La Radio
Por: Lord Ceilat
Una lúgubre luna aplasta mi noche, condena de luz que hiere mi espíritu. Las letras,
encendidas, indican mi andanza, pero solo ellas. Mi condena no es la soledad, ¡dolor
majestuoso que me otorga sonrisas! No, no son tampoco las palabras las que perforan
mi siniestro corazón. El mundo con su hedor tampoco provoca la desesperanza en mi
pobre existencia.
Son las miradas, esas malditas miradas, ¡ Aberrantes centellas que se pavonean sobre mi
ser ! Mi vida es solo una triste sentencia sobre sus espadas, mis jueces y verdugos.
Espantosos seres, sonrientes sobre su sociedad maloliente, confiando en designios
divinos, como si Dios tuviera un consuelo al mirarnos ¡Oh!, pero si está lleno de
bondad, pues hasta ahora no he conocido una sola gracia de esas, que le dan fama y
gloria a su invención.
Pertenecer a ellos, deseo una piedad de aquellos que no son ellos, ¡infames y mentirosos
asesinos!, sus ojos, las celdas por las que debo conducirme.
¡Oh, por piedad, déjame encontrar la alegría de las voces sin sus estrellas enjuiciantes!
¡Déjame recordar olvidando sus relámpagos condenatorios¡
Ahora estoy aquí, con la única creación que me regala carcajadas de victoria donde las
voces sublimes no han perdido su inocencia, que desconocen el sentido cruel de un
rostro fijo, destruyéndote no con su lengua envenenada de rencor y odio, sino con esos
ojos malditos de desilusión.
¡Dichoso aquel que disfruta de está creación!,
Yo no,
¡Acabo de cortarme las venas!
Absoluta desventura la que mi corazón enfrenta.
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