el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

sábado, noviembre 25, 2006

Los caminantes

Por: Rolando Deschaund de Gilead

Caminaba por la calle muy tranquilo, disfrutando del día tan hermoso que imperaba a mi alrededor, o ,mas bien yo me sentía muy bien como para ver todo de una forma muy positiva, cuando observe un zapato que se encontraba solitario, de pie, apoyado en sus desgastadas suelas carcomidas y sostenida por su estructura de piel endurecida y curtida, en medio de la avenida junto a la cual yo caminaba. Vieja y muy usada la veía como por pura casualidad como los automóviles pasaban por encima y no la aplastaban, se deslizaban justo a un lado del zapato que se agitaba levemente a causa del roce de las llantas y del viento que le sacudía.
No se cuanto tiempo ha de haber pasado, seguramente fueron unos cuantos segundos o un par de minutos, pero el pensamiento duro todo el momento que yo estuve caminando y pase de largo hasta perderlo de vista. En ese pequeño instante me puse a pensar, ¿de quien habrá sido ese zapato? ¿a que singular personaje habrá pertenecido? Quizás pertenecía a un hombre sabio que caminaba solitario por la ciudad pensando en las mas grandes profundidades existenciales que pudieran pertenecer a un mosquito de ciudad, y quizás por pura idiosincrasia coloco el zapato en medio de la avenida para comprobar algún pensamiento lleno de gran sabiduría y humanidad.
Pero no vi a ningún hombre de barbas crecidas y abrigo estropajoso, o de pantalones perjudidos llenos de gran existencialidad. No había nadie así por ahí.
O a lo mejor pertenecía a aquel chiquillo que cruzaba en ese instante junto a mi, quizás el niño lo habría encontrado en alguna esquina y decidió colocarlo, o mas bien aventarlo, entre los automóviles parta ver, con su curiosidad innovadora, como el portentoso zapato se escurría y se escapaba de los monstruosos automóviles, que con su habitual peso pasaban encima de el.
Pero no quizás no era así, mire mas atentamente al chiquillo y vi como seguía de largo sin darle mas atención al zapato que a su propio apio verde y agrio de su desayuno.
Mas bien seguramente el zapato perteneció a algún pasajero de alguno de aquellos automóviles, que, seguramente, se habría levantado tarde y tarde habría procurado tratar de alimentarse, de desayunar, y desayunarse mal y muy estresado, de eso quizás procuro el hacer. Y al mal subirse a su automóvil y con su gansito a un lado, colocándose una chaqueta que embarraba afanosamente de su pastelito y sus lentes que quedaban empañados por su aliento agitado, procuro estresarse un poco mas de lo habitual, para que su estómago sufriera y sus enfermedades gastrointestinales persistieran con mayor relevancia. Gracias a Dios. Y seguramente de esa manera al tratar de colocarse con una mano uno de sus estropeados zapatos y con la otra embarrar el techo de su automóvil con su saludable pastelillo exquisitamente exprimido y con su cabeza tratar de conducir su automóvil entre la fabulosa cantidad de coches que ejercitan su derecho a congestionar las vías de comunicación decidió conducir de esta manera ciego, con la mirada hacia abajo, además, para comprobar si pertenecía a la dinastía de los Jedi y percibir como los autos y peatones se acercaban y alejaban de el y aplastarlos amablemente.
Y quizás de esa manera nuestro gentil conductor, entre alguno de sus maravillosos malabares, decidió arrojar su espantoso y desastrado zapato hacia fuera. Seguramente para comprobar si aquel permanecía en el lugar hasta que el regresara de su trabajo, un trabajo en el que estaría las ocho horas sin un zapato.
Quizás fue así, pero no tenia la paciencia para esperar a nuestro estrafalario amigo y proseguí mi camino.


El zapato permanecía ahí, cada coche trataba de arrojarlo o aplastarlo hacia algún lugar, y el zapato había pertenecido a un mendigo.
El mendigo había tenido una vida muy extraña, desde pequeño quedo sordo a causa de una rara enfermedad auditiva, sin familia ni amigos, pues parecía que era medio loco, vago por el mundo sostenido por sus fabulosos zapatos de cuero grueso y café claro. Desde pequeño encontró los zapatos en un lote baldío, muy hasta el fondo. Muy grandes le quedaban, pero así no tendría la molestia de volver a buscar unos nuevos. Y así los uso, año tras año, caminando lenta y pausadamente, pues su viaje era muy largo, cruzando por grandes países y pequeños pueblos, solo, silencioso, meditabundo. Cruzando por pequeños riachuelos y grandes y caudalosos ríos, entre desiertos y profundas zonas selváticas. Conociendo gente diferente y extraña en cada lugar hacia los que sus pies y sus zapatos lo llevaban. De esta manera y sobreviviendo quien sabe como, vivió sus maravillosos cuarenta años y así el mendigo, o vagabundo o fantástico explorador, llego hasta nuestro país, residió en el por un par de decenas de años mas Caminando y explorando cada rincón de nuestro terruño, que mucha gente, en toda su vida, nunca podría llegar a ver jamás, y todas aquellas cosas hermosas los observo el.
Y así siguió “disfrutando” de su singular vida.
Había solo un viaje que nunca había echo y que ahora decidió llevarlo a cabo, un viaje largo y extraño y ese momento ocurría en ese preciso instante...
Su rostro se puso un poco mas rojo de lo normal, su cuerpo de alguna manera se hincho como un pequeño globo y su corazón, ya viejo y cansado, empezó a moverse de una manera diferente. Y fue cuando se recostó en lo que siempre había sido su hogar y su lugar de esparcí emito el sitio que era suyo y de nadie mas, se recostó en la creación e inicio su viaje, todos los que eran sus súbditos llegaron pronto para acompañarlo y así se lo llevaron, en una carroza blanca con luces rojas y azules para despedirlo en su extraño y largo viaje, y en todo ese homenaje para su partida uno de sus maravillosos zapatos se posos en su mundo y permaneció ahí, quería seguir viajando, pues el nuevo viaje de su portador solo le correspondía por el momento a el.

Y el zapato permaneció ahí observando el mundo.