ya vuelto de un liceo que por entonces sólo tenía actividad por la mañana.
El noticiero servía, aunque suene contradictorio, de aperitivo auditivo de sobremesa. Rigurosamente se almorzaba a las 12 —el viejo, a la una, tenía que estar de vuelta en la ladrillera— aunque estoy seguro de no equivocarme si digo que, fueran cuales fueran los oficios, permitían que esa como otras costumbres se cumplieran en horario con regularidad. El ritmo de la vida era otro.
A no irnos de tema porque apenas el informativista terminaba el cóctel de noticias con una pizca de: Renuncia de ministro, sin azúcar, porque escaseaba y se vendía racionada; una gota de precios de las entradas para el próximo clásico en el Centenario; sacudido por un tal Lubumba y un Congo belga que quería ser independiente y, el toque final, que no era una cereza precisamente. Aquella frase que, a cada cierre del informativo, sonaba como una letanía: “Continúa clausurada Radio Stentor de Asunción, Paraguay”, enseguida llegaba el Radioteatro.
La Lyon —esa era la marca de aquella caja parlante de mi casa— quedaba pronta para recibir un nuevo capítulo.
Curiosamente y nada más que como acotación al margen, el aparato en su forma no era de las tan populares modelo capilla sino que, para definir su porte físico, puedo decir que era rectangular o, mejor, para precisarlo correctamente en términos geométricos: paralelepípedo recto, aunque con los extremos delanteros superiores redondeados y que, en un período de la vida donde no era común estar pendientes de decibeles, potencias, baffles y no sé cuántas cosas más, desde su caparazón de madera sonaba como los dioses.
A través de esa Lyon la voz de don Carlos Solé me hizo vivir lo que para mi, fue una de las conquistas más grandes del fútbol uruguayo. Ojo; y aclaro antes, soy “bolso”(1) pero, lo que es, es, y no hay tu tía.
Se jugaba, en el estadio Nacional de Chile, en tercer y definitivo partido entre Peñarol y River argentino, la final de la Libertadores del año ’66. Cada uno había ganado como local. Ya que estoy, digo que si no me equivoco, fue también la vez que, cuando jugaron en Núñez, Peñarol casi llega tarde al partido porque el ómnibus que lo tenía que llevar hasta el Monumental —se comentó que de ex profeso— no fue a la hora convenida y los jugadores y el resto de la delegación, se las tuvieron que arreglar como pudieron, contra reloj, viajando en taxi.
Pero ya estábamos en la noche de Santiago. La voz de don Carlos Solé decía a través “de las ondas de CX 8 Radio Sarandi y la cadena de emisoras debidamente autorizadas para tomar éstas narraciones” que River ganaba 2 a 0. Los de la franja roja se floreaban. Amadeo Carriso, el arquero argentino, agrandado, fanfarroneaba parando la pelota con el pecho.
La cuestión es que cuando el árbitro pitó el final del partido, la cosa estaba 2 a 2 y había alargue.
Si no recurro a las crónicas de la época o a algunos apuntes históricos, con sinceridad no me acuerdo de quienes hicieron los goles. Recuerdo lo global aunque, vaya paradoja, sí puedo recitar de memoria la integración de Peñarol: Mazurkiewikz, Lezcano y Varela; Forlán, Goncálvez y...,. Es que por aquel entonces, los equipos jugaban temporadas enteras con los mismos jugadores. Las variantes eran mínimas aunque, a decir verdad, me parece que esa vez jugó Nelson Díaz por el paraguayo Lezcano.
No era como ahora que, partido a partido, entran poco menos que once diferentes y hay quienes ni siquiera terminan un campeonato en un mismo club porque los venden antes.
El asunto fue que se vino el alargue y, de ahí para adelante, fue todo de Peñarol. Los aurinegros terminaron ganando 4 a 2. El último gol, de ese sí me acuerdo, fue de Pedro Virgilio Rocha, de cabeza. También me acuerdo clarito, cuando la carrasposa voz de Solé, desde más allá de los Andes, después del cuarto gol de Peñarol, redondeaba su relato diciendo, palabras más, palabras menos: “Está ganado este campeonato. Y ganado, si ustedes me permiten esta expresión poco académica, ganado a lo macho!”
Dicen que los hinchas de Peñarol le cantaban al arquero de River: “Amadeo, Amadeo, ¿dónde está que no te veo?”
Alguien podrá decirme: ¿Y la del 50’ en Maracaná?
Es que yo no era nacido, aunque haya quien piense lo contrario. Y antes que también me lo recriminen, de aquel famoso partido contra Hungría en el ’54, tampoco me acuerdo porque era muy chiquito.
Después hubo algunos otros. También de Nacional. Se vino la tele. Y la propia edad que nos hace regular todo de otra manera. En fin...
Pero, qué tanto, si esta no es una crónica deportiva y teníamos sintonizada la radio para escuchar “la novela”, tal cual se la definía genéricamente sin distingos de estilos o formas teatrales—literarias. La que hacía agudizar la imaginación retratando en nuestras fantasías los rostros de las damitas y los galanes. Sólo la voz y los efectos especiales hacían vibrar hasta las lágrimas a más de uno. Así transitaban por distintos puntos del dial; espadachines, gauchos matreros, malevos, personajes célebres, piratas, detectives, príncipes, ciudadanos acaudalados y muchachitas humildes. Y entre choques de espadas o facones, a punta de pistola o con una simple llamada telefónica, se secuestraba a la princesa, se robaba el botín, se defendía a la paisanita, se creaba la intriga o se declaraba el amor.
Peleas encarnizadas, galopes de caballos, pasos misteriosos, cartas enigmáticas, besos apasionados.
Besos... a los que cada cual imaginaba a su manera. Eso sí, siempre fogosos.
El “Te amo” de la estrellita de turno o el galán, era suficiente preámbulo para darle pie al narrador que, al compás de la música de fondo, se encargaba de adornar con lujo de detalles, la escena del abrazo apretado, la caricia ardiente y el encuentro esperado de los labios, que hacían erizar a los escuchas hasta el rubor, mientras y según fuera la hora, las agujas de tejer, la escoba, el pedal de la máquina de coser o el secador de vajilla —que no era automático sino un simple repasador de tela con el dibujo de unas tajadas de sandía— quedaban brevemente suspendidos, hasta que la voz del presentador rompía el hechizo avisando que el capítulo: “Continuará mañana”.
Las mismas “novelas” que, con el girar de la perilla, hacían que a lo largo de tarde y noche, se fuera cruzando, simbólicamente, el río de la Plata. Dada a la privilegiada ubicación geográfica de mi pueblo que permitía captar a las emisoras sin ninguna dificultad, del capítulo de turno en una radio uruguaya se pasaba al “a ver cómo sigue la de radio tal de Buenos Aires”. Y así sucesivamente.
Los radioteatros eran parte importante de las programación de las radiodifusoras o broadkastings como todavía se les solía definir por aquel entonces.
¡Qué sorpresa cuando en alguna revista, aparecían los rostros de quienes eran estrellas de la radio! Por lo general la realidad nunca coincidía con los que, a través de la voz, habían sido imaginados.
Siempre, en el primer impacto, había cierta desilusión.
—¡Ay, mirá! Yo me lo imaginaba más “churro”. — dicho con un tono de por qué diablos se me atravesó esta revista y una mueca de ojalá nunca le hubiera visto la cara.
La imaginación...
Aunque nunca faltaba la veterana que, justamente por tener más años, ya tenía más o menos imaginadas todas las caras o no tenía demasiada imaginación o cualquier cosa le parecía lindo, que retrucaba: —Nena, la verdad que es buen mozo. Tal vez en la casa, no le impostaban la voz para decirle: —Mamarrachito mío.
“La novela”. La que también un día quedó con el capítulo sin emitir. La triste realidad superaba a la ficción.
Una banda de pistoleros había robado en Argentina “una cuantiosa suma huyendo para el Uruguay, donde también han perpetrado sangrientas tropelías”.
Tres de los cuatro malvivientes, se habían atrincherado en un apartamento del edificio Liberaij de Montevideo.
Sí, esos mismos por los que en la garganta del “Canario” Luna, pregunta Jaime Ross en su Brindis por Pierrot: “Qué será de los porteños/ ocupando el Liberaij/ la,la,lara,la,la,la,la/ lara,la,la,la,la,la,la...” y que después fueron llevados al cine en “Plata quemada”, la película basada en el libro de Piglia.
Por entonces no se estilaban los equipos móviles como ahora en que los medios trasmiten desde exteriores a cada rato y por cualquier cosa, pero el hecho ameritaba la continuidad informativa. La obligación periodística hacía que estuviera allí donde la policía se batía a balazos con los rufianes atrincherados. El informativo se extendía. La programación se alteraba. Fue en noviembre del ’65. Dieciséis horas duró el episodio real que hizo que por esta vez, “la novela” quedara a un costado. Estas balas no sonaban haciendo chocar dos tablas, artilugio al que apelaban los encargados del sonomontaje y efectos especiales de los radioteatros. Estas eran de verdad. Y los muertos también.
Entre la ficción y la realidad, adonde he ido a parar con mi cháchara. Sí yo apenas quería comentar de la primera vez que escuché nombrar a Borges.
A ver; sintonicemos mejor y pongamos atención al anuncio: “Después del Radio-informativo Carve de las 13, no se pierda la actuación estelar de Juan Casanova y Violeta Ortiz, en un nuevo capítulo de la versión radiofónica basada en la obra de Jorge Luis Borges, El hombre de la esquina rosada”.

(1) Bolso: Término con el que en el Uruguay se califica a los parciales del Club Nacional de Fútbol, rival clásico del C. A. Peñarol.


Wandolar, el de la voz de terciopelo

Por: CAORSE

Ahí, sin más razón que presumir su voz, comenzó a hablar y a poner canciones en el tocadiscos como si estuviera en la cabina de la radio. Los hombres apenas si lo volteamos a ver, pero Rosa Mapacha y Rosa Lucas no le quitaban los ojos de encima y lo escuchaban embelesadas. ¡Qué coraje me dio!, pues las Rosas luego luego de ofrecidas hasta una botella de aguardiente le invitaron, cuando a mí, que me decían que era su mejor cliente, ni una cerveza me fiaban. Como se rieron de mí el Piteco y el Gordo Gelo y hasta burla me hicieron que las Rosas me hubieran cambiado por otro gallo.
Maldito locutor de segunda, desde su llegada al pueblo puros problemas me había ocasionado. Ya ni la Evangelina Chichistiesas me quería hacer caso, dizque porque no era tierno y cariñoso como él, ni tengo voz aterciopelada.
Por eso cuando lo dejaron sin su fuerza y comenzó a cambiarle la voz, hasta me emborraché del puro gusto.
No es que le tuviera envidia, pero, ¡coño!, lo trataban como si fuera mi mero idolazo Pedro Infante, nomás porque era locutor de radio. ¡Ni que fuera artista! Eso sí, a las diez de la mañana estaban todas pegadas a la radio para escuchar su voz dizque varonil diciendo: “XEGF, Radio Fiesta, en el 7-40 de su radio, transmitiendo con 740 kilohertz de amplitud modulada desde Tecolutla, Veracruz, la perla del Golfo. Les saluda su amigo Wandolar Siempreviva y esto es... complacencias musicales. Bueno, sí, quién llama...” Y ahí estaban todas mandándole saludos y dedicándole canciones. Viejas pendejas, si el programa era para que le dedicáramos canciones a alguna amiga, novia o a quien tuviéramos gusto, pues; no para que le estuvieran mandando saludos las dos pinches horas de las “complacencias musicales”. Uno quería hablar para dedicar una canción y nunca podía porque siempre estaba el teléfono ocupado. Por eso que bueno que le pasó lo que le pasó.
Una noche coincidimos en el Triángulo de las Bramudas y con tres copas que se había echado entre pecho y espalda, presumía a gritos que en toda la pinche región no había ningún mendigo locutor que tuviera su voz y mucho menos lo que le colgaba en medio de las piernas. Ganas me daban de pararme de la silla y darle sus madrazos por hablador, pero nadie pudo demostrarle lo contrario, pues Rosa Mapacha dijo con seriedad que Wandolar encuerado se parecía al tripie que usa Nahu para sostener la cámara con que retrata novias y quinceañeras.
¡Ah como me caía gordo escucharlo!, pero lo que sea de cada quien ponía buena música en sus dos horas de “complacencias musicales”. Yo un día le dediqué “Luces de Nueva York” a la Tomasona Cruz y ya me andaban golpeando sus hermanos, dizque por difamación de honor. ¡Qué abusivos!, como si no se supiera en el pueblo de los andares de la Tomasona. El Cañasmiadas dice que a él lo trataba como rey y hasta le regalaba las cervezas. Vieja gorda, desde que la dejó el Torcuilo anda más ganosa que las solteronas Ferral. Yo creo que fue ella la culpable de la desgracia de Wandolar, pues junto con doña Aniv de la Rev Saqui organizó el “club de admiradoras de Wandolar Siempreviva, el de la voz de terciopelo”.
Wandolar se dejaba querer y en la calle se pavoneaba más que los guajolotes que cría doña Petra Salas. Ni él se la creía, qué iba de su oficio de carnicero a locutor de radio, pero como el sueldo que ganaba en la radio todavía no le ajustaba para cumplir con todos los compromisos que le exigía la fama, por la tarde atendía a regañadientes su carnicería. Doña Marije, su mujer, nomás lo miraba cuando despachaba lomo o diezmillo porque las muchachas de merecer hasta hacían cola aunque fueran sólo por medio kilo de bisteces.
Yo de puro coraje me volví vegetariano con tal de no comprarle ni diez gramos de carne porque Rosa Mapacha apenas si me saludaba y Rosa Lucas no paraba de hablar de Wandolar. Y cómo no, si les invitaba el trago, pagaba la música y las llevaba a pasear en lancha por el río y los esteros, antes de terminar en el hotel de Nasta, la que renta camas muy calientes y cobijadas.
Algunas solteras que por ahí andaban y varias casadas, pero malqueridas, le hicieron mucha propaganda. Dizque era mejor que el toro semental que mantiene contentas a las vacas de Chema Tamales, traía dinero en todas las bolsas, conversaba con voz como de Antonio Badú y no se rascaba los güevos delante de los demás. Su fama era tan buena que la madre Altagracia se santiguaba cada vez que lo veía venir y se cambiaba de acera, pues se decía que quien pisaba su sombra le salían sabañones y hongos en las uñas.
Tito Sivilino, el brujo de la Cantarranas -que trae un pleito a muerte con La Maestra porque en eso de las sesiones espiritistas le baja los clientes-, cuenta que lo que perjudicó a Wandolar fue una maldición, pero La Maestra dice que lo perdió su fama. Doña Marije poco tardó en saber de las andanzas de su marido en El Triángulo de las Bramudas, pero la bilis se le encaramó a los ojos cuando se enteró que se carcajeaba de ella una güera de pelo oxigenado y pechos de silicón, a la que su marido le dedicó desde la radio “Mamí me gustó” de Arsenio Rodríguez y llevaba todos los domingos a pasear en lancha. Y es que se cuenta que Wandolar ya no daba gasto sexual en su casa, andaba regalándolo en la calle como si fuera limosna.
“Ni una vieja más, me entendiste”, “ni una vieja más” –dicen que le gritó la noche de la desgracia. Pero Wandolar estaba engreído con su suerte y no hacía más que reírse. Cabrón Wandolar, con lo buena que está su vieja. Cierto que tiene pechos pequeños pero las piernas no se le quejan de varices. Pero la vida es así de dispareja y mal untada.
Sirle Ragazzo dice que fue el Padre Filemón el que la aconsejó, porque después de confesarse, a doña Marije le brillaban los ojos de la misma forma que a Yolanda La Loca cuando no toma su medicina.
El Cañasmiadas me contó después que el Padre Filemón estaba celoso de Wandolar porque hasta la beata doña Carolina hablaba entusiasmada de él.
Dominga Tassinari comentó el otro día en la cola para las tortillas, que el día de la desgracia fue a la carnicería de Wandolar a comprar un kilo de bisteces -de los suavecitos porque a Israel, su esposo, luego se le atoran los pellejos en el cogote y le da por ahogarse-, y encontró a doña Marije muy pensativa y afilando los cuchillos en el esmeril. La hoja del cuchillo brillaba de filosa, pero la señora, con la mirada fija, no dejaba de afilarlo.
Pobre Wandolar, nunca se imaginó terminar así. Lo que pasa es que el alcohol le dio la puntilla. Bebía peor que mi compadre Emilio Cecenes. Y no de vaso en vaso, sino de botella en botella.
Yo creo que el aguardiente de caña sí hace efecto. Porque si no hiciera, Wandolar se hubiera dado cuenta desde el momento en que se la agarraron para estirársela. Esa madrugada, copetiado de aguardiente, ni siquiera escuchó la música de “Herido de sombras” que tocaba la radio, mientras doña Marije con el cuchillo carnicero se vengaba de tantos agravios. Wandolar despertó bruscamente cuando ya su virilidad brincaba como pez en medio de un charco de sangre y se puso a gritar como loco. El doctor Homero tuvo que costurarlo en punto de cruz para que no se vaciara y recetarle tres botellas de suero.
Doña Marije se asustó por lo que había hecho, pero más con la turba de mujeres desheredadas que esperaban afuera de su casa para lincharla y sólo la intervención de la policía evitó una desgracia mayor.
El doctor Homero lo alivió en menos de un mes. Y desde el primer día que salió, las risitas disimuladas a su paso. Al principio Wandolar y doña Marije lo tomaron con calma y resignación, pero fue imposible soportar tanta desolación, pues de la virilidad triunfadora de tantas húmedas batallas, apenas quedó una fuentecita de sal. Nada para nadie. Ni pa’ las otras, que eran muchas, ni pa’ la que había firmado ante el juez de lo civil.
Cuando lo vi pasar con su maleta, supe que se iba para siempre del pueblo. El doctor Homero platicó en el billar que Wandolar iba cómplice de los del otro bando, pues ya se le andaba adelgazando la voz y a Chabela, la abonera, le había comprado media docena de calzones color de rosa.
Doña Marije anda en busca de otro gallo porque ya son muchos días de sequía. Ayer que pase por su carnicería hasta un kilo de lomo me quería regalar. Yo le dije que hace rato que soy vegetariano y nomás se rió de mí. Pinche vieja, por mí que se quede con las ganas, no tengo el menor deseo de suplir al amigo Wandolar, no vaya ser que en un arranque de celos quiera vender el kilo de filete a precio de aguayón, y menos ahora, que ando con ganas de chambear en la Radio esa, la de las “complacencias musicales”...

¿Vivir?

Por: ANGELFLY8001

-No puede ser otra vez, la chica con la que quería tiene novio, pero yo tuve la culpa por no decirle antes, tengo ganas de pegarme un tiro en la cabeza, además creo que era imposible que una chica como ella se fijara en alguien como yo, nuevamente mi sueño siguió siendo eso, solo un sueño, pero ni hablar es hora de comenzar con el programa.
-Y estas al aire.
-Buenas noches, estamos aquí nuevamente en su programa favorito de radio, yo soy Angel, y recuerden que a veces no deberíamos levantarnos de nuestras camas, porque realmente no hay nada mejor que soñar, pero bueno, creo tenemos la llamada de un joven que nos quiere contar algo así que adelante amigo.
-Si hola, he no se como empezar a relatar mi historia, bueno mi nombre es Ulises, y lo que voy a contar me sucedió hace escasos dos días, todo comenzó en una mañana común y corriente en mi vida, pero algo raro estaba apunto de iniciar algo que cambiaria mi percepción sobre la vida algo que aun no puedo explicar, que no puedo comprender. Mis padres se acababan de divorciar lo cual me hacia sentirme muy triste, pero creo que fue la mejor decisión que pudo haber tomado mi madre ya que recuerdo que desde pequeño yo veía llegar a mi padre borracho y cuando mi mamá le preguntaba donde había ido el no le respondía y solo la golpeaba, incluso recuerdo que una vez llego al extremo de pegarle con la botella de tequila que traía en la mano, pero traer todos esos recuerdos a mi mente me pone muy triste, además, no se por que motivo me duele la cabeza, es un dolor insoportable , pero seguiré contándoles mi historia, ayer acompañe a mi mamá al doctor por que tenia un fuerte dolor en el vientre ya desde hace mucho tiempo, pero como mi padre no la dejaba que fuera a ver un medico no se había atendido con anterioridad, lo ultimo que recuerdo de ella es como entro al consultorio pero ya no salio, yo la espere ahí sentado donde ella me había dicho, la espere no recuerdo bien cuanto tiempo creo que fueron cinco, no tal vez, fueron siete horas, pero no me quería mover ya que si la esperaba ahí donde ella me había dicho ella regresaría, además no la quería que se enojara sino al contrario que se pusiera feliz por tener aun hijo tan obediente, de pronto una enfermera salio y me dijo que mi madre había fallecido, no se por que motivo no pregunte ¿Por qué? o ¿de que? solo salí del hospital y me dirigí a mi casa, me sentía triste angustiado solo pasaba una idea por mi cabeza “que mi padre había tenido la culpa de su muerte y que el dolor que sentía en mi interior iba a desaparecer cuando hiciera que aquel hombre pagara por todo aquel sufrimiento que le había causado a mi madre”, que equivocado estaba.
Recuerdo que esa noche me dirigí a su casa yo traía algo en la bolsa de mi pantalón no recuerdo bien en este momento que era, pero entre a su casa él estaba tirado en el suelo borracho, recuerdo bien su mirada, su mirada estaba llena de tristeza de arrepentimiento incluso recuerdo bien que tenía lagrimas en sus ojos, pero algo me impulso a sacar lo que traía en la bolsa, era una pistola, apreté el gatillo, se escucharon tres disparos, después de eso mi mente se nublo, no recuerdo muy bien lo siguiente, solo recuerdo que había mucha gente alrededor del cuerpo de mi padre, afortunadamente a mi no me vieron estaba escondido dentro del armario, también en mi memoria están las palabras de un hombre vestido blanco, que le decía a uno de los policías que solo había dos balas en el cuerpo de mi padre, es curioso yo recuerdo haber apretado el gatillo tres veces tal vez habré fallado algún tiro no lo recuerdo bien, solo sé que después de eso comencé a sentir este dolor en mi cabeza, después de ese instante sentí el cambio de la percepción de la vida que les había comentado en un principio, no se creo que ahora entiendo un poco mejor sobre la vida. La vida es como una estrella fugas, que solo dura un instante, que no se puede repetir, que no se puede cambiar nada una vez hecho, pero que se puede hacer cualquier cosa que uno se proponga, que no existen las cosas difíciles, solo existen pensamientos negativos que hacen que parezcan difícil e incluso imposibles de alcanzar, la vida esta hecha de sueños, de sueños realizados, de sueños que no pudimos cumplir, no por que no hayamos querido, si no por el simple hecho de que no pudimos encontrar la forma de cómo hacerlos realidad, incluso, cuando la llegamos a encontrar nos damos cuenta que la teníamos enfrente de nosotros, pero es demasiado tarde, por que irónicamente cuando nos damos cuenta de lo que es en verdad la vida es cuando ya no la tenemos. Justo en este momento pasan todos los recuerdos de mi vida en mi cabeza, aunque la mayoría de mis recuerdos son tristes, no me arrepiento de haber tenido esta vida ya que también tuve momentos felices y esos son los momentos que realmente valen la pena en la vida de cualquier persona, por ese motivo hay que luchar por alcanzar la felicidad en cualquier momento de nuestra vida, aunque esta se vea inalcanzable, nunca podemos dejar de buscarla. Pero bueno mejor me despido ya que mi mama me esta hablando y no quiero hacerla enojar.
-…Bueno no se que decir, tal vez fue una broma o tal vez solo es un recordatorio que alguien nos da, para empezar a vivir ahora y olvidarnos un poco del pasado, de borrar de nuestra memoria las cosas que no hicimos y empezar a luchar por las cosas que aún podemos hacer, ya que no estamos seguros de cuanto tiempo disponemos para hacerlas, y recordemos que vivir es bueno y soñar es mejor, pero claro lo mejor de todo es el despertar y darnos cuenta que tenemos una oportunidad más para ser feliz, con esto me despido no porque no haya mas que decir, sino solo porque esto llego a su fin, buenas noches.



Una mirada cualquiera

Por: Leonardo Alba
Esa mañana desperté en la penumbra de un misterioso extravío. Salí del féretro inmaterial que resguardó mi sueño por más de mil años. Una vez afuera, caí súbitamente al cieno espeso que rodeaba la morada fiel de mi enfermedad gris; este era tan pesado que parecía no dejarme ir y amenazaba con asfixiarme. Lo único que podía sentir era un inmenso cansancio, como cuando, a obscuras la conciencia, la luz frívola ciega los sentidos. Intentando arrastrarme, sin poder salir de mi nuevo catafalco de lodo, cerré pesadamente los ojos intentando recordar.
El cielo era violeta sombrío…

Fue cuando evoqué frente a mí todas las vidas que había pasado en otros niveles del Mundo. Lejanas épocas inmersas en una lenta confusión. Visiones dolorosas; espléndidos veranos ebrios de juventud, la suavidad del mar; fulgores de perdición y violencia; una sensación distante y profunda. Como en todas mis visiones, volvía a observar ese rostro angélico tan hermosamente conocido, pero del cual nunca podía traer hacia mí el recuerdo de quién era Ella, cómo la conocí .
La imagen del semblante se fue desvaneciendo en una luminosa niebla y ya sólo retenía su mirada, perdida después entre cientos de alucinaciones y espejismos.

¿Qué es el tiempo en este rincón último y olvidado de una dimensión inexacta?
Finalmente abrí los ojos; todo había desaparecido, el fango, el féretro y el cansancio. Comencé a caminar sin rumbo a través del polvo del páramo desierto. Cada paso era distinto; esos caminos y el mismo firmamento iluminado que me vio nacer, se movían vertiginosamente haciendo que mis pasos, cada vez más torpes, se volvieran imposibles.
Detenido en el vórtice de mi absurdamente desconocida misión , tuve una vívida explicación de mi extraño renacimiento: estaba en este remoto mundo para encontrarla a Ella, profetisa rebelde de otra dimensión. Prófuga de su personal inevitabilidad, se escondió en esta frontera desolada del cosmos. Era suyo el rostro que entre delirios miraba; yo no podía recordar su nombre.

Viajero por estos muertos senderos de cristales rotos, adopté la forma y la mirada de un reptil sin nombre; creí entonces haberme convertido en el ser más hermoso de todo la gran esfera de los destinos, abordando una amapola.
Como una violenta tormenta que estremece al cielo, así se conmovió mi al mi alma al verme reflejado en el agua negra y calma que rodeaba la pequeña flor en que me hallaba suspendido. Perturbado por la escena, volví a mirarme en el absorto océano y pude ver mi rostro sin forma; no podía distinguir mi desfigurada silueta de aquel obscurecido horizonte. Descubrí entonces que había extraviado mi verdadero cuerpo; sentí una gran tristeza.

Un vuelco de estación. Una suave bruma invadió el infinito espacio que recorría, cubriéndolo todo. Sólo se podían percibir los casuales y extenuados distantes brillos las luciérnagas azules, perdidas entre el denso aliento de los siglos. Largo es el viaje a través de la vastedad del tiempo; más de lo que hubiera imaginado.
Y esa mirada, el recuerdo transitaba incesantemente dentro de mí hasta que llegó a inquietarme. Supe entonces que Ella me había encontrado entre el vacío, a través de las sombras sintió mi presencia; me estaba llamando. Faltaba poco ya para llegar a donde ella.

Divagaba perdido entre mis reflexiones de eternidad y desasosiego, cuando de pronto, la tétrica voz profunda de la fantasía estalló sobre el mundo volviéndolo inestable y lenticular. Fui arrojado lejos de la flor en que viajaba hasta caer de espaldas bajo una cúpula dorada que era invadida por luces alucinatorias y una oleada de fantasmas y ecos infinitos, supuestamente aterradores. Ideas confusas me atacaban: ¿Cuál era el camino hacia la verdad de la inocente perdición? Tú no lo conoces, es el vertebrado consuelo de la ceniza que restaura por la virgen siempre esperanza del misterio… miles de palabras escuchaba.
Era Ella tratando de destruirme, de volverme loco para que no cumpliera yo con su destino.
-¿Crees que así vas a detenerme? – grité, sabiendo que me escuchaba- ¿Tú piensas que…?
No, yo vengo desde más allá de la demencia, estoy más allá. Vengo por ti y voy a llevarte de una o de otra forma…
Al levantarme, pude ver el cercano extremo del lago de piedra bajo la bóveda amarillenta; ahí estaba el camino que conducía hacia Ella. Descendí por los escalones casi líquidos, hasta llegar, en lo profundo del suelo, al gran salón de mármol en el cual la encontré levitando, dándome la espalda. Sofía, ahora su nombre oculto en las profecías ignotas me iba siendo lentamente revelado mientras la observaba, mientras me acercaba tambaleante.
Una brisa cálida besaba la aurora de su cuerpo joven…
-Soy la muerte -le dije levantando los brazos- la inevitabilidad de todo lo viviente.
Crucé muchos firmamentos a través de los mundos del tiempo y el espacio para hallarte. Te busqué en los fascinantes reinos de Hipnos, desorientado entre los laberintos del sueño y la realidad. Y hoy, estamos aquí finalmente. ¡La hora ha llegado!
Sofía se dio la vuelta para mirarme de frente. Era muy distinta a la de mis recuerdos.
-Sé quien eres –respondió con la voz quebrada sin abrir siquiera la boca.
Después retrocedió unos pasos, sus ojos verdes se llenaron de horror; hizo un movimiento raro intentando huir, pero yo sólo la abracé con fuerza y caímos al vacío de una abertura abismal que había en el centro del salón. Un extraño violento temblor sacudió nuestros cuerpos.
Una breve confusión en mi mente, una laguna oscura en mi memoria. Eso fue todo.
Después, ya con su alma en mis brazos, nos fuimos volando juntos hacia el manto celeste; envueltos en la poderosa calma de volver a casa…

Ciudad de México, fecha desconocida:
¡Buenas tardes!
Bienvenidos a su noticiero “Radio central”, transmitiendo en vivo en el 108.1 de su F. M.
Comenzamos con la información: cerca de la media noche de ayer, un hombre y una mujer aun no identificados, de aproximadamente 24 años de edad, perdieron la vida al caer ambos a las vías del Metro en la estación Insurgentes de la línea 1, muriendo electrocutados. De acuerdo con los testigos, el sujeto, probablemente bajo el influjo de las drogas, comenzó a gritar algunas cosas y después arremetió contra la mujer que se encontraba cerca de la orilla del anden. Se siguen investigando los detalles de este hecho lamentable.
En otras noticias …






“ Un ocaso sin sentido”

Por: Artemisa y Kronos

__… dejé caer el cuchillo mientras me preguntaba si aun seguía vivo…__

Apresurada baja las escaleras mientras trata de acomodarse la larga cabellera castaña. Casi siempre luce recogida. En esta ocasión a falta de tiempo la melena baila al compás de un viento ligero y nocturno.

Los semáforos en rojo no ayudan en mucho a Livia, quien prende y apaga la radio de su coche para controlar el estrés de una noche que apenas empieza.
Logra despejarse un poco. Enciende un cigarrillo. Se lo lleva a la boca. La mano temblorosa muestra una inestabilidad contagiosa, incluso anormal. La calle traficada y húmeda le provoca sentirse alterada. Recuerda a ese chico de apariencia noble, de profesión artística y mirada sincera. Al momento de evitar pronunciar su nombre las lágrimas le escurren como fuentes inagotables. Se siente abatida, vencida. No se explica porqué esa mala suerte en el amor. No entiende porque termina siempre defraudada.

Suena el celular guardado dentro de su bolso. Sin importar la velocidad ni la dirección del volante lo toma apresuradamente. El productor molesto le reclama la tardanza. Su voz no ha sido modulada. Tiene escasos minutos para llegar, prepararse, recibir instrucciones y dar inicio al programa “Sin Sentido” que se trasmite diariamente por la estación Kobalto 96.9 FM y donde Livia lleva trabajando más de dos años, haciendo del programa una mesa de debates variados, donde ella por supuesto, puede sacar al aire esa seguridad que en persona no tiene.

Su voz es una de las mejores herramientas con la que cuenta. Su belleza es notable. Aun así, la joven permanece anónima tras una cabina cuyo contacto y comunicación con el mundo es a través de los micrófonos, tratando temas relacionados con sus crisis existenciales.

Estaciona el coche. Entra agitada a la sala donde la espera todo el equipo de producción. Tania, su amiga de toda la vida y compañera de trabajo no repara en reclamarle al mismo tiempo que lo hace el productor, quien agita los brazos de un lado a otro poniendo más nerviosa a la recién llegada locutora.

__ Está entrando tu programa al aire. Prepárate. Quiero que te presentes y de inmediato mandes a la canción “ I BELONG TO YOU”. Tienes 20 segundos.__ dijo el productor en tono severo y con mirada austera.

__ Hola amigos buenas noches, como están… los saluda una vez más su amiga Livia Torres desde su programa “Sin Sentido”. Antes de empezar que les parece si nos vamos con esta rolita titulada “I BELONG TO YOU” de Lenny Kravitz por cierto, esta rola se la dedico a mi amiga Tania, es como cantar la historia de su vida...___

Se quitó los audífonos mientras entraba la música. Tania furiosa y sentada en cabina junto a ella no dudó en darle un golpe en el hombro reclamando la tardanza.
__ ¡No entiendo que te pasa!__ agregó Tania, __ de unos meses para acá andas muy rara. Llegas tarde, te enfadas conmigo por cualquier cosa y para colmo pensé que otra vez supliría tu programa y dobletearía el mío. Eso no es lo que me preocupaba__ continuó__ sino que ya no quiero hacer esperar a Sergio, tenemos que checar lo del menú para la boda y tu sabes que esos chefs de Polanco son muy especiales… __
__ ¿y por lo menos ya llegó tu galancillo de pacotilla?__ dijo Livia con sarcasmo
__ No, estoy segura que no tarda… ha tenido mucho trabajo, además anda metido en un nuevo proyecto__
__ ¿Segura de que está trabajando? prosiguió con risa burlona ¿Porque no lo esperas aquí conmigo mientras llega… o te llama?, hace tiempo que no estamos juntas, tenemos que aprovechar estos momentos ¿no crees?__
__Atención… entramos en 5…4…3…2…__ interrumpió el productor para alertar a todos a sus posiciones.
__ Pues bien amigos ya estamos de lleno en su programa “Sin sentido”. Gracias por compartir con nosotros este espacio. Que tal la rola, ehhhh, buena, ¿nooo? Les comento que tengo en cabina a Tania Vásquez del programa “En el ocaso” que se transmite unas horas antes___ continuó __ y dinos Tania, __ ¿Tu te atreverías a matar a alguien?__
El tono agresivo y el rostro sonriente de Livia perturbaron a Tania. No le sorprendió que Livia tomara esa actitud frente a los micrófonos. Ese era su desahogo. Algo le resultaba distinto… no sabía que exactamente.
__Últimamente he tenido ganas de matarte__ agregó Tania, aunque algo consternada con el tema de la noche.
__ Interesante respuesta Tania, ¿sabes? no te creo capaz de hacerme algo así__
Tania molesta continuó __ ¿porque lo dices? __
__Por lo sencillita y carismática que soy… además me quieres mucho y me lo perdonarías todo amiguis__
__Bueno, dices que quieres hablar de homicidios. ¿Acaso mataste a una cucaracha o atropellaste a un perro?__
__ Más o menos compañera… más o menos…__ Livia transformó su ánimo, se sentó derecha y prosiguió, __ bueno chicos, les voy a describir como mataría yo a una persona de la que me sintiera agredida… yo creo que sería un hombre. Supongamos que mato a tu novio…__
__¿Porque a mi novio?__ preguntó asombrada.
__Porque que no me cae nada bien y tú lo sabes, pero ese no es tema que le interese al auditorio. Mejor continuemos con lo nuestro. Como sería a tu novio te robaría días antes las llaves de su departamento, esperaría en el coche a que llegara y minutos después subiría las escaleras...__

Se abre la puerta. La poca luz que entra por las ventanas permite observar algunas fotografías de él con su novia. Fuera de ello solo se puede ver el resplandor que sale de una habitación…
…la voz femenina de la radio contrasta con la silueta masculina causada por el monitor encendido de la computadora. Parece nervioso, como si algo le perturbara. Quizá presiente que no está solo. Un golpe en la espalda aturde sus sentidos. Lo único que pasa por su cabeza es la imagen de la dueña de la voz que escucha todas las tardes…

El operador le indica a Tania que tiene una llamada telefónica. Emocionada y con cuidado sale de cabina a contestar mientras Livia continúa con su relato.
Tania suelta el auricular consternada y con lágrimas voltea a ver a Livia.

__… dejé caer el cuchillo mientras me preguntaba si aun seguía vivo…__

Yaki

Por: El pichi.



De niños íbamos al rio de la piedad a jugar deslizándonos desde el borde hasta el agua con una lámina. Huérfanos de escuela, hijos de migrantes que la cristiana corrió de su tierra. Campo y libertad, hambre y felicidad.
Una vez terminados los trabajos asignados por los abuelos, los padres, tíos o hermanos mayores, la pipiolera corríamos como locos; unas veces íbamos a la calzada de la Piedad a jugar futbol con los árabes que fueron habitando los terrenos del pueblo de La Piedad, que tiempo después se llamo colonia Roma.. Otras a cortar verduras de los sembradíos cercanos, pero disfrutábamos más el rio (luego lo entubaron y hoy es el viaducto).
Aquella tarde, las sombras ya cubrían el rio, yo me había entretenido construyendo un cuenco para que la caída al agua fuera más estrepitosa y el chapuzón toda una delicia.
_ buki …buki_
Escuché hablar a alguien con palabras que no entendí.
_ buki…ayúdame… por favor _
Busqué en los alrededores, arriba, abajo, a lo lejos y nada. Acostumbrado a escuchar los ruidos que los chaneques hacen cundo arrastran lo que se roban, casi familiarizado a ver pasar a la llorona en sus dolorosos recorridos desde el rio hasta el centro de la ciudad gritándole a sus hijos perdidos. Y casi disfrutar las carreras del jinete sin cabeza que a diario corría por el borde del rio, tomaba la calzada de La Piedad y se perdía en la espesura de la noche. Caminé y atravesé el rio y recargado en un árbol vi a un hombre.
_ ¿ qué le pasa señor? _
_ Buki, ayúdame… me les escapé del tren a los pelones que nos llevaban a Valle Nacional…me les pelé y no paré desde San Lázaro hasta aquí _
_ ¿Valle Nacional… y eso qué es ¿ -
_Valle Nacional, donde llevan a los enemigos de don Porfírio-
_ ¿ Don Porfirio…Díaz?_
_ Si, don Porfirio Díaz pues-
_Pero… si don Porfirio, según me contó mi padre hace mucho que se murió_
_ Ah que buki camanchi ¿qué no estamos en 1908? _
_ No señor, estamos en 1938_
Ninguno de los dos entendimos el asunto. Yo, entre admirado y miedoso al ver a aquel hombre grande, colorado, de pelo largo ceñido por la frente con una cinta roja, las manos ampulosas, dedos gruesos, uñas negras tanto de manos y pies, tirado ahí, cansado, lastimadísimo y hablándome a cada frase en un idioma que el dijo ser yaqi.
_ Buki camanchi ¿me puedes llevar a papuchi hasta el pueblo?_
_ ¿un qué? _
_ si me puedes cargar_
_solo de a caballito_
Curtido en el trabajo como estaba, no me costó mucho llevarlo cargando, pero su olor era muy fuerte, olía a mugre, cebolla, a copal. Así como huelen los jornaleros durante su peregrinar.
_Buki kamanchi…¿ vives lejos?
_Aquí adelante, no tardamos mucho en llegar_
Descansé por tercera vez y en ese último intento llegue al caserío de adobe donde vivíamos mis padres, mis hermanos, tíos y primos. Mi padre tocaba el violín sentado en un banco rústico de madera, rodeado de amigos y familiares que se pasaban de mano en mano una botella de tequila, claro, después de darle un gran trago.
_Papá, encontré a este señor tirado allá por el rio_
_ A ver muchachito, venga para acá-
Dijo mi padre dejando de lado el violín y pidiendo la botella de tequila con ademanes de que era urgente. Sentó al colorado ( así comenzaron a llamar a mi amigo) le ofreció la botella de tequila y un cigarro, lo contempló, le dio una palmada en el hombro y tomó nuevamente el violín para seguir tocando. A mi padre le dicen el médico, no se por que, pero siempre que vienen enfermos, el les da tequila y un cigarro y al poco rato se curan y hasta se van cantando. A veces le mandan a hablar, el va. Regularmente los enfermos que el ve siempre están tirados en la calle. Llega, les levanta la camisa y en el ombligo le va vaciando tequila poco a poco. He visto como el tequila es absorbido. Unos minutos después, el enfermo se levanta, el les toma las quijadas como cuando a nosotros los niños nos dan el aceite de ricino y les da de tragar más tequila. Ellos comienzan a sudar, el les da un cigarro, los levanta y con una orden silenciosa les aconseja irse.
Cansado del trajín del día, dejé al colorado con mi padre. Muy en el fondo sabía que no podía estar mejor con nadie que no fuera mi padre. Me fui a dormir y como ya era tarde me acosté sin cenar.
Esa noche soñé algo extraño; veía al colorado hervir en una olla de de barro unos calzones de mujer con sangre de menstruación. Después, en un guaje, vertía el cocimiento y me lo tendía. Yo lo agarraba y le daba un gran trago.
_Mira buki kamanchi (el colorado estaba limpio y tenía un aspecto azuloso) todos los domingos, por hay de la tardecita, vas a ir al rio y ahí donde me encontraste te voy a dejar este regalo. solo tienes que tomarlo por las noches y nunca serás viejo_
_ Y ¿cuánto tiempo será eso?_ _ El tiempo que sea necesario buki kamanchi_
_ ¿y usted estará siempre aquí?_
_ No lo se…ni siquiera se si estoy aquí…si debería estar en otro lado, en otro tiempo, en otra hora, en otro día o en la tumba_
El colorado se despedía levantando la palma de la mano derecha a la altura de su cara, caminaba tres pasos hacia atrás, se daba vuelta para perderse completamente en la oscuridad.
Al otro día, con el movimiento de mi madre haciendo tortillas, la tos mañanera de perro de mi padre y los chillidos de mis hermanos, desperté. Voltee la cara y ahí, junto al petate, estaba el guaje que el colorado me ofreció en mi sueño. Corrí a esconderlo. Me dediqué a mis quehaceres olvidándome del asunto. En la tarde, cuando regresó mi padre del trabajo, le pregunté por el colorado. Solo me dijo _se fue_.
No se cuando he de morir. Según mis cuentas tengo 77 años, pero mi físico es de 35 o 40 años. Si mis cálculos son exactos, el guaje dejo de aparecer cuando entubaron el rio. Así que, cuando tenga 150 años moriré… creo.







JUEGO SIN FIN
El camino oscuro fue iluminado por la luna y en el pequeño claro de aquella selva de olivos me vi de frente con la cascabel.
Ella se sostenía en su cola y casi puedo asegurar (tuve mucho tiempo después para comprobarlo) que se frotaba unas manitas de chimpancé.
Voltee la cabeza buscando una horqueta. Era una víbora cascabel grande, de por lo menos 10 años, bien valía la pena matarla. La guitarra iba a agarrar un sonido fregón, metálico, vibrante
En mi desesperación por cazar la cascabel, no me di cuenta que el juego había comenzado

En la oscuridad uno podía transitar tranquilamente por el olivar. Las nubes eran el salvoconducto perfecto para atravesarlo sin contratiempo, incluso, aun si dejaban pasar la luz de la luna el camino era seguro.
Pero, si al ir uno caminando, las nubes abrían paso a la luz de la luna y ocasionalmente, uno se encontraba en aquel claro de frente con la víbora de cascabel, un tecolote o un tlacuache, algo mágico podía pasar.
La víbora te convierte en olivo, el tlacuache en planta de jojoba y el tecolote en ciprés.
El tlacuache, el tecolote y la cascabel, son tres chamanes y nahuales. Grandes chamanes y curanderos infalibles que siguen a su gente en su migración desde Oaxaca,( uno es triqui y el otro es mixteco) y uno más, que es el último recuerdo de las tribus Pericú y Laimón que habitaron la Baja California.
Por la imposibilidad de obtener hierbas, partes de animales, raíces y tierras para sus curaciones y rituales por la lejanía de su lugar de origen, optaron por crear una huerta en este lugar, pero tuvieron que compartirlo con el chamán Babiriacu, quien reclamó su territorio.
Pusieron reglas para el juego: en primer lugar, la huerta era de los tres mientras no hubiese un cautivo propio, la luna no recorriera el cielo y la gente se hubiera ido a otro lugar. El segundo punto, es que, cualquiera de los tres que encantara a un paseante, tenía la libertad de cosechar todo lo que quisiera, incluso hacer uso de los otros chamanes, como personas y sus transformaciones.
Una vez que se hace la recolección de hojas, patas, picos, raíces, fluidos, frutos y tierras, el hombre encantado retoma su aspecto original, el olivar desaparece y queda solamente, ante la vista de los campesinos que recorren ese camino, un campo arado, listo para ser sembrado. Todo esto, hasta el año siguiente.
Recobré la razón al instante en que vi la víbora de cascabel serpenteante esconderse detrás de un arbusto. Sería el miedo, la sorpresa o el desconocimiento de las reglas del juego, pero me di cuenta con una enorme angustia que todo yo era un viejo, retorcido y fructificante olivo. ¡sí, yo era un árbol de aceitunas!. Lloré por mi, por mis recuerdos y también por mis aceitunas. No entendía que había pasado, solo recordaba que buscaba una horqueta para cazar la víbora cuando, de repente, me encontré así como cuento.
Había entendido parte de este juego, pues llevo exactamente 20 años de participar en el, solo que no sabía porqué no había logrado la transformación que otros hombres logran. Repasé mil veces el juego, alteré los escenarios, los personajes, las posibilidades, pero había muchas cosas que no lograba entender, pues solo recobraba la conciencia cuando el juego comenzaba.
_ Buki kamanchi, quién me iba a decir que te encontraría aquí_
Escuché esa voz que me hablaba, como cuando en las mañanas, entre despierto y dormido, escuchas el radio e interactúas con el locutor que conduce algún programa. Vi al colorado sentado a la sombra, mejor dicho, a mi sombra, platicándome, contándome aventuras milenarias de épocas remotas e inverosímiles…_ cuando de repente, te encuentro aquí, enredado con esos locos y sus manías y convertido en olivo… No buki kamanchi, eso no está bien. No te di mi jugo para que lo desperdiciaras aquí sembrado… Voy a ver a Eugenio Casimiro, a Juan Gómez y a Babiriacu, ellos me dirán que hacer_
Mi amigo el colorado desapareció, yo quedé sumergido en un sopor de sueño infantil que fue interrumpido por la presencia inusitada de los tres nahuales. Me desplomé, para enseguida levantar la cabeza y encontrarme convertido nuevamente en persona.
_ Buki kamanchi… el juego en el que te metiste no ha acabado, ¿quieres seguir en el o hasta aquí lo dejas?_
_ pero que juego, solamente sembrado me la pasé 20 años_
_eso es parte de este juego, lo que sigue es más interesante_
_ No colorado, no más juego-
_ No más juego pues, no más juego_
El colorado me palmeó la espalda, buscó dentro de su morral y sacó un radiecito de pilas, lo encendió, sintonizó una estación que emitía música ranchera. Comenzó a caminar, se detuvo después de dos pasos, dio la vuelta y me dijo.
_ Buki kamanchi, yo cumplí con mi encargo, tu nunca volviste por el jugo y como ya no te lo tomaste, hoy tienes 45 años y vas para viejo_
En ese momento se me agolparon miles de preguntas en la garganta, miles de incógnitas, miles de dudas…el tomó su radiecito, accionó el volumen y del radio salió una canción, inaccesible para mi, pero que me hizo comprender, dolorosamente, que nunca volvería a ver al colorado… ¿o si?

Trigueñita hermosa
Tutulikayotu kaposehuata
Venasejiva ehuelama
Inepointulichi
Enchivacilaroa
Anchienamoraracua
Nihuelama

yokomatzuko
ilichienjupone yetza bankota
netyetze zayhuateko….

FIN






















sábado, noviembre 25, 2006

Telefunken

Por Julián Otálora

– Hola. Soy Julia. Mi esposo me dejó… Se llevó a mis hijos.… Me llamó ‘vieja borracha’…
– Gracias por compartir tu problema con nosotros, Julia –interrumpió el locutor de radio–. Agradecemos tu llamada y te escuchamos. Dinos algo, ¿crees que tu forma de beber tuvo algo que ver con que…?
– No tanto… es que… Bueno, un poco. Es sólo que él, él… él se larga a trabajar meses y luego… Los niños ya están más o menos grandes y yo, pues…
Ernesto se incorporó de la silla con gesto de fastidio. “Alcohólica acomplejada. Esposo faltista. Probablemente impotente o excesivamente lúbrico: candil de la calle, oscuridad de… Par de pendejos”, se dijo a sí mismo apurando un trago de Ron del Pirata para enseguida dirigirse con determinación a cambiar la frecuencia de su azul y vieja radio Telefunken, sobre la mesita carcomida por la humedad de aquel cuarto de azotea. Uno entre miles en el DF.
Y lo hubiera hecho. A no ser que la tal Julia no hubiera pronunciado aquella frase que lo paró en seco como un condenado frente al pelotón de fusilamiento: el dedo en la llaga hundido en ese temblor de voz trepidando como bala ardiente en la cabeza de Ernesto; el dedo ungido en la purulencia verdosa de una vieja herida, como un extraño bautismo a medianoche; el chancro profundo que produce tremendo dolor. Enorme y placentero dolor.
– Voy a matarme. Ahora mismo.
“Eso habrá que verlo… oírlo, más bien”, pensó Ernesto, mientras contemplaba perplejo el aparato de radio, esperando oír con curiosidad enferma la carcajada demoníaca del Infierno, el golpe definitivo del mundo, la ira de Dios viajando a cinco mil watts de potencia para estrellarse contra la cabeza de aquella mujer.
– Espera, Julia… Detente –ordenó el locutor–. Mira… A veces parece que la vida no nos trata como quizá…
Ernesto no escuchó casi nada de lo que el locutor de radio dijo después, pero lo presintió. Imposible no adivinar el alud de monsergas sobre las bondades y maravillas de ‘La Vida’, el alubión de frases hechas y lugares comunes conjurando el maleficio del más grande de los sinsentidos, el abismo mayor sobre el que descansan todos los abismos: la existencia.
Ernesto se sintió ofendido. En parte, porque El Cabrón Locutor intentara con medios tan miserables disuadir a La Pobre Julia de lo que fatalmente había anunciado: su propio suicidio ante miles de radioescuchas ansiosos de presenciar, en vivo, el acontecimiento. Y esto era lo que más le irritaba: la posibilidad de ver arruinado por un triste locutor su más hermoso ensueño de amarillista consumado.
Ahora bien, Ernesto sabía perfectamente que la obligación del locutor de radio en tales programas era, precisamente, aconsejar a cuanto atarantado hijodequiensabequé llame pidiendo ayuda para resolver su vida mediocre, aún a costa de avergonzarse a sí mismo para satisfacer el morbo del público. Sin embargo, Ernesto no era en modo alguno lo que la mayor parte de la gente consideraría ‘un tipo normal’. En una ocasión, por ejemplo, mientras esperaba su turno en la cola del cine para ver Halloween V, La Venganza, observó que a pocos metros una pareja más o menos madura discutía. En algún momento, la mujer tuvo la mala ocurrencia de llamar borracho, “frente a todo el mundo”, según sus propias palabras, al presunto marido, ilustrando claramente su enfado por tal comportamiento con un sonoro bofetón sobre la quijada del individuo, quien a todas luces –pensó Ernesto– era un hombre decente y padre cariñoso, con alguna pequeña debilidad por el vino, eso sí. El Cariñoso Padre, sin embargo, no pareció ser lo que se dice Un Cariñoso Marido, pues en el acto estrelló tal puñetazo contra la frente de su agresora, que ésta no tuvo más remedio que caer duramente sobre la acera, despojada de todo conocimiento. Como el sujeto ofendido intentara además arremeter a patadas contra la mujer que lo había calumniado en público, varios tipos que a todas luces no “comprendían” –según Ernesto– la justicia del castigo, intentaron detener al furibundo marido. Así que Ernesto, olvidándose de los dos meses y medio que pasó esperando el estreno de la película, saltó enseguida en defensa del hombre, no para evitar que lo lastimaran, sino para facilitar que éste siguiera corrigiendo “como era debido” a su pérfida mujer. Además de las heridas, Ernesto ganó cárcel, acusado de complicidad en un acto de violencia. La mujer no levantó cargos contra El Cariñoso Padre de sus Hijos, pero, lo mismo, Ernesto tuvo que pasar treinta días encerrado sin derecho a fianza.
Lo peor es que ésa no fue, ni antes ni después, la única ocasión en que Ernesto había sido cómplice de hechos delictivos, pues más de diez veces ya su extraño sentido de la justicia le había jugado malas pasadas. Además, hacía más de quince años que seguía con fervor inusitado el amarillismo nacional: programas de radio y televisión, revistas de sucesos insólitos y semanarios del crimen.
Esta vez, no obstante, era distinto. Ernesto, a pesar de su azarosa vida amarillista y delictiva, no había presenciado nunca de cerca una muerte. Sólo por eso, al escuchar la voz de Julia anunciando su suicidio, entrevió la posibilidad real de ser testigo de lo que llamó ‘el acontecimiento de su vida’.
–… Por eso, ya debías saber que ésa no es la solución a tus problemas –continuaba la voz falsamente preocupada del locutor–. La vida, Julia…
¡La vida, mangos! –pensó Ernesto, furioso–. ¡No hagas caso, Julia! Tienes derecho. No tiene sentido. Nada lo tiene. ¿Quieres matarte? Hazlo. Tus niños estarán bien. Piensa que el hijo de la fregada de tu marido, ¡tu ex-ma-ri-do!, va a sufrir cuando sepa que fue el culpable de derramar el vaso. ¡Tu vaso!, que, que… bueno, pues, que a fin de cuentas, Julita, no estaba tan lleno… tienes que reconocer que más bien te quedaba medio grande… Pero no me hagas caso, Julia. Sólo pégate el tiro, abre la llave de tu estufa calientafrijoles, dinamita el detergente, cuélgate de tu estúpido mecate de tender la ropa, o… o… ¡lo que quieras! Pero hazlo ya. No dejes que ese tarado malparidohijobas…
Pero el ‘tarado’, ese ‘malparidohijobastardodeFreud’ de la radio, parecía ganar terreno sobre el ánimo de Julia, quien comenzaba a dudar de la súbita decisión, destrozando con ello todas las esperanzas de Ernesto.
– No sé… Es que no… no logro… –sollozó la voz de Julia, a punto del llanto, sin poder siquiera terminar la frase.
– Mira, Julia, en Cuenta conmigo, nuestro programa –expuso impertérrito el locutor, repateando sin querer el hígado retorcido de Ernesto–, sabemos que la vida es dura… Y a veces parece que el mundo no es, ¿cómo decirlo?... no es un lecho de rosas. Pero creemos, a-ser-tiva-mente (¡a-cer-tada-men-te, imbécil!, gritó Ernesto con triunfal enojo de sabelotodo frente a su viejo Telefunken, ya sin poder contenerse), creemos que si bien no todo es miel sobre hojuelas –continuó el locutor–, tampoco es necesario, para resolver las cosas, ‘un gesto de brutal enojo triste’, como dijo el poeta. ¿Estamos de acuerdo, Julia? El mundo es cruel, pero la voluntad es fuerte, dijo alguna vez un filósofo de quien no recuerdo el nombre. ¿Entiendes, Julia?
– Claro –aseguró ella, casi sin quererlo–. Entiendo. Pero es que… Tal vez…
– ¡Tal vez, nada, Julia! ¿Entiendes o no? –dijo el locutor, cuidando que su dicción sonara tierna y sensible, pero autoritaria al mismo tiempo.
– Entiendo, por supuesto –se oyó decir Julia, confundida pese a todo.
“¡Dipsómana ingrata, destructora de esperanzas! ¡Y todo por ese infame Locutor de las Tinieblas!”, maldijo Ernesto. Estaba triunfando la ternura contra el extremista, el Frío Locutor contra el Ardiente Radioescucha: la Bestia contra el Hombre.
Entonces, el radioescucha, él, Ernesto, gigante vencido sin remedio por el Locutor Celestísimo del Aire, se oyó decir en voz alta, orate consumado frente al azul aparato del siglo de los radiohertz: “¡Pinche, Julia! ¡En qué quedamos, pues! ¿No que te ibas a matar a-ho-ra-mis-mo?”
La voz de Julia, sin embargo, indiferente a sus reclamos, ardió rápidamente en una pira de frases elaboradas, deshecha contra la hábil indolencia del Locutor, sin la menor intención de disfrazar los tópicos comunes y alquimias verbales de ocasión, para acabar concluyendo con un grito casi patético:
– ¡Necesito amoooor!
La voz de El Locutor irrumpió en los oídos de Ernesto como quien entrega rendida una ciudad:
– ¿Lo ves, Julia? Rehabilítate. Busca a tu marido… Intenta…
Ernesto, enfurecido, desenchufó con precisión asesina el Telefunken azul estrellándolo contra el suelo gris de su pocilga. Había sido derrotado. Afuera, el viento envolvía las pequeñas sombras que muy lentamente comenzaban a poblar la oscuridad del Distrito Federal. Con su más acre gesto de tahúr timado, Ernesto se metió en cama a rumiar su derrota.
Esa noche soñó con un mundo donde su justicia reinara sobre todas las cosas: por encima de Dios y su corte de ángeles buenos con voz de conductor televisivo. Un mundo sin bien ni mal, felizmente amarillo. Un mundo como éste. Pero, sobre todo, un mundo sin falsos suicidas ni locutores de radio amantes de la vida.

RATT

Por: Uparsín

08:00 A.M.
El director de la estación nos ordenó poner esta mañana el nuevo disco de Ratt. Al principio me pareció un disco extraño, incluso el peor disco que había escuchado en mi vida. Con el paso del tiempo; doce horas; empezó a gustarme. Después de todo, ¿qué remedio me queda? Considerando la situación, lo mejor será relajarme y disfrutar. Nada puede ser peor: en la mañana discutí con María y me corrió de nuestra casa, con la prisa olvide desayunar y en este momento me estoy muriendo de hambre. Por otra parte, no sé si es por el coraje o porque padezco migraña desde niño, pero tengo dolor de cabeza.
Para rematar: el nuevo disco de Ratt. No hay a escapatoria, los audífonos ocupan todo el campo auditivo.
Ratt es la mejor banda del mundo y me acabo de enterar hace veinte segundos.
Felicidades, disfrútalo.

08:15 A.M.
Sesenta minutos continuos de música para ti. Esta mañana les tenemos una gran sorpresa, a los primeros estudiantes que se reporten les vamos a obsequiar una fotografía autografiada de John Ratt, vocalista de Ratt, además a nuestros “cyberamigos” les vamos a dar discos gratis… ¿Quién escribió esa basura? Nuestro guionista se ha enfermado de nueva cuenta, y no vino a trabajar. Eso es evidente. Trato de no pensar en el guión, ni en la jaqueca, ni en María. Me mantengo receptivo. Cierro los ojos y dejo que la música inunde cada rincón de mi ser. No sólo los oídos. Permito que el ruido, apodado música, toque mi alma. Jeremy Ratt, autor de todas las canciones del disco, quiso gritar su insatisfacción ante la inutilidad de la existencia, así que me dejo llevar, meditando sobre la inutilidad de su música.
Escuchando con atención, el disco es un poco peor de lo que imaginaba.
El hambre feroz y el dolor de cabeza me ayudan a volver a este mundo. Mi estómago quiere cualquier cosa, pero mi cabeza está en el punto que desearía volar a un planeta más tranquilo y silencioso que éste.
Mi profunda meditación me han permitido escapar ileso de los tres primeros tracks. No canto victoria, todavía faltan ocho.
Valor y resignación.

08:32 A.M.
El prescindible solo de guitarra de cuatro minutos de Marvin Ratt, durante el track número ocho (¿Cuál demonios es el género musical que toca Ratt?), no es suficiente para hacerme olvidar el hecho de que no hemos recibido llamadas telefónicas el día de hoy. ¿Más de media hora sin contestar el teléfono en la cabina de una estación de radio? Siempre existe la posibilidad de que tengamos tanta gente intentando comunicarse que las líneas se encuentren saturadas. ¿Y qué hay de nuestro amigo el Internet? Buena idea.
Nombre de usuario: hermanmelville.
Contraseña: XXXXXXX.
Una amistosa pantalla en blanco me saluda. Nada sirve. Hago clic en todos los puntos, oprimo todas las teclas, apago, enciendo, reinicio y vuelvo a reiniciar. No sé qué es lo que está pasando. ¿Finalmente habrá llegado el tan anunciado fin de la era tecnológica?
Una estación de radio sin acceso a Internet, ni líneas telefónicas disponibles, ¿un concepto innovador? No lo creo… Por si acaso, registraré la idea, puede funcionar como truco publicitario.
¿Ya mencioné que no he desayunado y que tengo dolor de cabeza?

08:59 A.M.
John Ratt conoció a Jeremy Ratt en un bar gay de Londres, en el invierno de 1998. El etnomusicólogo polaco, Ludwik Cezeyanko, afirma que este encuentro es tan trascendental para la música universal como el que sostuvieron Franz Liszt y Richard Wagner, en un prostíbulo bisexual de Leipzing, en el verano de 1849. Dos semanas después del encuentro, John invita a los gemelos Marvin y Melvin Ratt a incorporarse a una naciente banda, que en aquel entonces se llamaba: Your Cousin is a Ratt's Project, nombre que cambiarían por el definitivo Ratt, gracias a una demanda legal que interpuso la tía materna de Jeremy. Había nacido el cuarteto más importante de la historia del rock…. ¿En serio les pagan a los genios que redactan los libritos que vienen en los discos compactos?
El hambre, mi cabeza y el amor por María pasan a un segundo plano al verificar el resultado de nuestra encuesta de hoy: ¿el nuevo disco de Ratt, es mejor o peor que los anteriores?
Es mejor: 0 llamadas.
Es peor: 0 llamadas.
No lo sé: 0 llamadas.
No estoy de acuerdo: 0 llamadas.
Los teléfonos están muertos y el Internet no funciona. Esto se escucha muy raro. (Si trabajara en un canal de televisión, diría: “esto se ve muy raro”.) Existe la posibilidad de que el auditorio esté tan impactado por el nuevo disco de Ratt que todavía no se recuperen de la experiencia. Hay que darles un poco de tiempo.
Algo así como seis minutos.

09:05 A.M.
Y las llamadas no han llegado, tampoco los correos electrónicos. El noticiero de las nueve no empezó, los anuncios comerciales nunca fueron tan silenciosos. Estamos fuera del aire. Corrijo: estoy fuera del aire. La cabina está vacía, no hay ingenieros de sonido, ni operadores de audio. El edificio está completamente abandonado. Muerto.
Solo.

10:00 P.M.
Las computadoras y la televisión encienden, pero no tienen señal. Montones de pantallas en blanco. No hay nadie en la ciudad. Tomé el automóvil y fui por todos lados, tratando de encontrarla, de encontrarme. Tal vez encontrarnos.
No estabas, y no estarás.
Sin televisión, pero con radio. Es lo único cierto que tengo: la radio. Es fácil de seguir, pues todas las estaciones transmiten música en vivo, todo el día. Música de un solo grupo.
Camino por la calle mientras escucho mi radio portátil. Tocan un nuevo disco llamado: Are you a Ratt?
Los ojos se me cierran, mientras anhelo encontrar en el sueño, el alivio a la jaqueca, al hambre y a tu ausencia.

08:00 A.M… 20 años después.
Estuve vagando por el mundo creyendo que yo era el único ser vivo en el planeta. Me equivoqué. Un día entré a un bar gay en Londres y ahí estaban: John, Jeremy, Marvin y Melvin Ratt. No tardé en ganarme su confianza, ya que me sabía de memoria su nuevo disco, que resultó ser también el último disco que cualquier banda hubiera grabado. Lo tocaban en todas las estaciones de radio del mundo, las veinticuatro horas del día. Me invitaron a unirme al grupo, que ahora se llama: John Ratt Five. Toco el pandero. Desde que estoy con ellos desayuno todos los días, no me duele la cabeza y estoy aprendiendo a dejar de buscar a María. Mi María.
Vamos a iniciar una gira mundial.

Radio Libertad

Por: Maki Lee

La radio estaba encendida y de pronto, dejó de sonar. Su foquito rojo lanzaba sus últimos destellos, traté de reanimarla dándole sendas palmadas en todas partes, pero enmudeció.
No dormí esa noche esperando encontrar algún resquicio de vida en ese artefacto que tanta veces platicara conmigo. Recuerdo un día que se puso a contarme la verdadera historia de la Revolución Cubana, en ese momento supe que yo había sido el Che, pero después me dio una bofetada para despertarme; yo no era ni fui el Che. Incluso una vez me premió por ser el único ciudadano que sabía quien le había dado ese nombre: Radio. A decir verdad, no era el único sapiente, pero sí el más rápido en ese instante.
Entre sueños oí de nueva cuenta esta estática susurrante en mi oído. ¡Estaba viva! Mi radio vivía. Trate de sintonizar alguna estación pero todo era zzzzzzzzzzzzzzzbzbzbzbzbbbbzzzzzzz: estática. Lo gris de la tele, auditivamente.
Estaba apoderándose de mí la histeria de no dar con alguna estación, con algún sonido, una voz, algo que no fuera sólo un zumbido. Daba vueltas frenéticamente al tuner para tratar de sintonizar. Recorrí todo el A.M., el F.M. hasta llegar al 108. 0 y nada, seguí con mis dedos sudorosos dando y dando hasta que se desapareció la flechita indicadora de frecuencia, se había perdido. De pronto, una voz decía: Estas escuchando el 109.6 de tu radio, síguenos todos los días a las seis de la tarde. La voz sonaba como miel escurriéndose sobre unos hot cakes pero lo más importante era que ¡había descubierto que existían frecuencias más allá de lo establecido! Estaba totalmente enlelado, hasta que me percate de que era imposible que existiera esa estación, desafiaba alguna ley de la física y de ¡la RTC!
Para descubrir el misterio con gran pesar practique una eoperación a “radio abierto” con ayuda de un desarmador. Estaba explorando las partes íntimas que con tanto pudor guardaba; le veía sus foquitos, fusibles, cables y botones. Pero la flechita nada más no aparecía, no podía saber si en verdad estaba marcando el 109.6. Estaba tan extasiado que no me fije que un tubito recorría el aparato cual columna vertebral y se lo rompí. De inmediato empezó a salir una sustancia pegajosa, ruidosa, musical y con una velocidad impresionante iba llenando a borbotones mi pequeño departamento. Recordé un cuento de García Márquez donde unos niños se ahogaban con luz y pensé: ¡ni madres, yo no me voy a morir entre hertz!
Corrí por unos audífonos y al momento que me los puse, empecé a flotar. Estaba llegando justo al techo y desde ahí podía ver todo Periférico. Estaba resignado a dejarme morir. Al fin y al cabo ya era un héroe, había liberado a la radio: La radio era libre ahora.
En eso estaba cuando abren la puerta bruscamente, eran mis vecinos que iban a reclamarme por el escándalo, pero antes de que pudieran decir algo, la ola hertziana los arrastró escaleras abajo y corrió rumbo a Periférico. Poco a poco iba inundando la arteria de la ciudad, pero nadie se daba cuenta pues confundían lo pegosteoso con su propio sudor y lo ruidoso-musical con el claxon de los automovilistas neuróticos por llegar a casa.
Ese día se armó un caos, decidí dejar prendida la radio para que siguiera fluyendo entre la gente y ver si podrían así ser libres de ellos mismos aunque fuera sólo por un momento.

Radio R

Por: Esaias H. Dominga

No puedo creer que sea la tercera vez que movemos todo esto en lo que va del mes; las piezas de equipo supuestamente delicadas están empezando a herrumbrarse de tanto tiempo que llevamos a la intemperie, temo que no vuelvan a funcionar. Maldita calle. Cada bache me hace doler la espalda y las rodillas. Para colmo, la lluvia tupida que hemos de aprovechar, disminuyendo así el riesgo de ser detectados, no deja ver nada a nadie, ni a pie ni en transporte. El torton va a ciegas atinando en cada bache que el camino le pone en frente, que deben ser, por cierto, todos los que el dichoso enlodado tiene por ofrecer. Como no podemos arriesgarnos a que nos cache la patrulla traemos los faros apagados, el stop del freno desconectado y venimos confiados en un hombre que dice ha recorrido demasiadas veces este tramo enorme de tierra sepia y nebulosa, por lo que puede hacerlo sin luces, de noche y sin luna. Yo vengo en la parte de atrás, traigo los binoculares, esos caros que me robé de la tienda del centro cuando empezaron las pesquisas de los barrios bajos y se destrampó el orden en todo el primer cuadro de la ciudad. La tienda vendía artículos de campamento y deportivos; pude sacar dos cuchillos, estos lentes para ver en la oscuridad, una navaja suiza y un par de pantalones de guerrillero. De todas maneras los binoculares no funcionan muy bien, creo que eran los de exposición y muestra. La visión es de un verde pálido doloroso a los ojos y que a veces se apaga u oscurece del todo; como sea, sólo yo se usarlos y por eso vengo apretándome el abrigo en la parte trasera del truck, vigilando que no nos sigan de lejos, empapado como si hubiera decidido bañarme a bocajarro con todo y ropa. Hace rato que dejamos la última calle; el campo es un campo muerto. De repente, una luz me ilumina por la espalda; veo a José alumbrando el mapa que según Oscar no necesitamos pues su primo se sabe bien el trayecto. Nos perdimos. Con una linternita de nada José se rompe la cabeza para reconocer señales que no puede ver y paisajes igualmente prietos. Antes de apagar la linterna se voltea a verme. Sonríe. Contesto la sonrisa aseverando con la cabeza y nos volvemos a despedir en la oscuridad. Ambos estamos campantes a pesar de todo. Creemos con fe que lo que hacemos tiene un sentido en esta época en que nada lo tiene. Somos parte de la pobrísima resistencia que aún se mantiene, pero la parte con conciencia límpida, ya que no hemos matado ni herido de muerte a nadie. Somos los pacifistas que se encargan de llevar la verdad sintonizable a las fronteras del país, donde están los periodistas sin visa de entrada por que no benefician al régimen impuesto por los militares. Mi hermano es militar; está muerto. Le regalé la navaja en su cumpleaños, el día anterior a que lo requirieran; se fue con el regalo en su bolsillo y en el de junto una enorme y franqueada duda de estar haciendo lo correcto. –Al menos yo estoy haciendo lo correcto.- Israel jamás lloró pero lo vi sollozar y tomar toda esa noche antes de irse, tenía el miedo y la vacilación en los abrazos. No sé que haya sido de sus hijos y esposa, la verdad es que me he cuidado de enterarme. A las mujeres las violan y a los niños los matan. Frenamos, tirándome el vaso con café que descansaba entre los pies; parece que llegamos. El camión se detiene y apaga el motor. Inmediatamente me bajo y saco el cuchillo que traigo en la bota. Tan pronto recorro terreno y apaciguo mi paranoia, inicio el lento descargue de cajas y cables que luego conectaré tan metódicamente como me enseñaron a hacerlo, pero sin poder entender que funciones cumplen entre el transmisor, el sintonizador y los demás aparatos. Debo tener todo listo para cuando llegue el segundo camión con las noticias y el generador a base de gasolina. Pero no llega. Estamos aquí hace mas de hora y media y lo que único que podemos desear es que también se hayan perdido. Si los detuvieron, ya debe venir hacia nosotros un operativo para interceptarnos: tortura y muerte. No quiero morir en esta guerra que mató a mi hermano. Varias veces pienso en dejar todo y marchar hacia la frontera -que debe estar cerca- cruzarla y transformarme en un refugiado que lucha en el exterior incitando la opinión pública. Sin darme cuenta, poco a poco, lánguido, me voy alejando, imperceptiblemente del camión y la estación; palpito aceleradamente mientras un calor me lastima el dorso y junto fuerzas para correr hacia lo lejos. Camino. Corro. No llevo más de doscientos metros cuando me cierra la calzada un obstáculo que se acerca de frente; escucho un motor, me turbo y caigo al suelo. En lugar de correr a algún otro lado me empequeñezco sobre la tierra; tiemblo, aprieto los dientes y pienso en mis compañeros y en que acabo de revelar nuestra posición. He traicionado a Jorge, a Oscar y a su primo, y a la rebelión que depende de nosotros. Siento que mis párpados se encienden cuando el vehículo prende las luces sobre mí. Me apretujo más en mi mismo, sudo, y siento unas botas levantar polvo percudiéndome el rostro. Pero la voz gentil de Alfredo con su educación privada y botas norteñas me desmiente de mis pesadillas despiertas. Una vez que abro los ojos, que veo su rostro delicado y me tranquilizo, deciden apagar nuevamente las luces del camión. No se perdieron, pero tuvieron que rodear todo el cerro para llegar con nosotros desde otro flanco; había informes de presencia de patrullas por su ruta. Me subo a la parte de atrás y desenrollo el cable del generador mientras entibio los potes de gasolina. Apenas parquea, salto del transporte arrastrando el cable del eléctrico y busco un sitio seco para dejarlo. Como todo está húmedo me quito las ropas; con la playera seca que traía pegada al cuerpo, hago un nicho donde pongo los enchufes, los envuelvo para que no se mojen; por último, les tiro encima el chaleco de piel. Reviso que la lona del camión del generador esté tensa, no se vaya a volar con los ventarrones, y ya con los potes tibios, arranco el master; lo fijo al máximo mientras le vierto algunos litros, chequeando que las bandas giren, que no estén rotas; exploro el medidor del acumulador contando su voltaje y miro como se aviva el tablero lleno de foquitos y medidores. Voy por un foco de 60 Watts para la lámpara de Alfredo, siempre se le funde cuando tenemos que mudarla, despliego la mesa y silla donde leerá sus informes nuestro periodista por no sabemos cuánto tiempo y arrastro una segunda silla a la distancia indicada para escucharle sin distraerle. Dejo que esta silla, al borde de la mesa, cruja con mi peso y respiro hondo al tenor de un trabajo bien hecho. Busco en el suelo el termo de café que boté aquí cerca, aunque para ello tenga que estremecerme un poco por el frío. Antes de reclinarme sobre el respaldo y provocarle su último quejido a la madera, dirijo la mirada al montículo de mi chaleco y playera engurruñados; apeno un poco el gélido en mis dedos y entrañas y, tras más de ocho horas de haber partido de la ciudad, descanso.
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De la ciudad sólo queda un resplandor anaranjado que nos despide en el horizonte. Pareciese que puede adivinar los riesgos de nuestro cometido y el por qué hemos de abandonarla durante la noche, cobijados en su oscuridad y su odinariedad, silenciosos ante el inefable hecho de ser descubiertos por aquéllos que la transformaron de un polis maravillante a un calcáreo amontonamiento gris, bastado de tropas vulgares que resguardan un poder ilegítimo. Voy revisando mis anotaciones; proyectando la lectura y los comentarios que nutren el noticiero insurrecto no necesariamente mío. Quisiera creer que al contemplar la posibilidad de acobardarme, de recular por donde vine y no exponer esta integridad mía tan lábil, no contemplara siempre una solución insostenible. Este informe nimiamente mío no es el desenlace inequívoco de un patriotismo reverberante; es el accidente que me distingue, convirtiéndome en alguien durante los conflictos; soy el resultado de mi educación, el trabajo y los amigos indicados en este tiempo sin nombre. Preferiría, mientras me dirijo al punto donde se transmitirá mi voz como icono de la verdad rebelde y de la resistencia, recordar los tiempos donde la radio me significaba horas de absorto estudio: hallando, rescatando, valorando y divulgando todos esos sonidos excelsos en una magnificencia clásica; y perdidos entre incontables laberintos de vinil negro. El frío ha empezado a calarme el tuétano mismo de los huesos; que en vislumbraciones alucinatorias desquiciantes alcanzo a discernir conglomerados con muchos otros; todos provenientes de los cadáveres de los rebeldes vencidos. Tengo que procurar dormir un poco. Debo llegar suficientemente fresco para mantener un tono firme y contínuo que permita entender las noticias del otro lado del receptor, y transmitir, junto con ellas, este sentimiento de angustia que nos acanalla la piel y que esperemos se apodere de la opinión pública. Además, ninguna de mis destrezas es útil en tanto el trayecto. Despierto sobresaltado, como siempre. Santiago dice que dormí por varias horas y falta poco para llegar, pero no reconozco esta parte del cerro; se que no se suponía que viniéramos por la ruta oeste, pero callo. De nuestras anteriores excursiones he aprendido que Santiago y su cuñado son extremadamente confiables, fieles y ennoblecidamente buenos; me proveen de una seguridad que ansío y anhelo. Casi llegando, alcanzamos a divisar corriendo el cuerpo macizo de Zacarías; sólo a él le conozco un cuerpo alto y ancho como una pared. Sin embargo, a pesar de su fortaleza, teme a los soldados y su locura, tal como nosotros; y entiendo que nos ha confundido con unos pues se acuclilla en el suelo temiendo que le disparen y sudando. Le pido a Agustín que detenga el camión y prenda las luces; inmediatamente me bajo, me le acerco calmoso y le hablo con gentileza; él me reconoce y veo su semblante despanicarse como un respiro asfixiado. Tan pronto apagan las luces se sube en la caja del camión y empieza a preparar el generador. Es un hombre duro, acostumbrado al trabajo pesadamente arduo que yo desconozco. Los tres en la cabina sabemos que intentó escapar a la frontera pero no diremos nada; el es más hombre que todos nosotros. Aún no hemos acabado de estacionarnos cuando miro a Zacarías saltar con el cable de electricidad, es como si nunca acabara de cansarse; por el retrovisor veo que se desnuda para proteger no concibo qué cosas y empieza a descargar los pocos muebles que vienen en el camión. Justo al final, invariablemente, pone una silla más junto a mí para escucharme mientras informo al mundo; él, de todos los sublevados y los periodistas en el extranjero, es el público que más me importa; es el único que permite sentirme necesario. Da la hora pactada y abro el micrófono, empiezo a leer aquello que interesa en el frente y no las glosas facciosas del noticiario oficial. Zacarías me escucha atento, no ignoro su ingente deseo de ser locutor cuando escuchaba la radio en la Universidad, ni que le admiro.
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Los meses han gastando los bordes de mi identificación: Daniela Pineda. Corresponsal del Nuevo Diario de la Ciudad; en breve empezará a notarse que no está renovada y dependeré únicamente de las transmisiones clandestinas. Hace año y medio que renuncié al periódico debido al encubrimiento noticioso cuando las movilizaciones castrenses. Pude conservar el ID sin embargo me avergüenza mostrarlo; me duele como la primera vez el recuerdo de esa primera plana enumerando los falsos logros del gobernante y su administración, mientras los militares se abrían paso entre selvas, pueblos y ciudades por órdenes incuestionables. Manteniéndome expatriada por mi seguridad, debo padecer una impotencia diaria por no batallar contra el régimen impuesto que tanto desprecio. Hoy, como otras sombras, observo mi tierra natal cerca del desierto, desde un país que no es el mío y del que no puedo regresar a mi patria. Dan las once de la noche y enciendo el sintonizador y la grabadora para preservar el informe noticioso de la radio resistente, encabezada por Alfredo Santillán, miembro de la casta gobernante que reniega sus raíces para respaldarnos, quien divulga al extranjero lo que acontece tras esta barda que me atrapa el corazón tanto como la mirada.
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Buenas noches, soy Alfredo Santillán. Esta es la transmisión insurrecta número catorce de las noticias de nuestro país, atrapado en una guerra intestina de ilegitimidad. A través de las ventajas de esta tecnología y sus señales inaprehensibles, nos comprometemos, tal como al principio, a enterarles de la verdad auténtica: el pasado cuatro de septiembre fueron por fin localizadas las instalaciones mantenidas como cuartel de interrogatorio y tortura por el Gral. Larrea. Dentro, varios de los llamados desaparecidos por el régimen fueron hallados aún con vida; lamentablemente, Domingo Estrada, líder del Movimiento de Emancipación del Sureste, fue asesinado a quemarropa por un guardia para evitar su liberación. En memoria del Dirigente Estrada: “La eminente esencia de la humanidad y de nuestro patriotismo, constituida dentro de los santuarios cuyos valores cimentaron nuestra nación, revelará en todos nosotros la visión de una esperanzada probidad durante ésta época de envilecimiento. Como prójimos, no dejaremos de asombrarnos ante las maravillas erigidas sobre las cenizas derrotadas del yugo de nuestra ensoñación; incluso frente a la intolerancia y la represión habremos de resistir. Combatiremos este manto taciturno que se nos avecina con su insolente amenaza sobre nuestra integridad, en aras de la nobilísima tarea de rendir nuestras mentes y cuerpos al íntimo deseo único de Libertad…”

Radio Popote.

Por: Acá Né.

El locutor encenderá su tabaco. Un técnico tras ventana le hace señas. El locutor tapa el micrófono con la mano y pregunta:
-¡¿Qué?!
-No se dice “¡¿Qué?!”, se dice –sonríe y suaviza la voz- “¿Mande?”
-No chinges, pendejo; ya dime.
-El cigarro…
El locutor acerca la llama al cigarro, sin dejar de mirar al técnico, y repite:
-¿Qué, idiota? Cómprate los tuyos.
-…está del revés.
-Cof, cof…ghrrf, cof…
Efectivamente, la lumbre ha encendido el filtro, los pulmones se llenan de no sé qué, el cartel que reza AIRE se ilumina, el locutor saluda a su audiencia:
-Cof… ghrrrf, cof, cof… ah, chingar.
El técnico, algunos dicen que es su amigo, le señala con el índice el cartel. El locutor se sobresalta y le dedica un dedo distinto; vuelve a saludar, esta vez consciente de que lo hace:
-¡Ánimo, enfermos terminales! Ha empezado Cof-Cof, su programa antigripal.
Luego sigue tosiendo a gusto. Un buen rato. Cuando se calma, anuncia:
-¡Qué en paz descansen, amigos! Ha terminado Cof-Cof, su programa antigripal.
El técnico presiona una tecla y la música da a entender que, con fortuna, al volver ya no habrá un tuberculoso frente al micrófono.
-Oye, güey, límpiale, dice el técnico.
-¿Y ahora qué chingados…?
-Tus comos, güey, no son pa’ untar el micro.
El locutor enciende otro cigarro, esta vez se cerciora de que los doscientos dieciséis químicos que se apretujan en el cilindro de papel se encuentren en el extremo correcto. Cómo extraña los Alitas, no tienen filtro... antes los hacían con papel de arroz. Con un dedo recoge el moco chilango contaminado que cuelga del micrófono y lo avienta hacia su compañero. El vidrio que los separa se queda con la mugre, que lentamente desciende en línea recta dejando una estela amarillenta, o grisácea, que mañana será una costra. El técnico saca la lengua, abre los ojos con énfasis psicótico y lame el lado opuesto del vidrio, a la altura de eso que cae: las vicisitudes de chambear en una radio.
Éstas y otras gratas experiencias de vida son sólo posibles gracias a un individuo, de apellido Marconi, que hace bastante tiempo inventó lo que al principio se denominó Telegrafía sin hilos, pero que gente más cuerda llamó Radio.
-No, güey, Tesla inventó la radio.
-La patente la obtuvo Marconi; ergo, él inventó la radio.
-Los gabachos se desdijeron después, güey. Tesla inventó la radio.
-Estás de la verga, pendejo, eso hicieron porque tenían una pinche deuda por derechos con la empresa de Marconi. No seas mamón.
-Güey, si es por eso: a Marconi le dieron la patente, en primer lugar, güey, porque Edison le ponía. Y todos saben que por esa época Edison le ponía a todos los de esa pinche oficina de patentes, güey.
-No mames, acabas de ganar el concurso de la radio por la pendejada más grande, güey, puedes pasar a retirar tu premio de mis pantalones.
-Tu culo, cabrón.
El técnico no responde a esta provocación, sino que se baja los pantalones y coloca el trasero contra el vidrio: lanza un gas que lo empaña. No es invierno, el vidrio no está frío: el pedo está hirviendo. El locutor le avienta el micrófono, cosa que nuevamente se estrella contra el cristal; pero que, por lo menos, sobresalta al técnico, quien da media vuelta, mira los controles, y con la mano cuenta: 4, 3, 2, 1. El locutor se lanza desde su asiento, rueda militarmente por el suelo hasta el micrófono, lo toma y dice:
-Bienvenidos, aman… ¡uh!… ¡oh!… ¡ARGH!
Puf. Golpe seco. Micrófono que cae al piso. Silencio. Luego cambia la voz y habla gravemente:
-Bienvenidos, amantes de la música Réquiem, con gran pesar cumplimos con el deber de informarles que su locutor habitual, Claudio “Morituri te salutant” Báez, acaba de fallecer hace un instante, quién sabe por qué, dando término de esta manera a una prolongada carrera radial presentando los grandes clásicos fúnebres de la historia musical. Por eso, y en su honor, haremos un minuto de silencio, y luego trasmitiremos dos horas seguidas de Nortek: sintámonos en Tijuana. Hasta siempre, Gallo Claudio.
Exactamente dos horas y un minuto después, apenas llega el locutor para jadear:
-Y… y… y ahora… unos anuncios comerciales.
Mientras los jingles alivian a la audiencia moribunda, el locutor y el técnico se ponen al día:
-Oye, ¿adónde fuiste?
-Fui al banco, pagué el gas.
-¿Te vino mucho?
-No, no mucho, acostumbro bañarme con agua fría.
-Verga, tienes un problema.
-¿Y tú?
-¿Y yo? ¿Adónde fui yo?
-Al infierno, supongo.
-No, güey, no me acuerdo.
-Hmm, pacheco. ¿Al Burguer? ¿Al Burguer y no me trajiste nada, cabrón?
-Pinche imperialista, come tacos.
-¿Y a ti, güey, qué te importa lo que como?
-Estás hecho un cerdo, güey, ¿no viste el documental “Super Engórdame”?
-Sí, güey, es una mierda. Viva Sir Ronald Macdonald.
-Pinche payaso de mierda.
-Yo guardo en la cartera una foto de niño en la que me abraza, ¿quieres verla?
-Por mí, güey, que le avienten NAPALM mientras anima una fiesta de cumpleaños.
-¿Y los chavitos que estén de invitados?
-Yo qué sé, güey, sobreviven mutilados.
-Oye, güey, ya acaba la publicidad.
-Repítela.
-Va.
-¿Un gallo?
-Va.
-¿Ponchas?
-No.
Mitos de la creatividad pacheca:
Reefer, un chavo de por ahí, se fuma un porro, escribe o plagia una extensa obra titulada “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”, envía el manuscrito a imprenta, llega a su casa y masacra a toda su familia. Esta sinopsis no es enteramente fiel al hit hollywoodense de 1936, “Reefer Madness”, gran impulsora de la prohibición de la hierba en el Norte; sí, en cambio, es un argumento verde. ¿Para qué? Para no decir: fluye la onda, brother, connection. No conozco a nadie que haya dicho eso, en realidad, pero me lo imagino, todo así como falto de esqueleto, ondulándose mientras camina. La cuestión es que, aunque fumes, no fluye nada que no esté previamente empaquetado como fluido.
Netas de la creatividad pacheca:
El locutor y el técnico juegan Piedra, Papel o Tijera. Al locutor se le enredan los dedos, los efectos en su motricidad son patentes, quiere hacer Tijera y su puño sólo es capaz de Piedra o Papel. No muy rápido –los efectos-, el técnico por fin nota este punto flaco en su contrincante. El marcador va ocho-ocho. Para ganar, alguno debe sacar dos puntos de diferencia. Pero de ahí en más, el técnico sólo hará Papel, sabe que el locutor no puede hacer Tijera. Éste, consciente de sus incapacidades, decide no hacer Piedra, pues sabe que su rival sabe y que por ende únicamente hará Papel. Entonces también hace Papel, siendo que Tijera le es imposible y Piedra inconveniente.
Papel contra Papel. Papel contra Papel. Papel contra Papel. Para Dios, que todo lo ve, o que todo love -no puede salvarlos de otra manera-, verlos jugar debe ser sumamente intrigante, un rollo antropológico.
-¿Qué pedo, güey?
-Ya pierde de una vez, cabrón.
Ambos apostaron la identidad: si el técnico gana, y aparentemente tiene mayores posibilidades, cambiará su puesto tras la ventana, será locutor en la siguiente trasmisión. En cambio, si por algún giro de la fortuna ganase el locutor, robará la función de su compañero: fungirá de técnico en el programa que sigue.
-Oye, güey, ¿cuánto va?
-Igual, ocho-ocho.
-Güey, estaba pensando…
-¿Qué, güey? No me distraigas, juega.
-Que si gano, güey, estaré en tu lugar; y si pierdo, güey, como tu estarás en mi lugar, yo tendré que estar en el tuyo.
-Ay, cabrón…
Cambian roles, al fin y al cabo. El locutor, ahora técnico, observa meditabundo los controles de la cabina. El técnico, ahora locutor, fuma cigarros ajenos. Con un texto en la mano espera que acaben los eternos comerciales.
El guión que le toca leer está en un idioma que desconoce, pero escrito con la fonética de quien habla español, aparentemente. Ambos saben, les comentaron algo, que es el rollo antropológico de un chavo medio extraterrestre, sí, una tesis o algo así. La consigna: iniciar la lectura a las seis y cuarto, durante el programa de folklore musical.
A falta de otra cosa mejor, el técnico/locutor lee, se emociona algunas veces, otras grita, en ocasiones solloza. No tiene la menor idea de lo que hace. Por su parte, el locutor/técnico presiona botones, se escuchan efectos especiales de sonido: rayos, explosiones, música de circo. Algo huele a quemado.
A kilómetros de allí, con la risa nerviosa del loco, el tesista anota en su diario de campo las reacciones de los pobladores. Puede parecernos un hijo de puta: antropología de la histeria masiva, investiga qué sucede cuando se siguen los pasos de Orson Welles y se trasmite, sin previo aviso y según el grupo étnico, una dramatización noticiosa de la “Guerra de los Mundos”, de H. G. Wells. No lo juzguemos tan rápido, esperemos resultados; sin embargo, tengamos en cuenta lo sucedido en Ecuador. Anochece un sábado veraniego de 1949, Radio Quito trasmite un especial del par de guitarristas más populares de la nación, pero los interrumpe, ya sabemos con qué. El pánico es previsible, embotellamiento, adúlteros que imploran perdón, mezquinos despilfarradores, sacerdotes y prostitutas, etcétera. Cuando al fin se enteran de la broma, acuden en turba a la estación radial. Le prenden fuego. Veinte muertos.
Volviendo al caso, nuestro técnico sigue leyendo y el locutor que presiona botones. Apacibles. Música de circo. Algo huele a quemado.
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Radio

Por: Oidardo

WawiiituuuRrazas del mundggggggg 324 FM!! Su estaciaaaaaa
Apenas. Apenas tengo fuerzas para girar… la rueda que cambia de estación…..
Tffrrffrrffrfffrpor nuestro amor por nuestro ayer yo te lo pidokjjjj ¿Cuánta gente calculan ustedes esta noche en el estadio Aztecrshht
No la encuentro. No sé si la encuentre. Llevo décadas y no la encuentro….
PgaagggghhhEl índice NASDAkssssshhhhhuuuuPor eso Jesús dice: Yo soy el camino, la verdad y lasshngshwuu
Busco las palabras, los sonidos, que me digan cómo salir de aquí, cómo entrar al centro, cómo gozar la piel. No mi piel ni la de otro, sino la piel: mi piel, la de otro.
Kuggghhhghhhhhgghhhhhh Fly to a dream far across the sea All the burdens gone Open the chest once mo…[1]RrrrdEl problema de los indígenas es un problema que nos afecta a todos, por eso es importante que nos preocupemos por nuestros hermanos de la selfrtgssh
Busco las palabras, los sonidos, con los que pueda decirle a alguien que tengo un cuerpo, que no soy mano de obra, ni barata ni cara, sino mano de apretón, de caricia. Porque sé que no estoy solo en este desierto de jaulas rodantes.
Trsssshhhhhhtt Y soy rebelde cuando no sigo a los demleaaac If I move this could die Eye's move this can die Come'on take me out[2]
Busco los oídos, los nervios, que reciban las palabras, los sonidos, los roces de quien me haya descubierto nadando entre el petróleo.
IññweeeaaauuuuA ningún presidente se le había exigido tanto como a meeeaaaagghhhYo no nací pa’ pobre, me gusta todo lo bueffgbbltrtaacktlghh
No busco las visiones ni los ojos porque la luz del mundo —la del sol, la de los cuerpos, la de las pantallas— me ha cegado.
fffghhhaaaaaSo you children of the grave listen to what I say: If you want to have a world to live in, spread the words toda[3]eesssshhhhhhh
Con la fuerza que tenía, apagó el radio. En el silencio de la noche empezó a oír voces. Pero no temió.


[1] Vuela a un sueño más allá del mar. Todos los fardos se han ido. Abre el cofre de nuevo.
[2] Si me muevo, esto puede morir. Con el movimiento del ojo esto puede morir. Ándale, sácame.
[3] Entonces ustedes, niños de la tumba, escuchen lo que digo: si quieren tener un mundo en el que vivir, rieguen las palabras ahora.

Partículas en reposo

Por: Hetkinen

La antena gigante sobre el edificio le envolvía alegremente cuando Roque se animó a trabajar de intendente en la radiodifusora; y una vez que conoció por dentro las instalaciones, llamaron su atención de manera vivaz los locutores y colaboradores del lugar, quienes no tenían jamás el tiempo de hacer más cosas que hablar con los radioescuchas, seguir el guión de un libreto, dar una opinión, transmitir una información o mandar cortes musicales o comerciales; o saludar y beber el café hirviente de un vaso desechable y salir disparados a otras ocupaciones.
Pero Roque era desde antaño muy curioso. Ya podían verlo tomar la escoba y la jerga y la cubeta e iniciar la faena de tener barrido y olorosamente limpio el inmueble. Sí, en un principio era rápido con sus labores, aunque es justo decir que conforme discurría el tiempo también iba acumulando perspicacia, y para acabar con la incipiente rutina se propuso un sencillo entretenimiento –consistente en cuantificar las horas necesarias en que las personas ensuciarían su limpieza-.
Así pasaba los días y, si en principio bastaba sólo uno para acumular decenas de cestos de basura con materia que aún no se consideraría como tal, paulatinamente se necesitaron de pocas unidades y el lugar se pobló de higiene y voluntad.
Todos los locutores y colaboradores estaban agradecidos y en deuda con Roque, al grado de incluirlo en sus consideraciones. Asimismo, surgió para con él un afecto próspero y tal vez sincero por el sacrificio y esmero que empleaba ante el descuido inadvertido de los mismos.
Ya por entonces la curiosidad de Roque se había desplazado de los rincones sucios y de difícil acceso hasta los rincones en que ni las escobas, ni las cubetas, ni las jergas podían llegar, sus pensamientos. Y claro, esto último se daba porque, al laborar en una estación de radio, uno se ve sometido a la estimulación constante y natural de encontrarse día a día con canciones y noticias recientes, frescas.
De improviso se vio motivado por las visiones particulares de cada uno de los invitados que visitaban las instalaciones y progresivamente se forjó una opinión, si no sólida, sí respetable y con ciertos visos de inteligencia acerca de temas muy variados. Era envidiable el modo como Roque posaba su mentón sobre la punta de una escoba y su mirada se tornaba penetrante y aguda durante los debates. No, no concordaba su vestimenta de intendente en aquellos cuadros, pero su curiosidad encajaba en todo.
Pues así, también se le veía curiosear en los rubros musicales. Y si tenía la fortuna de escuchar en alguno de los incesantes días una pieza que cautivara sus sentidos, después se le podía ver de aquí para allá averiguando el nombre del intérprete o del conjunto que le había erizado el cuerpo y emancipado las emociones.
En un número indefinido de ocasiones se le escuchaba tararear con notable convicción alguna frase llena de peculiaridad, al punto de resultar inevitable a los colaboradores preguntarle por lo que envolvía su mente galopante. Y Roque se interrumpía gustoso para hablarles con deliberada pasión, contagiante desenfreno y caluroso detalle de las mujeres que en cada canción encontraba; y las describía, mientras aseguraba que en algún momento determinado de su vida las hallaría y ellas le observarían embebidas y deseosas de que Roque no parara de inundarles con sus palabras tan tempestuosas y arrebatadas.
Sin embargo, y cuando todo era pleno, ocurrió que una tarde sumamente extraña en que le informaban sobre sus cercanas vacaciones, se sintió sobrecogido. Mas intentó difuminar aquel estado vacilante al imaginar que bien podría dedicar esos días de relativo descanso a visitar la abandonada bodega de la estación radial, que nadie visitaba y que contenía los ya desprestigiados y desvalorados discos de vinil, con la firme intención de explorarlos, expandiendo así las emociones que desde hace tiempo le traían estremecido –ya fuese cuando subía o bajaba una nota vocal; o bien, cuando bajaba o subía una musical-.
Decidió que, una vez pasada su semana vacacional, emprendería un viaje por las calles que desconocía y quizá allí se encontraría con alguno de los rostros prefigurados.
Finalmente llegó el día en que comenzaron las vacaciones para Roque.
Ese día se despidió de sus compañeros únicamente con un ligero gesto de sus manos y al poco tiempo ya se encontraba infiltrado entre las estrechas paredes que resguardaban una escalera ruinosa y culminaba en una puerta de madera derruida por el paso de los años, por donde nadie entraba ya y almacén de tantas grabaciones antiguas.
Casi de inmediato y en el umbral de la puerta inestable estornudó tras percibir en su nariz el polvo. Conforme se adentraba, procuraba moverse cautelosamente, pero las partículas de polvo le impedían respirar sin dificultad. Pudiera ser que las partículas le hicieran daño, pero eso no le impedía seguir. Sus ojos se extasiaron al contemplar los portentosos y soberbios anaqueles metálicos tan llenos de nostalgia.
Pese a que la visibilidad era escasa, avanzaba, y el piso de madera crujía. Distinguió un lugar donde se concentraba un poco de iluminación y contempló algunas portadas de otras épocas. Como el ambiente se volvía denso y pesado, y los crujidos comenzaron a inquietarle, optó por tomar algunos discos y llevarlos a otro lugar para admirarlos con plena claridad.
Se disponía a volver cuando, en un momento que hoy no cesa de maldecirse, tras quitar de su sitio y al azar uno de los discos, entró polvo y basura en sus ojos, por lo que tuvo que restregarlos; caminó un poco y tropezó para estrellarse contra una de las torres metálicas. En un intento quiso prenderse de una de las esquinas, pero lo que hizo fue atraerla más bruscamente hacia sí. No supo valorar la fuerza de sus muñecas. No supo. Todavía en ese momento tuvo a desesperarse, pues sentía cómo se precipitaban sobre él los numerosos discos y aún no conseguía limpiar sus ojos. Se sintió aturdido mientras caía lentamente y esa fue la primera vez que experimentó angustiado un dolor hondo en su interior, y su ser se ahogaba en aquellas instalaciones que le colmaron el alma de tantas sensaciones bellas. Algo pasó en él de repente porque perdió toda la fuerza y se sintió muy fatigado. Ya no manoteó los discos que se le precipitaban. Un segundo anaquel cayó seco y letal sobre su cabeza y el tercero le fue imposible sentirlo. Los cartones de las portadas amortiguaron todo el ruido generado y el silencio de la muerte colmó en breves instantes aquella olvidada bodega.
Todas las partículas reposaron de nuevo.
Los jóvenes trabajadores hoy ya no son tan curiosos. Sólo notaron un ambiente extraño cuando al cabo de algunos días un olor putrefacto llenó el ambiente de las cabinas y el resto de las instalaciones. Sólo entonces repararon en la ausencia de Roque. Con una inspección meticulosa identificaron de dónde provenía el vomitivo olor y algunos de ellos se atrevieron a entrar forzosamente en la bodega oscura. Cubrieron cuidadosamente sus fosas nasales con el cuello de sus coloridas camisas de algodón y divisaron con la luz de una linterna el cuerpo derrumbado, aprisionado e inerte; y con postura que carecía de deseos de salvarse.
No se sorprendieron mucho. Después de verlo salieron y volvieron al trabajo.