el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

lunes, noviembre 27, 2006

Y escuché nombrar a Borges

Por: Bandaoriental

A la una de la tarde la voz de Omar De Feo nos ponía al tanto, en media hora, de todo lo que pasaba en el Uruguay y en el mundo. Bueno; en el mundo a secas, porque, después de todo, el Uruguay también está encima de él. Era el tradicional Radioinformativo Carve de la hora 13.
Se sucedía casi un rito. La radio, un habitante más de la casa, acompañaba sin impedir que cada cual siguiera haciendo lo que tuviera que hacer.
Épocas en que la Mujer, por lo general se quedaba en casa. Y no era que la Mujer se quedaba en la casa porque no trabajaba. Por el contrario; a las tareas comunes y no pocas del hogar, se le agregaban extras.
En mi caso, mejor dicho el de mi madre, se le sumaban las agujas de tejer y el pedal de la máquina de coser.
De ese rito radial, también participaba el adolescente que era yo con mis catorce años, a esa hora ya vuelto de un liceo que por entonces sólo tenía actividad por la mañana.
El noticiero servía, aunque suene contradictorio, de aperitivo auditivo de sobremesa. Rigurosamente se almorzaba a las 12 —el viejo, a la una, tenía que estar de vuelta en la ladrillera— aunque estoy seguro de no equivocarme si digo que, fueran cuales fueran los oficios, permitían que esa como otras costumbres se cumplieran en horario con regularidad. El ritmo de la vida era otro.
A no irnos de tema porque apenas el informativista terminaba el cóctel de noticias con una pizca de: Renuncia de ministro, sin azúcar, porque escaseaba y se vendía racionada; una gota de precios de las entradas para el próximo clásico en el Centenario; sacudido por un tal Lubumba y un Congo belga que quería ser independiente y, el toque final, que no era una cereza precisamente. Aquella frase que, a cada cierre del informativo, sonaba como una letanía: “Continúa clausurada Radio Stentor de Asunción, Paraguay”, enseguida llegaba el Radioteatro.
La Lyon —esa era la marca de aquella caja parlante de mi casa— quedaba pronta para recibir un nuevo capítulo.
Curiosamente y nada más que como acotación al margen, el aparato en su forma no era de las tan populares modelo capilla sino que, para definir su porte físico, puedo decir que era rectangular o, mejor, para precisarlo correctamente en términos geométricos: paralelepípedo recto, aunque con los extremos delanteros superiores redondeados y que, en un período de la vida donde no era común estar pendientes de decibeles, potencias, baffles y no sé cuántas cosas más, desde su caparazón de madera sonaba como los dioses.
A través de esa Lyon la voz de don Carlos Solé me hizo vivir lo que para mi, fue una de las conquistas más grandes del fútbol uruguayo. Ojo; y aclaro antes, soy “bolso”(1) pero, lo que es, es, y no hay tu tía.
Se jugaba, en el estadio Nacional de Chile, en tercer y definitivo partido entre Peñarol y River argentino, la final de la Libertadores del año ’66. Cada uno había ganado como local. Ya que estoy, digo que si no me equivoco, fue también la vez que, cuando jugaron en Núñez, Peñarol casi llega tarde al partido porque el ómnibus que lo tenía que llevar hasta el Monumental —se comentó que de ex profeso— no fue a la hora convenida y los jugadores y el resto de la delegación, se las tuvieron que arreglar como pudieron, contra reloj, viajando en taxi.
Pero ya estábamos en la noche de Santiago. La voz de don Carlos Solé decía a través “de las ondas de CX 8 Radio Sarandi y la cadena de emisoras debidamente autorizadas para tomar éstas narraciones” que River ganaba 2 a 0. Los de la franja roja se floreaban. Amadeo Carriso, el arquero argentino, agrandado, fanfarroneaba parando la pelota con el pecho.
La cuestión es que cuando el árbitro pitó el final del partido, la cosa estaba 2 a 2 y había alargue.
Si no recurro a las crónicas de la época o a algunos apuntes históricos, con sinceridad no me acuerdo de quienes hicieron los goles. Recuerdo lo global aunque, vaya paradoja, sí puedo recitar de memoria la integración de Peñarol: Mazurkiewikz, Lezcano y Varela; Forlán, Goncálvez y...,. Es que por aquel entonces, los equipos jugaban temporadas enteras con los mismos jugadores. Las variantes eran mínimas aunque, a decir verdad, me parece que esa vez jugó Nelson Díaz por el paraguayo Lezcano.
No era como ahora que, partido a partido, entran poco menos que once diferentes y hay quienes ni siquiera terminan un campeonato en un mismo club porque los venden antes.
El asunto fue que se vino el alargue y, de ahí para adelante, fue todo de Peñarol. Los aurinegros terminaron ganando 4 a 2. El último gol, de ese sí me acuerdo, fue de Pedro Virgilio Rocha, de cabeza. También me acuerdo clarito, cuando la carrasposa voz de Solé, desde más allá de los Andes, después del cuarto gol de Peñarol, redondeaba su relato diciendo, palabras más, palabras menos: “Está ganado este campeonato. Y ganado, si ustedes me permiten esta expresión poco académica, ganado a lo macho!”
Dicen que los hinchas de Peñarol le cantaban al arquero de River: “Amadeo, Amadeo, ¿dónde está que no te veo?”
Alguien podrá decirme: ¿Y la del 50’ en Maracaná?
Es que yo no era nacido, aunque haya quien piense lo contrario. Y antes que también me lo recriminen, de aquel famoso partido contra Hungría en el ’54, tampoco me acuerdo porque era muy chiquito.
Después hubo algunos otros. También de Nacional. Se vino la tele. Y la propia edad que nos hace regular todo de otra manera. En fin...
Pero, qué tanto, si esta no es una crónica deportiva y teníamos sintonizada la radio para escuchar “la novela”, tal cual se la definía genéricamente sin distingos de estilos o formas teatrales—literarias. La que hacía agudizar la imaginación retratando en nuestras fantasías los rostros de las damitas y los galanes. Sólo la voz y los efectos especiales hacían vibrar hasta las lágrimas a más de uno. Así transitaban por distintos puntos del dial; espadachines, gauchos matreros, malevos, personajes célebres, piratas, detectives, príncipes, ciudadanos acaudalados y muchachitas humildes. Y entre choques de espadas o facones, a punta de pistola o con una simple llamada telefónica, se secuestraba a la princesa, se robaba el botín, se defendía a la paisanita, se creaba la intriga o se declaraba el amor.
Peleas encarnizadas, galopes de caballos, pasos misteriosos, cartas enigmáticas, besos apasionados.
Besos... a los que cada cual imaginaba a su manera. Eso sí, siempre fogosos.
El “Te amo” de la estrellita de turno o el galán, era suficiente preámbulo para darle pie al narrador que, al compás de la música de fondo, se encargaba de adornar con lujo de detalles, la escena del abrazo apretado, la caricia ardiente y el encuentro esperado de los labios, que hacían erizar a los escuchas hasta el rubor, mientras y según fuera la hora, las agujas de tejer, la escoba, el pedal de la máquina de coser o el secador de vajilla —que no era automático sino un simple repasador de tela con el dibujo de unas tajadas de sandía— quedaban brevemente suspendidos, hasta que la voz del presentador rompía el hechizo avisando que el capítulo: “Continuará mañana”.
Las mismas “novelas” que, con el girar de la perilla, hacían que a lo largo de tarde y noche, se fuera cruzando, simbólicamente, el río de la Plata. Dada a la privilegiada ubicación geográfica de mi pueblo que permitía captar a las emisoras sin ninguna dificultad, del capítulo de turno en una radio uruguaya se pasaba al “a ver cómo sigue la de radio tal de Buenos Aires”. Y así sucesivamente.
Los radioteatros eran parte importante de las programación de las radiodifusoras o broadkastings como todavía se les solía definir por aquel entonces.
¡Qué sorpresa cuando en alguna revista, aparecían los rostros de quienes eran estrellas de la radio! Por lo general la realidad nunca coincidía con los que, a través de la voz, habían sido imaginados.
Siempre, en el primer impacto, había cierta desilusión.
—¡Ay, mirá! Yo me lo imaginaba más “churro”. — dicho con un tono de por qué diablos se me atravesó esta revista y una mueca de ojalá nunca le hubiera visto la cara.
La imaginación...
Aunque nunca faltaba la veterana que, justamente por tener más años, ya tenía más o menos imaginadas todas las caras o no tenía demasiada imaginación o cualquier cosa le parecía lindo, que retrucaba: —Nena, la verdad que es buen mozo. Tal vez en la casa, no le impostaban la voz para decirle: —Mamarrachito mío.
“La novela”. La que también un día quedó con el capítulo sin emitir. La triste realidad superaba a la ficción.
Una banda de pistoleros había robado en Argentina “una cuantiosa suma huyendo para el Uruguay, donde también han perpetrado sangrientas tropelías”.
Tres de los cuatro malvivientes, se habían atrincherado en un apartamento del edificio Liberaij de Montevideo.
Sí, esos mismos por los que en la garganta del “Canario” Luna, pregunta Jaime Ross en su Brindis por Pierrot: “Qué será de los porteños/ ocupando el Liberaij/ la,la,lara,la,la,la,la/ lara,la,la,la,la,la,la...” y que después fueron llevados al cine en “Plata quemada”, la película basada en el libro de Piglia.
Por entonces no se estilaban los equipos móviles como ahora en que los medios trasmiten desde exteriores a cada rato y por cualquier cosa, pero el hecho ameritaba la continuidad informativa. La obligación periodística hacía que estuviera allí donde la policía se batía a balazos con los rufianes atrincherados. El informativo se extendía. La programación se alteraba. Fue en noviembre del ’65. Dieciséis horas duró el episodio real que hizo que por esta vez, “la novela” quedara a un costado. Estas balas no sonaban haciendo chocar dos tablas, artilugio al que apelaban los encargados del sonomontaje y efectos especiales de los radioteatros. Estas eran de verdad. Y los muertos también.
Entre la ficción y la realidad, adonde he ido a parar con mi cháchara. Sí yo apenas quería comentar de la primera vez que escuché nombrar a Borges.
A ver; sintonicemos mejor y pongamos atención al anuncio: “Después del Radio-informativo Carve de las 13, no se pierda la actuación estelar de Juan Casanova y Violeta Ortiz, en un nuevo capítulo de la versión radiofónica basada en la obra de Jorge Luis Borges, El hombre de la esquina rosada”.

(1) Bolso: Término con el que en el Uruguay se califica a los parciales del Club Nacional de Fútbol, rival clásico del C. A. Peñarol.