el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

sábado, noviembre 25, 2006

Las creaciones del tiempo

Por: Trino St. Jilguero

Despiertas nuevamente cuando ya está oscuro. A través de las persianas, un escaso halo de luz se aprecia en el lado opuesto de la habitación y, sin embargo, no te permites creer que existe; tienes miedo de que sea sólo otra alucinación transitoria; sabes que es de noche y durante la noche la luz no se filtra por las ventanas. Te lames la comisura de los labios roídos por los ronquidos y la nausea. La carne ensalsada que comiste en el almuerzo te hizo mal por digerirla dormitando; sientes que el abdomen se te abomba y duele, no puedes hacer nada para evitarlo. No todavía. Tienes que esperar un poco para que el alimento pase a través de tí con sus navajas. Te enderezas en la cama y ves cómo el halo luminoso desaparece. Te acanallas al pensar que no es otro sino tu propio cerebro el que te juega bromas malintencionadas. Bromas que te mantienen inseguro en un mundo de exactitudes. Sin el fantasma de luz de tus ensoñaciones clareas la vista. En tu habitación, lo único perceptible es el sonido del radio que nunca apagas; no hay luz, ni olor, ni sabor alguno en el ambiente, tampoco estás seguro de poder sentir las sábanas biliosas y exangües que envuelven tu magracidad. Vacío perenne. Buscas a tientas los anteojos flexibles con los que te acuestas pero pierdes durante el sueño. Los encuentras entre los cojines, manipulándolos para convencerte de que estás despierto. Los colocas en tu cara, abriendo los bastones por las puntas y detectas tu cabello empapado de sudor frío y maloliente. Aún a oscuras encuentras los calzones engurruñados en el suelo y te calzas las pantuflas que trajiste del hospital. Vas hacia el baño y prendes la luz del anaquel de medicinas. Te miras en el espejo las ojeras, la barba sin rasurar, los dientes amarillos, el acné. Sabes que estás cansado aunque te acabas de levantar. No duermes; sólo consigues arrojarte al colchón en un intento por cerrar los ojos al mediodía, todos los días. Mientras cagas, no dejas de escuchar el radio -nunca dejas de hacerlo- pero te sigue doliendo demasiado el intento de pujar y terminas tragando parte de un vómito macilento y limpiando el resto con el pie descalzo. Haces nuevamente un esfuerzo en reprimir un segundo vómito y te subes los calzones que arrastras de una sola pierna. Te detienes al ver la portada de una revista que promociona habitaciones y todo un nuevo estilo de vida en Palm Springs. No sabes cómo tienes esa revista ni por que está en tu baño. A ti no te importa donde vivas mas no te disgusta aquí; es tu hoyo de rata. Es tu propia pesadilla alejada de un mundo donde también todo se marchita, ajado igual que tú. Prendes la luz del cuarto sin regresarte a apagar la del espejo e intentas con las manos secar tus calzones mojados en el piso del baño. Comienzas a tararear una canción que no está en la radio pero se repite en tu mente desde siempre; al menos, desde siempre en tus sueños. Te callas de repente cuando escuchas a la locutora pronunciar su nombre. Todo a tu alrededor desaparece. Silencio. Estás nuevamente a oscuras en un espacio imperceptible, negro y vacío. Vano. Sólo existe la voz en el radio pronunciando su nombre. Escuchas atento y detalladamente lo que dice: cosas que no sabes y algunas que sí sobre ellas y su música; mejor dicho, sobre una de ellas y su música. Pobremente conoces quién es, tampoco habrás escuchado más de tres de sus canciones pero has decidido obtener los boletos gratis para su concierto. Te serenas cuando la locutora dice que los rifará más tarde, no ahora. Por un instante la desprecias aunque no importa, no es su culpa, y es por ella que conoces las canciones y sabes su nombre y sabes dónde tocarán y es ella quien consiguió los pases especiales. En realidad, no estás molesto con ella, sino con tu enojo e impaciencia. Prendes la computadora a pesar que el estómago te jode otra vez y preferirías sepultarte en las cobijas detrás tuyo. Debes ponerte a trabajar. Además, es lo único que tienes por hacer; no quieres aburrirte y empezar con los dolores de cabeza. Maldita migraña. Te sientas frente a la computadora, inicias el programa del procesador de texto -eres escritor- y empiezas a escribir lo primero que te viene a la cabeza:

Despiertas nuevamente cuando ya está oscuro. A través de las persianas, un escaso halo de luz se aprecia en el lado opuesto de la habitación y, sin embargo, no te permites creer que existe; tienes miedo de que sea sólo otra alucinación transitoria; sabes que es de noche y durante la noche la luz no se filtra por las ventanas. Te lames la comisura de los labios roídos por los ronquidos y la nausea...

Te detienes en el punto en que sabes que lo escrito es una trampa de tu mente. Es el deja vú apóstata que te obligas a vivir todos los días. Crees que estás reviviendo tu pasado pero la música en el radio es distinta de aquella que recuerdas; como si dentro del cuarto todo fuera cíclico, repetitivo, aunque la señal del estereo sigue progresando, zanjando en tu conciencia una noción de temporalidad que lastima. Miras a tu alrededor y todo está como lo dejaste; igual pero distinto. Escribes.
...La carne ensalsada que comiste en el almuerzo te hizo mal por digerirla dormitando; sientes que el abdomen se te abomba y duele, no puedes hacer nada para evitarlo. No todavía. Tienes que esperar un poco para que el alimento pase a través de tí con sus navajas. Te enderezas en la cama y ves cómo el halo luminoso desaparece….

En efecto, el halo luminoso mana por la ventana. Lo miras y desaparece. Te tallas la vista con cuidado, para no manchar el interior de los lentes con mugre. Pero no tienes los lentes puestos. Sientes dolor. Miras hacia el baño y notas que la puerta está cerrada. Tu nunca cierras la puerta en la mañana -quieres que se oree-. Tienes deseos de ir al retrete pero presientes que ya fuiste.

…En tu habitación, lo único perceptible es el sonido del radio que nunca apagas; no hay luz, ni olor, ni sabor alguno en el ambiente, tampoco estás seguro de poder sentir las sábanas biliosas y exangües que envuelven tu magracidad. Vacío perenne. Buscas a tientas los anteojos flexibles con los que te acuestas pero pierdes durante el sueño. Los encuentras entre los cojines, manipulándolos para convencerte de que estás despierto…

Sientes que aún te envuelve el calor de las sábanas con las que duermes. Te levantas de la silla y tras una almohada encuentras tanteando tus lentes. Forcejeas para abrirlos por empezar con el bastón equivocado. Te humedeces los dedos con el cabello empapado y por alguna razón te huele a vómito. Alcanzas con una mano los calzones en el suelo, te los pasas por sobre las pantuflas y vas al baño porque quieres mojarte los dientes. El cuerpo te pesa como fardo por el cansancio y sólo alcanzas a verte los dientes, sin poder enjuagarlos, entanto te sientas con prisa en el excusado, escuchando una canción en el radio. Te distraes un momento y debido a la enfermedad terminas vomitando. Te alzas asqueado y limpias tu pie en el suelo. Te apartas rápido, subiéndote los calzones mientras caminas, por el olor. Ya en la puerta, notas una revista que jamás habías visto pero está en tu lavabo. No la hojeas, sólo quieres cerrar pronto y evitar que el tufo salga al cuarto. Te das cuenta que olvidaste apagar la luz del baño pero no vas a entrar durante un rato. Como no tienes toalla, secas los calzones mojados apretándolos con las manos. Tarareas algo y te sientas frente al teclado.

…Te callas de repente cuando escuchas a la locutora pronunciar su nombre. Todo a tu alrededor desaparece. Silencio. Estás nuevamente a oscuras en un espacio imperceptible, negro y vacío. Vano. Sólo existe la voz en el radio pronunciando su nombre. Escuchas atento y detalladamente lo que dice: cosas que no sabes y algunas que sí sobre ellas y su música; mejor dicho, sobre una de ellas y su música…

Dejas de cantar cuando anuncian su nombre y el concurso de los boletos. Todo se te nubla. Cierras los ojos y te concentras en escuchar las preguntas y mantienes el dedo en el último dígito del número de la estación. Quieres ir al concierto de Jessy Bulbo. Al principio está ocupado y desprecias que no cuelguen rápido si no saben las respuestas. Te serenas un poco cuando la locutora te contesta y sabes el nombre de las tres canciones. Ella te felicita y te pide que no cuelgues mientras te toman los datos; te enojas acomedidamente por tu impaciencia aunque no es culpa de ella. Te preguntan tu nombre, dirección y teléfono. Y tú, te jactas comentando que te sabes todo sobre Jessy Bulbo y las Ultrasónicas, pero no es cierto. En realidad, respondiste por mera suerte y acertaste. Apenas cuelgas el auricular te punza el abdomen y te das cuenta que la emoción descompuso tu estómago. Giras mirando hacia la cama y piensas en recostarte y sepultarte en tus cobijas. Temes que la agitación por ganar el pase te desencadene una cefalea. Aún así, vas nuevamente donde el radio para subir el volumen. Notas a lo lejos, por el rabillo del ojo, una luz que desaparece. Reinicias la computadora -suspendida por el tiempo que invertiste en la llamada-. Te percatas que olvidaste grabar el archivo; no lo encuentras. No importa, debes ponerte a trabajar. Además, es lo único que tienes por hacer; no quieres aburrirte y empezar con los dolores de cabeza. Maldita migraña. Te sientas frente a la computadora, inicias el programa del procesador de texto -eres escritor- y empiezas a escribir lo primero que te viene a la cabeza:

Despiertas nuevamente cuando ya está oscuro. A través de las persianas, un escaso halo de luz se aprecia en el lado opuesto de la habitación y, sin embargo, no te permites creer que existe;…