el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

sábado, noviembre 25, 2006

Partículas en reposo

Por: Hetkinen

La antena gigante sobre el edificio le envolvía alegremente cuando Roque se animó a trabajar de intendente en la radiodifusora; y una vez que conoció por dentro las instalaciones, llamaron su atención de manera vivaz los locutores y colaboradores del lugar, quienes no tenían jamás el tiempo de hacer más cosas que hablar con los radioescuchas, seguir el guión de un libreto, dar una opinión, transmitir una información o mandar cortes musicales o comerciales; o saludar y beber el café hirviente de un vaso desechable y salir disparados a otras ocupaciones.
Pero Roque era desde antaño muy curioso. Ya podían verlo tomar la escoba y la jerga y la cubeta e iniciar la faena de tener barrido y olorosamente limpio el inmueble. Sí, en un principio era rápido con sus labores, aunque es justo decir que conforme discurría el tiempo también iba acumulando perspicacia, y para acabar con la incipiente rutina se propuso un sencillo entretenimiento –consistente en cuantificar las horas necesarias en que las personas ensuciarían su limpieza-.
Así pasaba los días y, si en principio bastaba sólo uno para acumular decenas de cestos de basura con materia que aún no se consideraría como tal, paulatinamente se necesitaron de pocas unidades y el lugar se pobló de higiene y voluntad.
Todos los locutores y colaboradores estaban agradecidos y en deuda con Roque, al grado de incluirlo en sus consideraciones. Asimismo, surgió para con él un afecto próspero y tal vez sincero por el sacrificio y esmero que empleaba ante el descuido inadvertido de los mismos.
Ya por entonces la curiosidad de Roque se había desplazado de los rincones sucios y de difícil acceso hasta los rincones en que ni las escobas, ni las cubetas, ni las jergas podían llegar, sus pensamientos. Y claro, esto último se daba porque, al laborar en una estación de radio, uno se ve sometido a la estimulación constante y natural de encontrarse día a día con canciones y noticias recientes, frescas.
De improviso se vio motivado por las visiones particulares de cada uno de los invitados que visitaban las instalaciones y progresivamente se forjó una opinión, si no sólida, sí respetable y con ciertos visos de inteligencia acerca de temas muy variados. Era envidiable el modo como Roque posaba su mentón sobre la punta de una escoba y su mirada se tornaba penetrante y aguda durante los debates. No, no concordaba su vestimenta de intendente en aquellos cuadros, pero su curiosidad encajaba en todo.
Pues así, también se le veía curiosear en los rubros musicales. Y si tenía la fortuna de escuchar en alguno de los incesantes días una pieza que cautivara sus sentidos, después se le podía ver de aquí para allá averiguando el nombre del intérprete o del conjunto que le había erizado el cuerpo y emancipado las emociones.
En un número indefinido de ocasiones se le escuchaba tararear con notable convicción alguna frase llena de peculiaridad, al punto de resultar inevitable a los colaboradores preguntarle por lo que envolvía su mente galopante. Y Roque se interrumpía gustoso para hablarles con deliberada pasión, contagiante desenfreno y caluroso detalle de las mujeres que en cada canción encontraba; y las describía, mientras aseguraba que en algún momento determinado de su vida las hallaría y ellas le observarían embebidas y deseosas de que Roque no parara de inundarles con sus palabras tan tempestuosas y arrebatadas.
Sin embargo, y cuando todo era pleno, ocurrió que una tarde sumamente extraña en que le informaban sobre sus cercanas vacaciones, se sintió sobrecogido. Mas intentó difuminar aquel estado vacilante al imaginar que bien podría dedicar esos días de relativo descanso a visitar la abandonada bodega de la estación radial, que nadie visitaba y que contenía los ya desprestigiados y desvalorados discos de vinil, con la firme intención de explorarlos, expandiendo así las emociones que desde hace tiempo le traían estremecido –ya fuese cuando subía o bajaba una nota vocal; o bien, cuando bajaba o subía una musical-.
Decidió que, una vez pasada su semana vacacional, emprendería un viaje por las calles que desconocía y quizá allí se encontraría con alguno de los rostros prefigurados.
Finalmente llegó el día en que comenzaron las vacaciones para Roque.
Ese día se despidió de sus compañeros únicamente con un ligero gesto de sus manos y al poco tiempo ya se encontraba infiltrado entre las estrechas paredes que resguardaban una escalera ruinosa y culminaba en una puerta de madera derruida por el paso de los años, por donde nadie entraba ya y almacén de tantas grabaciones antiguas.
Casi de inmediato y en el umbral de la puerta inestable estornudó tras percibir en su nariz el polvo. Conforme se adentraba, procuraba moverse cautelosamente, pero las partículas de polvo le impedían respirar sin dificultad. Pudiera ser que las partículas le hicieran daño, pero eso no le impedía seguir. Sus ojos se extasiaron al contemplar los portentosos y soberbios anaqueles metálicos tan llenos de nostalgia.
Pese a que la visibilidad era escasa, avanzaba, y el piso de madera crujía. Distinguió un lugar donde se concentraba un poco de iluminación y contempló algunas portadas de otras épocas. Como el ambiente se volvía denso y pesado, y los crujidos comenzaron a inquietarle, optó por tomar algunos discos y llevarlos a otro lugar para admirarlos con plena claridad.
Se disponía a volver cuando, en un momento que hoy no cesa de maldecirse, tras quitar de su sitio y al azar uno de los discos, entró polvo y basura en sus ojos, por lo que tuvo que restregarlos; caminó un poco y tropezó para estrellarse contra una de las torres metálicas. En un intento quiso prenderse de una de las esquinas, pero lo que hizo fue atraerla más bruscamente hacia sí. No supo valorar la fuerza de sus muñecas. No supo. Todavía en ese momento tuvo a desesperarse, pues sentía cómo se precipitaban sobre él los numerosos discos y aún no conseguía limpiar sus ojos. Se sintió aturdido mientras caía lentamente y esa fue la primera vez que experimentó angustiado un dolor hondo en su interior, y su ser se ahogaba en aquellas instalaciones que le colmaron el alma de tantas sensaciones bellas. Algo pasó en él de repente porque perdió toda la fuerza y se sintió muy fatigado. Ya no manoteó los discos que se le precipitaban. Un segundo anaquel cayó seco y letal sobre su cabeza y el tercero le fue imposible sentirlo. Los cartones de las portadas amortiguaron todo el ruido generado y el silencio de la muerte colmó en breves instantes aquella olvidada bodega.
Todas las partículas reposaron de nuevo.
Los jóvenes trabajadores hoy ya no son tan curiosos. Sólo notaron un ambiente extraño cuando al cabo de algunos días un olor putrefacto llenó el ambiente de las cabinas y el resto de las instalaciones. Sólo entonces repararon en la ausencia de Roque. Con una inspección meticulosa identificaron de dónde provenía el vomitivo olor y algunos de ellos se atrevieron a entrar forzosamente en la bodega oscura. Cubrieron cuidadosamente sus fosas nasales con el cuello de sus coloridas camisas de algodón y divisaron con la luz de una linterna el cuerpo derrumbado, aprisionado e inerte; y con postura que carecía de deseos de salvarse.
No se sorprendieron mucho. Después de verlo salieron y volvieron al trabajo.