el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

lunes, noviembre 27, 2006

Wandolar, el de la voz de terciopelo

Por: CAORSE

Ahí, sin más razón que presumir su voz, comenzó a hablar y a poner canciones en el tocadiscos como si estuviera en la cabina de la radio. Los hombres apenas si lo volteamos a ver, pero Rosa Mapacha y Rosa Lucas no le quitaban los ojos de encima y lo escuchaban embelesadas. ¡Qué coraje me dio!, pues las Rosas luego luego de ofrecidas hasta una botella de aguardiente le invitaron, cuando a mí, que me decían que era su mejor cliente, ni una cerveza me fiaban. Como se rieron de mí el Piteco y el Gordo Gelo y hasta burla me hicieron que las Rosas me hubieran cambiado por otro gallo.
Maldito locutor de segunda, desde su llegada al pueblo puros problemas me había ocasionado. Ya ni la Evangelina Chichistiesas me quería hacer caso, dizque porque no era tierno y cariñoso como él, ni tengo voz aterciopelada.
Por eso cuando lo dejaron sin su fuerza y comenzó a cambiarle la voz, hasta me emborraché del puro gusto.
No es que le tuviera envidia, pero, ¡coño!, lo trataban como si fuera mi mero idolazo Pedro Infante, nomás porque era locutor de radio. ¡Ni que fuera artista! Eso sí, a las diez de la mañana estaban todas pegadas a la radio para escuchar su voz dizque varonil diciendo: “XEGF, Radio Fiesta, en el 7-40 de su radio, transmitiendo con 740 kilohertz de amplitud modulada desde Tecolutla, Veracruz, la perla del Golfo. Les saluda su amigo Wandolar Siempreviva y esto es... complacencias musicales. Bueno, sí, quién llama...” Y ahí estaban todas mandándole saludos y dedicándole canciones. Viejas pendejas, si el programa era para que le dedicáramos canciones a alguna amiga, novia o a quien tuviéramos gusto, pues; no para que le estuvieran mandando saludos las dos pinches horas de las “complacencias musicales”. Uno quería hablar para dedicar una canción y nunca podía porque siempre estaba el teléfono ocupado. Por eso que bueno que le pasó lo que le pasó.
Una noche coincidimos en el Triángulo de las Bramudas y con tres copas que se había echado entre pecho y espalda, presumía a gritos que en toda la pinche región no había ningún mendigo locutor que tuviera su voz y mucho menos lo que le colgaba en medio de las piernas. Ganas me daban de pararme de la silla y darle sus madrazos por hablador, pero nadie pudo demostrarle lo contrario, pues Rosa Mapacha dijo con seriedad que Wandolar encuerado se parecía al tripie que usa Nahu para sostener la cámara con que retrata novias y quinceañeras.
¡Ah como me caía gordo escucharlo!, pero lo que sea de cada quien ponía buena música en sus dos horas de “complacencias musicales”. Yo un día le dediqué “Luces de Nueva York” a la Tomasona Cruz y ya me andaban golpeando sus hermanos, dizque por difamación de honor. ¡Qué abusivos!, como si no se supiera en el pueblo de los andares de la Tomasona. El Cañasmiadas dice que a él lo trataba como rey y hasta le regalaba las cervezas. Vieja gorda, desde que la dejó el Torcuilo anda más ganosa que las solteronas Ferral. Yo creo que fue ella la culpable de la desgracia de Wandolar, pues junto con doña Aniv de la Rev Saqui organizó el “club de admiradoras de Wandolar Siempreviva, el de la voz de terciopelo”.
Wandolar se dejaba querer y en la calle se pavoneaba más que los guajolotes que cría doña Petra Salas. Ni él se la creía, qué iba de su oficio de carnicero a locutor de radio, pero como el sueldo que ganaba en la radio todavía no le ajustaba para cumplir con todos los compromisos que le exigía la fama, por la tarde atendía a regañadientes su carnicería. Doña Marije, su mujer, nomás lo miraba cuando despachaba lomo o diezmillo porque las muchachas de merecer hasta hacían cola aunque fueran sólo por medio kilo de bisteces.
Yo de puro coraje me volví vegetariano con tal de no comprarle ni diez gramos de carne porque Rosa Mapacha apenas si me saludaba y Rosa Lucas no paraba de hablar de Wandolar. Y cómo no, si les invitaba el trago, pagaba la música y las llevaba a pasear en lancha por el río y los esteros, antes de terminar en el hotel de Nasta, la que renta camas muy calientes y cobijadas.
Algunas solteras que por ahí andaban y varias casadas, pero malqueridas, le hicieron mucha propaganda. Dizque era mejor que el toro semental que mantiene contentas a las vacas de Chema Tamales, traía dinero en todas las bolsas, conversaba con voz como de Antonio Badú y no se rascaba los güevos delante de los demás. Su fama era tan buena que la madre Altagracia se santiguaba cada vez que lo veía venir y se cambiaba de acera, pues se decía que quien pisaba su sombra le salían sabañones y hongos en las uñas.
Tito Sivilino, el brujo de la Cantarranas -que trae un pleito a muerte con La Maestra porque en eso de las sesiones espiritistas le baja los clientes-, cuenta que lo que perjudicó a Wandolar fue una maldición, pero La Maestra dice que lo perdió su fama. Doña Marije poco tardó en saber de las andanzas de su marido en El Triángulo de las Bramudas, pero la bilis se le encaramó a los ojos cuando se enteró que se carcajeaba de ella una güera de pelo oxigenado y pechos de silicón, a la que su marido le dedicó desde la radio “Mamí me gustó” de Arsenio Rodríguez y llevaba todos los domingos a pasear en lancha. Y es que se cuenta que Wandolar ya no daba gasto sexual en su casa, andaba regalándolo en la calle como si fuera limosna.
“Ni una vieja más, me entendiste”, “ni una vieja más” –dicen que le gritó la noche de la desgracia. Pero Wandolar estaba engreído con su suerte y no hacía más que reírse. Cabrón Wandolar, con lo buena que está su vieja. Cierto que tiene pechos pequeños pero las piernas no se le quejan de varices. Pero la vida es así de dispareja y mal untada.
Sirle Ragazzo dice que fue el Padre Filemón el que la aconsejó, porque después de confesarse, a doña Marije le brillaban los ojos de la misma forma que a Yolanda La Loca cuando no toma su medicina.
El Cañasmiadas me contó después que el Padre Filemón estaba celoso de Wandolar porque hasta la beata doña Carolina hablaba entusiasmada de él.
Dominga Tassinari comentó el otro día en la cola para las tortillas, que el día de la desgracia fue a la carnicería de Wandolar a comprar un kilo de bisteces -de los suavecitos porque a Israel, su esposo, luego se le atoran los pellejos en el cogote y le da por ahogarse-, y encontró a doña Marije muy pensativa y afilando los cuchillos en el esmeril. La hoja del cuchillo brillaba de filosa, pero la señora, con la mirada fija, no dejaba de afilarlo.
Pobre Wandolar, nunca se imaginó terminar así. Lo que pasa es que el alcohol le dio la puntilla. Bebía peor que mi compadre Emilio Cecenes. Y no de vaso en vaso, sino de botella en botella.
Yo creo que el aguardiente de caña sí hace efecto. Porque si no hiciera, Wandolar se hubiera dado cuenta desde el momento en que se la agarraron para estirársela. Esa madrugada, copetiado de aguardiente, ni siquiera escuchó la música de “Herido de sombras” que tocaba la radio, mientras doña Marije con el cuchillo carnicero se vengaba de tantos agravios. Wandolar despertó bruscamente cuando ya su virilidad brincaba como pez en medio de un charco de sangre y se puso a gritar como loco. El doctor Homero tuvo que costurarlo en punto de cruz para que no se vaciara y recetarle tres botellas de suero.
Doña Marije se asustó por lo que había hecho, pero más con la turba de mujeres desheredadas que esperaban afuera de su casa para lincharla y sólo la intervención de la policía evitó una desgracia mayor.
El doctor Homero lo alivió en menos de un mes. Y desde el primer día que salió, las risitas disimuladas a su paso. Al principio Wandolar y doña Marije lo tomaron con calma y resignación, pero fue imposible soportar tanta desolación, pues de la virilidad triunfadora de tantas húmedas batallas, apenas quedó una fuentecita de sal. Nada para nadie. Ni pa’ las otras, que eran muchas, ni pa’ la que había firmado ante el juez de lo civil.
Cuando lo vi pasar con su maleta, supe que se iba para siempre del pueblo. El doctor Homero platicó en el billar que Wandolar iba cómplice de los del otro bando, pues ya se le andaba adelgazando la voz y a Chabela, la abonera, le había comprado media docena de calzones color de rosa.
Doña Marije anda en busca de otro gallo porque ya son muchos días de sequía. Ayer que pase por su carnicería hasta un kilo de lomo me quería regalar. Yo le dije que hace rato que soy vegetariano y nomás se rió de mí. Pinche vieja, por mí que se quede con las ganas, no tengo el menor deseo de suplir al amigo Wandolar, no vaya ser que en un arranque de celos quiera vender el kilo de filete a precio de aguayón, y menos ahora, que ando con ganas de chambear en la Radio esa, la de las “complacencias musicales”...