el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

sábado, noviembre 25, 2006

Radio Libertad

Por: Maki Lee

La radio estaba encendida y de pronto, dejó de sonar. Su foquito rojo lanzaba sus últimos destellos, traté de reanimarla dándole sendas palmadas en todas partes, pero enmudeció.
No dormí esa noche esperando encontrar algún resquicio de vida en ese artefacto que tanta veces platicara conmigo. Recuerdo un día que se puso a contarme la verdadera historia de la Revolución Cubana, en ese momento supe que yo había sido el Che, pero después me dio una bofetada para despertarme; yo no era ni fui el Che. Incluso una vez me premió por ser el único ciudadano que sabía quien le había dado ese nombre: Radio. A decir verdad, no era el único sapiente, pero sí el más rápido en ese instante.
Entre sueños oí de nueva cuenta esta estática susurrante en mi oído. ¡Estaba viva! Mi radio vivía. Trate de sintonizar alguna estación pero todo era zzzzzzzzzzzzzzzbzbzbzbzbbbbzzzzzzz: estática. Lo gris de la tele, auditivamente.
Estaba apoderándose de mí la histeria de no dar con alguna estación, con algún sonido, una voz, algo que no fuera sólo un zumbido. Daba vueltas frenéticamente al tuner para tratar de sintonizar. Recorrí todo el A.M., el F.M. hasta llegar al 108. 0 y nada, seguí con mis dedos sudorosos dando y dando hasta que se desapareció la flechita indicadora de frecuencia, se había perdido. De pronto, una voz decía: Estas escuchando el 109.6 de tu radio, síguenos todos los días a las seis de la tarde. La voz sonaba como miel escurriéndose sobre unos hot cakes pero lo más importante era que ¡había descubierto que existían frecuencias más allá de lo establecido! Estaba totalmente enlelado, hasta que me percate de que era imposible que existiera esa estación, desafiaba alguna ley de la física y de ¡la RTC!
Para descubrir el misterio con gran pesar practique una eoperación a “radio abierto” con ayuda de un desarmador. Estaba explorando las partes íntimas que con tanto pudor guardaba; le veía sus foquitos, fusibles, cables y botones. Pero la flechita nada más no aparecía, no podía saber si en verdad estaba marcando el 109.6. Estaba tan extasiado que no me fije que un tubito recorría el aparato cual columna vertebral y se lo rompí. De inmediato empezó a salir una sustancia pegajosa, ruidosa, musical y con una velocidad impresionante iba llenando a borbotones mi pequeño departamento. Recordé un cuento de García Márquez donde unos niños se ahogaban con luz y pensé: ¡ni madres, yo no me voy a morir entre hertz!
Corrí por unos audífonos y al momento que me los puse, empecé a flotar. Estaba llegando justo al techo y desde ahí podía ver todo Periférico. Estaba resignado a dejarme morir. Al fin y al cabo ya era un héroe, había liberado a la radio: La radio era libre ahora.
En eso estaba cuando abren la puerta bruscamente, eran mis vecinos que iban a reclamarme por el escándalo, pero antes de que pudieran decir algo, la ola hertziana los arrastró escaleras abajo y corrió rumbo a Periférico. Poco a poco iba inundando la arteria de la ciudad, pero nadie se daba cuenta pues confundían lo pegosteoso con su propio sudor y lo ruidoso-musical con el claxon de los automovilistas neuróticos por llegar a casa.
Ese día se armó un caos, decidí dejar prendida la radio para que siguiera fluyendo entre la gente y ver si podrían así ser libres de ellos mismos aunque fuera sólo por un momento.