el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

sábado, noviembre 25, 2006

Telefunken

Por Julián Otálora

– Hola. Soy Julia. Mi esposo me dejó… Se llevó a mis hijos.… Me llamó ‘vieja borracha’…
– Gracias por compartir tu problema con nosotros, Julia –interrumpió el locutor de radio–. Agradecemos tu llamada y te escuchamos. Dinos algo, ¿crees que tu forma de beber tuvo algo que ver con que…?
– No tanto… es que… Bueno, un poco. Es sólo que él, él… él se larga a trabajar meses y luego… Los niños ya están más o menos grandes y yo, pues…
Ernesto se incorporó de la silla con gesto de fastidio. “Alcohólica acomplejada. Esposo faltista. Probablemente impotente o excesivamente lúbrico: candil de la calle, oscuridad de… Par de pendejos”, se dijo a sí mismo apurando un trago de Ron del Pirata para enseguida dirigirse con determinación a cambiar la frecuencia de su azul y vieja radio Telefunken, sobre la mesita carcomida por la humedad de aquel cuarto de azotea. Uno entre miles en el DF.
Y lo hubiera hecho. A no ser que la tal Julia no hubiera pronunciado aquella frase que lo paró en seco como un condenado frente al pelotón de fusilamiento: el dedo en la llaga hundido en ese temblor de voz trepidando como bala ardiente en la cabeza de Ernesto; el dedo ungido en la purulencia verdosa de una vieja herida, como un extraño bautismo a medianoche; el chancro profundo que produce tremendo dolor. Enorme y placentero dolor.
– Voy a matarme. Ahora mismo.
“Eso habrá que verlo… oírlo, más bien”, pensó Ernesto, mientras contemplaba perplejo el aparato de radio, esperando oír con curiosidad enferma la carcajada demoníaca del Infierno, el golpe definitivo del mundo, la ira de Dios viajando a cinco mil watts de potencia para estrellarse contra la cabeza de aquella mujer.
– Espera, Julia… Detente –ordenó el locutor–. Mira… A veces parece que la vida no nos trata como quizá…
Ernesto no escuchó casi nada de lo que el locutor de radio dijo después, pero lo presintió. Imposible no adivinar el alud de monsergas sobre las bondades y maravillas de ‘La Vida’, el alubión de frases hechas y lugares comunes conjurando el maleficio del más grande de los sinsentidos, el abismo mayor sobre el que descansan todos los abismos: la existencia.
Ernesto se sintió ofendido. En parte, porque El Cabrón Locutor intentara con medios tan miserables disuadir a La Pobre Julia de lo que fatalmente había anunciado: su propio suicidio ante miles de radioescuchas ansiosos de presenciar, en vivo, el acontecimiento. Y esto era lo que más le irritaba: la posibilidad de ver arruinado por un triste locutor su más hermoso ensueño de amarillista consumado.
Ahora bien, Ernesto sabía perfectamente que la obligación del locutor de radio en tales programas era, precisamente, aconsejar a cuanto atarantado hijodequiensabequé llame pidiendo ayuda para resolver su vida mediocre, aún a costa de avergonzarse a sí mismo para satisfacer el morbo del público. Sin embargo, Ernesto no era en modo alguno lo que la mayor parte de la gente consideraría ‘un tipo normal’. En una ocasión, por ejemplo, mientras esperaba su turno en la cola del cine para ver Halloween V, La Venganza, observó que a pocos metros una pareja más o menos madura discutía. En algún momento, la mujer tuvo la mala ocurrencia de llamar borracho, “frente a todo el mundo”, según sus propias palabras, al presunto marido, ilustrando claramente su enfado por tal comportamiento con un sonoro bofetón sobre la quijada del individuo, quien a todas luces –pensó Ernesto– era un hombre decente y padre cariñoso, con alguna pequeña debilidad por el vino, eso sí. El Cariñoso Padre, sin embargo, no pareció ser lo que se dice Un Cariñoso Marido, pues en el acto estrelló tal puñetazo contra la frente de su agresora, que ésta no tuvo más remedio que caer duramente sobre la acera, despojada de todo conocimiento. Como el sujeto ofendido intentara además arremeter a patadas contra la mujer que lo había calumniado en público, varios tipos que a todas luces no “comprendían” –según Ernesto– la justicia del castigo, intentaron detener al furibundo marido. Así que Ernesto, olvidándose de los dos meses y medio que pasó esperando el estreno de la película, saltó enseguida en defensa del hombre, no para evitar que lo lastimaran, sino para facilitar que éste siguiera corrigiendo “como era debido” a su pérfida mujer. Además de las heridas, Ernesto ganó cárcel, acusado de complicidad en un acto de violencia. La mujer no levantó cargos contra El Cariñoso Padre de sus Hijos, pero, lo mismo, Ernesto tuvo que pasar treinta días encerrado sin derecho a fianza.
Lo peor es que ésa no fue, ni antes ni después, la única ocasión en que Ernesto había sido cómplice de hechos delictivos, pues más de diez veces ya su extraño sentido de la justicia le había jugado malas pasadas. Además, hacía más de quince años que seguía con fervor inusitado el amarillismo nacional: programas de radio y televisión, revistas de sucesos insólitos y semanarios del crimen.
Esta vez, no obstante, era distinto. Ernesto, a pesar de su azarosa vida amarillista y delictiva, no había presenciado nunca de cerca una muerte. Sólo por eso, al escuchar la voz de Julia anunciando su suicidio, entrevió la posibilidad real de ser testigo de lo que llamó ‘el acontecimiento de su vida’.
–… Por eso, ya debías saber que ésa no es la solución a tus problemas –continuaba la voz falsamente preocupada del locutor–. La vida, Julia…
¡La vida, mangos! –pensó Ernesto, furioso–. ¡No hagas caso, Julia! Tienes derecho. No tiene sentido. Nada lo tiene. ¿Quieres matarte? Hazlo. Tus niños estarán bien. Piensa que el hijo de la fregada de tu marido, ¡tu ex-ma-ri-do!, va a sufrir cuando sepa que fue el culpable de derramar el vaso. ¡Tu vaso!, que, que… bueno, pues, que a fin de cuentas, Julita, no estaba tan lleno… tienes que reconocer que más bien te quedaba medio grande… Pero no me hagas caso, Julia. Sólo pégate el tiro, abre la llave de tu estufa calientafrijoles, dinamita el detergente, cuélgate de tu estúpido mecate de tender la ropa, o… o… ¡lo que quieras! Pero hazlo ya. No dejes que ese tarado malparidohijobas…
Pero el ‘tarado’, ese ‘malparidohijobastardodeFreud’ de la radio, parecía ganar terreno sobre el ánimo de Julia, quien comenzaba a dudar de la súbita decisión, destrozando con ello todas las esperanzas de Ernesto.
– No sé… Es que no… no logro… –sollozó la voz de Julia, a punto del llanto, sin poder siquiera terminar la frase.
– Mira, Julia, en Cuenta conmigo, nuestro programa –expuso impertérrito el locutor, repateando sin querer el hígado retorcido de Ernesto–, sabemos que la vida es dura… Y a veces parece que el mundo no es, ¿cómo decirlo?... no es un lecho de rosas. Pero creemos, a-ser-tiva-mente (¡a-cer-tada-men-te, imbécil!, gritó Ernesto con triunfal enojo de sabelotodo frente a su viejo Telefunken, ya sin poder contenerse), creemos que si bien no todo es miel sobre hojuelas –continuó el locutor–, tampoco es necesario, para resolver las cosas, ‘un gesto de brutal enojo triste’, como dijo el poeta. ¿Estamos de acuerdo, Julia? El mundo es cruel, pero la voluntad es fuerte, dijo alguna vez un filósofo de quien no recuerdo el nombre. ¿Entiendes, Julia?
– Claro –aseguró ella, casi sin quererlo–. Entiendo. Pero es que… Tal vez…
– ¡Tal vez, nada, Julia! ¿Entiendes o no? –dijo el locutor, cuidando que su dicción sonara tierna y sensible, pero autoritaria al mismo tiempo.
– Entiendo, por supuesto –se oyó decir Julia, confundida pese a todo.
“¡Dipsómana ingrata, destructora de esperanzas! ¡Y todo por ese infame Locutor de las Tinieblas!”, maldijo Ernesto. Estaba triunfando la ternura contra el extremista, el Frío Locutor contra el Ardiente Radioescucha: la Bestia contra el Hombre.
Entonces, el radioescucha, él, Ernesto, gigante vencido sin remedio por el Locutor Celestísimo del Aire, se oyó decir en voz alta, orate consumado frente al azul aparato del siglo de los radiohertz: “¡Pinche, Julia! ¡En qué quedamos, pues! ¿No que te ibas a matar a-ho-ra-mis-mo?”
La voz de Julia, sin embargo, indiferente a sus reclamos, ardió rápidamente en una pira de frases elaboradas, deshecha contra la hábil indolencia del Locutor, sin la menor intención de disfrazar los tópicos comunes y alquimias verbales de ocasión, para acabar concluyendo con un grito casi patético:
– ¡Necesito amoooor!
La voz de El Locutor irrumpió en los oídos de Ernesto como quien entrega rendida una ciudad:
– ¿Lo ves, Julia? Rehabilítate. Busca a tu marido… Intenta…
Ernesto, enfurecido, desenchufó con precisión asesina el Telefunken azul estrellándolo contra el suelo gris de su pocilga. Había sido derrotado. Afuera, el viento envolvía las pequeñas sombras que muy lentamente comenzaban a poblar la oscuridad del Distrito Federal. Con su más acre gesto de tahúr timado, Ernesto se metió en cama a rumiar su derrota.
Esa noche soñó con un mundo donde su justicia reinara sobre todas las cosas: por encima de Dios y su corte de ángeles buenos con voz de conductor televisivo. Un mundo sin bien ni mal, felizmente amarillo. Un mundo como éste. Pero, sobre todo, un mundo sin falsos suicidas ni locutores de radio amantes de la vida.

RATT

Por: Uparsín

08:00 A.M.
El director de la estación nos ordenó poner esta mañana el nuevo disco de Ratt. Al principio me pareció un disco extraño, incluso el peor disco que había escuchado en mi vida. Con el paso del tiempo; doce horas; empezó a gustarme. Después de todo, ¿qué remedio me queda? Considerando la situación, lo mejor será relajarme y disfrutar. Nada puede ser peor: en la mañana discutí con María y me corrió de nuestra casa, con la prisa olvide desayunar y en este momento me estoy muriendo de hambre. Por otra parte, no sé si es por el coraje o porque padezco migraña desde niño, pero tengo dolor de cabeza.
Para rematar: el nuevo disco de Ratt. No hay a escapatoria, los audífonos ocupan todo el campo auditivo.
Ratt es la mejor banda del mundo y me acabo de enterar hace veinte segundos.
Felicidades, disfrútalo.

08:15 A.M.
Sesenta minutos continuos de música para ti. Esta mañana les tenemos una gran sorpresa, a los primeros estudiantes que se reporten les vamos a obsequiar una fotografía autografiada de John Ratt, vocalista de Ratt, además a nuestros “cyberamigos” les vamos a dar discos gratis… ¿Quién escribió esa basura? Nuestro guionista se ha enfermado de nueva cuenta, y no vino a trabajar. Eso es evidente. Trato de no pensar en el guión, ni en la jaqueca, ni en María. Me mantengo receptivo. Cierro los ojos y dejo que la música inunde cada rincón de mi ser. No sólo los oídos. Permito que el ruido, apodado música, toque mi alma. Jeremy Ratt, autor de todas las canciones del disco, quiso gritar su insatisfacción ante la inutilidad de la existencia, así que me dejo llevar, meditando sobre la inutilidad de su música.
Escuchando con atención, el disco es un poco peor de lo que imaginaba.
El hambre feroz y el dolor de cabeza me ayudan a volver a este mundo. Mi estómago quiere cualquier cosa, pero mi cabeza está en el punto que desearía volar a un planeta más tranquilo y silencioso que éste.
Mi profunda meditación me han permitido escapar ileso de los tres primeros tracks. No canto victoria, todavía faltan ocho.
Valor y resignación.

08:32 A.M.
El prescindible solo de guitarra de cuatro minutos de Marvin Ratt, durante el track número ocho (¿Cuál demonios es el género musical que toca Ratt?), no es suficiente para hacerme olvidar el hecho de que no hemos recibido llamadas telefónicas el día de hoy. ¿Más de media hora sin contestar el teléfono en la cabina de una estación de radio? Siempre existe la posibilidad de que tengamos tanta gente intentando comunicarse que las líneas se encuentren saturadas. ¿Y qué hay de nuestro amigo el Internet? Buena idea.
Nombre de usuario: hermanmelville.
Contraseña: XXXXXXX.
Una amistosa pantalla en blanco me saluda. Nada sirve. Hago clic en todos los puntos, oprimo todas las teclas, apago, enciendo, reinicio y vuelvo a reiniciar. No sé qué es lo que está pasando. ¿Finalmente habrá llegado el tan anunciado fin de la era tecnológica?
Una estación de radio sin acceso a Internet, ni líneas telefónicas disponibles, ¿un concepto innovador? No lo creo… Por si acaso, registraré la idea, puede funcionar como truco publicitario.
¿Ya mencioné que no he desayunado y que tengo dolor de cabeza?

08:59 A.M.
John Ratt conoció a Jeremy Ratt en un bar gay de Londres, en el invierno de 1998. El etnomusicólogo polaco, Ludwik Cezeyanko, afirma que este encuentro es tan trascendental para la música universal como el que sostuvieron Franz Liszt y Richard Wagner, en un prostíbulo bisexual de Leipzing, en el verano de 1849. Dos semanas después del encuentro, John invita a los gemelos Marvin y Melvin Ratt a incorporarse a una naciente banda, que en aquel entonces se llamaba: Your Cousin is a Ratt's Project, nombre que cambiarían por el definitivo Ratt, gracias a una demanda legal que interpuso la tía materna de Jeremy. Había nacido el cuarteto más importante de la historia del rock…. ¿En serio les pagan a los genios que redactan los libritos que vienen en los discos compactos?
El hambre, mi cabeza y el amor por María pasan a un segundo plano al verificar el resultado de nuestra encuesta de hoy: ¿el nuevo disco de Ratt, es mejor o peor que los anteriores?
Es mejor: 0 llamadas.
Es peor: 0 llamadas.
No lo sé: 0 llamadas.
No estoy de acuerdo: 0 llamadas.
Los teléfonos están muertos y el Internet no funciona. Esto se escucha muy raro. (Si trabajara en un canal de televisión, diría: “esto se ve muy raro”.) Existe la posibilidad de que el auditorio esté tan impactado por el nuevo disco de Ratt que todavía no se recuperen de la experiencia. Hay que darles un poco de tiempo.
Algo así como seis minutos.

09:05 A.M.
Y las llamadas no han llegado, tampoco los correos electrónicos. El noticiero de las nueve no empezó, los anuncios comerciales nunca fueron tan silenciosos. Estamos fuera del aire. Corrijo: estoy fuera del aire. La cabina está vacía, no hay ingenieros de sonido, ni operadores de audio. El edificio está completamente abandonado. Muerto.
Solo.

10:00 P.M.
Las computadoras y la televisión encienden, pero no tienen señal. Montones de pantallas en blanco. No hay nadie en la ciudad. Tomé el automóvil y fui por todos lados, tratando de encontrarla, de encontrarme. Tal vez encontrarnos.
No estabas, y no estarás.
Sin televisión, pero con radio. Es lo único cierto que tengo: la radio. Es fácil de seguir, pues todas las estaciones transmiten música en vivo, todo el día. Música de un solo grupo.
Camino por la calle mientras escucho mi radio portátil. Tocan un nuevo disco llamado: Are you a Ratt?
Los ojos se me cierran, mientras anhelo encontrar en el sueño, el alivio a la jaqueca, al hambre y a tu ausencia.

08:00 A.M… 20 años después.
Estuve vagando por el mundo creyendo que yo era el único ser vivo en el planeta. Me equivoqué. Un día entré a un bar gay en Londres y ahí estaban: John, Jeremy, Marvin y Melvin Ratt. No tardé en ganarme su confianza, ya que me sabía de memoria su nuevo disco, que resultó ser también el último disco que cualquier banda hubiera grabado. Lo tocaban en todas las estaciones de radio del mundo, las veinticuatro horas del día. Me invitaron a unirme al grupo, que ahora se llama: John Ratt Five. Toco el pandero. Desde que estoy con ellos desayuno todos los días, no me duele la cabeza y estoy aprendiendo a dejar de buscar a María. Mi María.
Vamos a iniciar una gira mundial.

Radio Libertad

Por: Maki Lee

La radio estaba encendida y de pronto, dejó de sonar. Su foquito rojo lanzaba sus últimos destellos, traté de reanimarla dándole sendas palmadas en todas partes, pero enmudeció.
No dormí esa noche esperando encontrar algún resquicio de vida en ese artefacto que tanta veces platicara conmigo. Recuerdo un día que se puso a contarme la verdadera historia de la Revolución Cubana, en ese momento supe que yo había sido el Che, pero después me dio una bofetada para despertarme; yo no era ni fui el Che. Incluso una vez me premió por ser el único ciudadano que sabía quien le había dado ese nombre: Radio. A decir verdad, no era el único sapiente, pero sí el más rápido en ese instante.
Entre sueños oí de nueva cuenta esta estática susurrante en mi oído. ¡Estaba viva! Mi radio vivía. Trate de sintonizar alguna estación pero todo era zzzzzzzzzzzzzzzbzbzbzbzbbbbzzzzzzz: estática. Lo gris de la tele, auditivamente.
Estaba apoderándose de mí la histeria de no dar con alguna estación, con algún sonido, una voz, algo que no fuera sólo un zumbido. Daba vueltas frenéticamente al tuner para tratar de sintonizar. Recorrí todo el A.M., el F.M. hasta llegar al 108. 0 y nada, seguí con mis dedos sudorosos dando y dando hasta que se desapareció la flechita indicadora de frecuencia, se había perdido. De pronto, una voz decía: Estas escuchando el 109.6 de tu radio, síguenos todos los días a las seis de la tarde. La voz sonaba como miel escurriéndose sobre unos hot cakes pero lo más importante era que ¡había descubierto que existían frecuencias más allá de lo establecido! Estaba totalmente enlelado, hasta que me percate de que era imposible que existiera esa estación, desafiaba alguna ley de la física y de ¡la RTC!
Para descubrir el misterio con gran pesar practique una eoperación a “radio abierto” con ayuda de un desarmador. Estaba explorando las partes íntimas que con tanto pudor guardaba; le veía sus foquitos, fusibles, cables y botones. Pero la flechita nada más no aparecía, no podía saber si en verdad estaba marcando el 109.6. Estaba tan extasiado que no me fije que un tubito recorría el aparato cual columna vertebral y se lo rompí. De inmediato empezó a salir una sustancia pegajosa, ruidosa, musical y con una velocidad impresionante iba llenando a borbotones mi pequeño departamento. Recordé un cuento de García Márquez donde unos niños se ahogaban con luz y pensé: ¡ni madres, yo no me voy a morir entre hertz!
Corrí por unos audífonos y al momento que me los puse, empecé a flotar. Estaba llegando justo al techo y desde ahí podía ver todo Periférico. Estaba resignado a dejarme morir. Al fin y al cabo ya era un héroe, había liberado a la radio: La radio era libre ahora.
En eso estaba cuando abren la puerta bruscamente, eran mis vecinos que iban a reclamarme por el escándalo, pero antes de que pudieran decir algo, la ola hertziana los arrastró escaleras abajo y corrió rumbo a Periférico. Poco a poco iba inundando la arteria de la ciudad, pero nadie se daba cuenta pues confundían lo pegosteoso con su propio sudor y lo ruidoso-musical con el claxon de los automovilistas neuróticos por llegar a casa.
Ese día se armó un caos, decidí dejar prendida la radio para que siguiera fluyendo entre la gente y ver si podrían así ser libres de ellos mismos aunque fuera sólo por un momento.

Radio R

Por: Esaias H. Dominga

No puedo creer que sea la tercera vez que movemos todo esto en lo que va del mes; las piezas de equipo supuestamente delicadas están empezando a herrumbrarse de tanto tiempo que llevamos a la intemperie, temo que no vuelvan a funcionar. Maldita calle. Cada bache me hace doler la espalda y las rodillas. Para colmo, la lluvia tupida que hemos de aprovechar, disminuyendo así el riesgo de ser detectados, no deja ver nada a nadie, ni a pie ni en transporte. El torton va a ciegas atinando en cada bache que el camino le pone en frente, que deben ser, por cierto, todos los que el dichoso enlodado tiene por ofrecer. Como no podemos arriesgarnos a que nos cache la patrulla traemos los faros apagados, el stop del freno desconectado y venimos confiados en un hombre que dice ha recorrido demasiadas veces este tramo enorme de tierra sepia y nebulosa, por lo que puede hacerlo sin luces, de noche y sin luna. Yo vengo en la parte de atrás, traigo los binoculares, esos caros que me robé de la tienda del centro cuando empezaron las pesquisas de los barrios bajos y se destrampó el orden en todo el primer cuadro de la ciudad. La tienda vendía artículos de campamento y deportivos; pude sacar dos cuchillos, estos lentes para ver en la oscuridad, una navaja suiza y un par de pantalones de guerrillero. De todas maneras los binoculares no funcionan muy bien, creo que eran los de exposición y muestra. La visión es de un verde pálido doloroso a los ojos y que a veces se apaga u oscurece del todo; como sea, sólo yo se usarlos y por eso vengo apretándome el abrigo en la parte trasera del truck, vigilando que no nos sigan de lejos, empapado como si hubiera decidido bañarme a bocajarro con todo y ropa. Hace rato que dejamos la última calle; el campo es un campo muerto. De repente, una luz me ilumina por la espalda; veo a José alumbrando el mapa que según Oscar no necesitamos pues su primo se sabe bien el trayecto. Nos perdimos. Con una linternita de nada José se rompe la cabeza para reconocer señales que no puede ver y paisajes igualmente prietos. Antes de apagar la linterna se voltea a verme. Sonríe. Contesto la sonrisa aseverando con la cabeza y nos volvemos a despedir en la oscuridad. Ambos estamos campantes a pesar de todo. Creemos con fe que lo que hacemos tiene un sentido en esta época en que nada lo tiene. Somos parte de la pobrísima resistencia que aún se mantiene, pero la parte con conciencia límpida, ya que no hemos matado ni herido de muerte a nadie. Somos los pacifistas que se encargan de llevar la verdad sintonizable a las fronteras del país, donde están los periodistas sin visa de entrada por que no benefician al régimen impuesto por los militares. Mi hermano es militar; está muerto. Le regalé la navaja en su cumpleaños, el día anterior a que lo requirieran; se fue con el regalo en su bolsillo y en el de junto una enorme y franqueada duda de estar haciendo lo correcto. –Al menos yo estoy haciendo lo correcto.- Israel jamás lloró pero lo vi sollozar y tomar toda esa noche antes de irse, tenía el miedo y la vacilación en los abrazos. No sé que haya sido de sus hijos y esposa, la verdad es que me he cuidado de enterarme. A las mujeres las violan y a los niños los matan. Frenamos, tirándome el vaso con café que descansaba entre los pies; parece que llegamos. El camión se detiene y apaga el motor. Inmediatamente me bajo y saco el cuchillo que traigo en la bota. Tan pronto recorro terreno y apaciguo mi paranoia, inicio el lento descargue de cajas y cables que luego conectaré tan metódicamente como me enseñaron a hacerlo, pero sin poder entender que funciones cumplen entre el transmisor, el sintonizador y los demás aparatos. Debo tener todo listo para cuando llegue el segundo camión con las noticias y el generador a base de gasolina. Pero no llega. Estamos aquí hace mas de hora y media y lo que único que podemos desear es que también se hayan perdido. Si los detuvieron, ya debe venir hacia nosotros un operativo para interceptarnos: tortura y muerte. No quiero morir en esta guerra que mató a mi hermano. Varias veces pienso en dejar todo y marchar hacia la frontera -que debe estar cerca- cruzarla y transformarme en un refugiado que lucha en el exterior incitando la opinión pública. Sin darme cuenta, poco a poco, lánguido, me voy alejando, imperceptiblemente del camión y la estación; palpito aceleradamente mientras un calor me lastima el dorso y junto fuerzas para correr hacia lo lejos. Camino. Corro. No llevo más de doscientos metros cuando me cierra la calzada un obstáculo que se acerca de frente; escucho un motor, me turbo y caigo al suelo. En lugar de correr a algún otro lado me empequeñezco sobre la tierra; tiemblo, aprieto los dientes y pienso en mis compañeros y en que acabo de revelar nuestra posición. He traicionado a Jorge, a Oscar y a su primo, y a la rebelión que depende de nosotros. Siento que mis párpados se encienden cuando el vehículo prende las luces sobre mí. Me apretujo más en mi mismo, sudo, y siento unas botas levantar polvo percudiéndome el rostro. Pero la voz gentil de Alfredo con su educación privada y botas norteñas me desmiente de mis pesadillas despiertas. Una vez que abro los ojos, que veo su rostro delicado y me tranquilizo, deciden apagar nuevamente las luces del camión. No se perdieron, pero tuvieron que rodear todo el cerro para llegar con nosotros desde otro flanco; había informes de presencia de patrullas por su ruta. Me subo a la parte de atrás y desenrollo el cable del generador mientras entibio los potes de gasolina. Apenas parquea, salto del transporte arrastrando el cable del eléctrico y busco un sitio seco para dejarlo. Como todo está húmedo me quito las ropas; con la playera seca que traía pegada al cuerpo, hago un nicho donde pongo los enchufes, los envuelvo para que no se mojen; por último, les tiro encima el chaleco de piel. Reviso que la lona del camión del generador esté tensa, no se vaya a volar con los ventarrones, y ya con los potes tibios, arranco el master; lo fijo al máximo mientras le vierto algunos litros, chequeando que las bandas giren, que no estén rotas; exploro el medidor del acumulador contando su voltaje y miro como se aviva el tablero lleno de foquitos y medidores. Voy por un foco de 60 Watts para la lámpara de Alfredo, siempre se le funde cuando tenemos que mudarla, despliego la mesa y silla donde leerá sus informes nuestro periodista por no sabemos cuánto tiempo y arrastro una segunda silla a la distancia indicada para escucharle sin distraerle. Dejo que esta silla, al borde de la mesa, cruja con mi peso y respiro hondo al tenor de un trabajo bien hecho. Busco en el suelo el termo de café que boté aquí cerca, aunque para ello tenga que estremecerme un poco por el frío. Antes de reclinarme sobre el respaldo y provocarle su último quejido a la madera, dirijo la mirada al montículo de mi chaleco y playera engurruñados; apeno un poco el gélido en mis dedos y entrañas y, tras más de ocho horas de haber partido de la ciudad, descanso.
~ ~ ~ ~ ~
De la ciudad sólo queda un resplandor anaranjado que nos despide en el horizonte. Pareciese que puede adivinar los riesgos de nuestro cometido y el por qué hemos de abandonarla durante la noche, cobijados en su oscuridad y su odinariedad, silenciosos ante el inefable hecho de ser descubiertos por aquéllos que la transformaron de un polis maravillante a un calcáreo amontonamiento gris, bastado de tropas vulgares que resguardan un poder ilegítimo. Voy revisando mis anotaciones; proyectando la lectura y los comentarios que nutren el noticiero insurrecto no necesariamente mío. Quisiera creer que al contemplar la posibilidad de acobardarme, de recular por donde vine y no exponer esta integridad mía tan lábil, no contemplara siempre una solución insostenible. Este informe nimiamente mío no es el desenlace inequívoco de un patriotismo reverberante; es el accidente que me distingue, convirtiéndome en alguien durante los conflictos; soy el resultado de mi educación, el trabajo y los amigos indicados en este tiempo sin nombre. Preferiría, mientras me dirijo al punto donde se transmitirá mi voz como icono de la verdad rebelde y de la resistencia, recordar los tiempos donde la radio me significaba horas de absorto estudio: hallando, rescatando, valorando y divulgando todos esos sonidos excelsos en una magnificencia clásica; y perdidos entre incontables laberintos de vinil negro. El frío ha empezado a calarme el tuétano mismo de los huesos; que en vislumbraciones alucinatorias desquiciantes alcanzo a discernir conglomerados con muchos otros; todos provenientes de los cadáveres de los rebeldes vencidos. Tengo que procurar dormir un poco. Debo llegar suficientemente fresco para mantener un tono firme y contínuo que permita entender las noticias del otro lado del receptor, y transmitir, junto con ellas, este sentimiento de angustia que nos acanalla la piel y que esperemos se apodere de la opinión pública. Además, ninguna de mis destrezas es útil en tanto el trayecto. Despierto sobresaltado, como siempre. Santiago dice que dormí por varias horas y falta poco para llegar, pero no reconozco esta parte del cerro; se que no se suponía que viniéramos por la ruta oeste, pero callo. De nuestras anteriores excursiones he aprendido que Santiago y su cuñado son extremadamente confiables, fieles y ennoblecidamente buenos; me proveen de una seguridad que ansío y anhelo. Casi llegando, alcanzamos a divisar corriendo el cuerpo macizo de Zacarías; sólo a él le conozco un cuerpo alto y ancho como una pared. Sin embargo, a pesar de su fortaleza, teme a los soldados y su locura, tal como nosotros; y entiendo que nos ha confundido con unos pues se acuclilla en el suelo temiendo que le disparen y sudando. Le pido a Agustín que detenga el camión y prenda las luces; inmediatamente me bajo, me le acerco calmoso y le hablo con gentileza; él me reconoce y veo su semblante despanicarse como un respiro asfixiado. Tan pronto apagan las luces se sube en la caja del camión y empieza a preparar el generador. Es un hombre duro, acostumbrado al trabajo pesadamente arduo que yo desconozco. Los tres en la cabina sabemos que intentó escapar a la frontera pero no diremos nada; el es más hombre que todos nosotros. Aún no hemos acabado de estacionarnos cuando miro a Zacarías saltar con el cable de electricidad, es como si nunca acabara de cansarse; por el retrovisor veo que se desnuda para proteger no concibo qué cosas y empieza a descargar los pocos muebles que vienen en el camión. Justo al final, invariablemente, pone una silla más junto a mí para escucharme mientras informo al mundo; él, de todos los sublevados y los periodistas en el extranjero, es el público que más me importa; es el único que permite sentirme necesario. Da la hora pactada y abro el micrófono, empiezo a leer aquello que interesa en el frente y no las glosas facciosas del noticiario oficial. Zacarías me escucha atento, no ignoro su ingente deseo de ser locutor cuando escuchaba la radio en la Universidad, ni que le admiro.
~ ~ ~ ~ ~
Los meses han gastando los bordes de mi identificación: Daniela Pineda. Corresponsal del Nuevo Diario de la Ciudad; en breve empezará a notarse que no está renovada y dependeré únicamente de las transmisiones clandestinas. Hace año y medio que renuncié al periódico debido al encubrimiento noticioso cuando las movilizaciones castrenses. Pude conservar el ID sin embargo me avergüenza mostrarlo; me duele como la primera vez el recuerdo de esa primera plana enumerando los falsos logros del gobernante y su administración, mientras los militares se abrían paso entre selvas, pueblos y ciudades por órdenes incuestionables. Manteniéndome expatriada por mi seguridad, debo padecer una impotencia diaria por no batallar contra el régimen impuesto que tanto desprecio. Hoy, como otras sombras, observo mi tierra natal cerca del desierto, desde un país que no es el mío y del que no puedo regresar a mi patria. Dan las once de la noche y enciendo el sintonizador y la grabadora para preservar el informe noticioso de la radio resistente, encabezada por Alfredo Santillán, miembro de la casta gobernante que reniega sus raíces para respaldarnos, quien divulga al extranjero lo que acontece tras esta barda que me atrapa el corazón tanto como la mirada.
~ ~ ~ ~ ~
Buenas noches, soy Alfredo Santillán. Esta es la transmisión insurrecta número catorce de las noticias de nuestro país, atrapado en una guerra intestina de ilegitimidad. A través de las ventajas de esta tecnología y sus señales inaprehensibles, nos comprometemos, tal como al principio, a enterarles de la verdad auténtica: el pasado cuatro de septiembre fueron por fin localizadas las instalaciones mantenidas como cuartel de interrogatorio y tortura por el Gral. Larrea. Dentro, varios de los llamados desaparecidos por el régimen fueron hallados aún con vida; lamentablemente, Domingo Estrada, líder del Movimiento de Emancipación del Sureste, fue asesinado a quemarropa por un guardia para evitar su liberación. En memoria del Dirigente Estrada: “La eminente esencia de la humanidad y de nuestro patriotismo, constituida dentro de los santuarios cuyos valores cimentaron nuestra nación, revelará en todos nosotros la visión de una esperanzada probidad durante ésta época de envilecimiento. Como prójimos, no dejaremos de asombrarnos ante las maravillas erigidas sobre las cenizas derrotadas del yugo de nuestra ensoñación; incluso frente a la intolerancia y la represión habremos de resistir. Combatiremos este manto taciturno que se nos avecina con su insolente amenaza sobre nuestra integridad, en aras de la nobilísima tarea de rendir nuestras mentes y cuerpos al íntimo deseo único de Libertad…”

Radio Popote.

Por: Acá Né.

El locutor encenderá su tabaco. Un técnico tras ventana le hace señas. El locutor tapa el micrófono con la mano y pregunta:
-¡¿Qué?!
-No se dice “¡¿Qué?!”, se dice –sonríe y suaviza la voz- “¿Mande?”
-No chinges, pendejo; ya dime.
-El cigarro…
El locutor acerca la llama al cigarro, sin dejar de mirar al técnico, y repite:
-¿Qué, idiota? Cómprate los tuyos.
-…está del revés.
-Cof, cof…ghrrf, cof…
Efectivamente, la lumbre ha encendido el filtro, los pulmones se llenan de no sé qué, el cartel que reza AIRE se ilumina, el locutor saluda a su audiencia:
-Cof… ghrrrf, cof, cof… ah, chingar.
El técnico, algunos dicen que es su amigo, le señala con el índice el cartel. El locutor se sobresalta y le dedica un dedo distinto; vuelve a saludar, esta vez consciente de que lo hace:
-¡Ánimo, enfermos terminales! Ha empezado Cof-Cof, su programa antigripal.
Luego sigue tosiendo a gusto. Un buen rato. Cuando se calma, anuncia:
-¡Qué en paz descansen, amigos! Ha terminado Cof-Cof, su programa antigripal.
El técnico presiona una tecla y la música da a entender que, con fortuna, al volver ya no habrá un tuberculoso frente al micrófono.
-Oye, güey, límpiale, dice el técnico.
-¿Y ahora qué chingados…?
-Tus comos, güey, no son pa’ untar el micro.
El locutor enciende otro cigarro, esta vez se cerciora de que los doscientos dieciséis químicos que se apretujan en el cilindro de papel se encuentren en el extremo correcto. Cómo extraña los Alitas, no tienen filtro... antes los hacían con papel de arroz. Con un dedo recoge el moco chilango contaminado que cuelga del micrófono y lo avienta hacia su compañero. El vidrio que los separa se queda con la mugre, que lentamente desciende en línea recta dejando una estela amarillenta, o grisácea, que mañana será una costra. El técnico saca la lengua, abre los ojos con énfasis psicótico y lame el lado opuesto del vidrio, a la altura de eso que cae: las vicisitudes de chambear en una radio.
Éstas y otras gratas experiencias de vida son sólo posibles gracias a un individuo, de apellido Marconi, que hace bastante tiempo inventó lo que al principio se denominó Telegrafía sin hilos, pero que gente más cuerda llamó Radio.
-No, güey, Tesla inventó la radio.
-La patente la obtuvo Marconi; ergo, él inventó la radio.
-Los gabachos se desdijeron después, güey. Tesla inventó la radio.
-Estás de la verga, pendejo, eso hicieron porque tenían una pinche deuda por derechos con la empresa de Marconi. No seas mamón.
-Güey, si es por eso: a Marconi le dieron la patente, en primer lugar, güey, porque Edison le ponía. Y todos saben que por esa época Edison le ponía a todos los de esa pinche oficina de patentes, güey.
-No mames, acabas de ganar el concurso de la radio por la pendejada más grande, güey, puedes pasar a retirar tu premio de mis pantalones.
-Tu culo, cabrón.
El técnico no responde a esta provocación, sino que se baja los pantalones y coloca el trasero contra el vidrio: lanza un gas que lo empaña. No es invierno, el vidrio no está frío: el pedo está hirviendo. El locutor le avienta el micrófono, cosa que nuevamente se estrella contra el cristal; pero que, por lo menos, sobresalta al técnico, quien da media vuelta, mira los controles, y con la mano cuenta: 4, 3, 2, 1. El locutor se lanza desde su asiento, rueda militarmente por el suelo hasta el micrófono, lo toma y dice:
-Bienvenidos, aman… ¡uh!… ¡oh!… ¡ARGH!
Puf. Golpe seco. Micrófono que cae al piso. Silencio. Luego cambia la voz y habla gravemente:
-Bienvenidos, amantes de la música Réquiem, con gran pesar cumplimos con el deber de informarles que su locutor habitual, Claudio “Morituri te salutant” Báez, acaba de fallecer hace un instante, quién sabe por qué, dando término de esta manera a una prolongada carrera radial presentando los grandes clásicos fúnebres de la historia musical. Por eso, y en su honor, haremos un minuto de silencio, y luego trasmitiremos dos horas seguidas de Nortek: sintámonos en Tijuana. Hasta siempre, Gallo Claudio.
Exactamente dos horas y un minuto después, apenas llega el locutor para jadear:
-Y… y… y ahora… unos anuncios comerciales.
Mientras los jingles alivian a la audiencia moribunda, el locutor y el técnico se ponen al día:
-Oye, ¿adónde fuiste?
-Fui al banco, pagué el gas.
-¿Te vino mucho?
-No, no mucho, acostumbro bañarme con agua fría.
-Verga, tienes un problema.
-¿Y tú?
-¿Y yo? ¿Adónde fui yo?
-Al infierno, supongo.
-No, güey, no me acuerdo.
-Hmm, pacheco. ¿Al Burguer? ¿Al Burguer y no me trajiste nada, cabrón?
-Pinche imperialista, come tacos.
-¿Y a ti, güey, qué te importa lo que como?
-Estás hecho un cerdo, güey, ¿no viste el documental “Super Engórdame”?
-Sí, güey, es una mierda. Viva Sir Ronald Macdonald.
-Pinche payaso de mierda.
-Yo guardo en la cartera una foto de niño en la que me abraza, ¿quieres verla?
-Por mí, güey, que le avienten NAPALM mientras anima una fiesta de cumpleaños.
-¿Y los chavitos que estén de invitados?
-Yo qué sé, güey, sobreviven mutilados.
-Oye, güey, ya acaba la publicidad.
-Repítela.
-Va.
-¿Un gallo?
-Va.
-¿Ponchas?
-No.
Mitos de la creatividad pacheca:
Reefer, un chavo de por ahí, se fuma un porro, escribe o plagia una extensa obra titulada “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”, envía el manuscrito a imprenta, llega a su casa y masacra a toda su familia. Esta sinopsis no es enteramente fiel al hit hollywoodense de 1936, “Reefer Madness”, gran impulsora de la prohibición de la hierba en el Norte; sí, en cambio, es un argumento verde. ¿Para qué? Para no decir: fluye la onda, brother, connection. No conozco a nadie que haya dicho eso, en realidad, pero me lo imagino, todo así como falto de esqueleto, ondulándose mientras camina. La cuestión es que, aunque fumes, no fluye nada que no esté previamente empaquetado como fluido.
Netas de la creatividad pacheca:
El locutor y el técnico juegan Piedra, Papel o Tijera. Al locutor se le enredan los dedos, los efectos en su motricidad son patentes, quiere hacer Tijera y su puño sólo es capaz de Piedra o Papel. No muy rápido –los efectos-, el técnico por fin nota este punto flaco en su contrincante. El marcador va ocho-ocho. Para ganar, alguno debe sacar dos puntos de diferencia. Pero de ahí en más, el técnico sólo hará Papel, sabe que el locutor no puede hacer Tijera. Éste, consciente de sus incapacidades, decide no hacer Piedra, pues sabe que su rival sabe y que por ende únicamente hará Papel. Entonces también hace Papel, siendo que Tijera le es imposible y Piedra inconveniente.
Papel contra Papel. Papel contra Papel. Papel contra Papel. Para Dios, que todo lo ve, o que todo love -no puede salvarlos de otra manera-, verlos jugar debe ser sumamente intrigante, un rollo antropológico.
-¿Qué pedo, güey?
-Ya pierde de una vez, cabrón.
Ambos apostaron la identidad: si el técnico gana, y aparentemente tiene mayores posibilidades, cambiará su puesto tras la ventana, será locutor en la siguiente trasmisión. En cambio, si por algún giro de la fortuna ganase el locutor, robará la función de su compañero: fungirá de técnico en el programa que sigue.
-Oye, güey, ¿cuánto va?
-Igual, ocho-ocho.
-Güey, estaba pensando…
-¿Qué, güey? No me distraigas, juega.
-Que si gano, güey, estaré en tu lugar; y si pierdo, güey, como tu estarás en mi lugar, yo tendré que estar en el tuyo.
-Ay, cabrón…
Cambian roles, al fin y al cabo. El locutor, ahora técnico, observa meditabundo los controles de la cabina. El técnico, ahora locutor, fuma cigarros ajenos. Con un texto en la mano espera que acaben los eternos comerciales.
El guión que le toca leer está en un idioma que desconoce, pero escrito con la fonética de quien habla español, aparentemente. Ambos saben, les comentaron algo, que es el rollo antropológico de un chavo medio extraterrestre, sí, una tesis o algo así. La consigna: iniciar la lectura a las seis y cuarto, durante el programa de folklore musical.
A falta de otra cosa mejor, el técnico/locutor lee, se emociona algunas veces, otras grita, en ocasiones solloza. No tiene la menor idea de lo que hace. Por su parte, el locutor/técnico presiona botones, se escuchan efectos especiales de sonido: rayos, explosiones, música de circo. Algo huele a quemado.
A kilómetros de allí, con la risa nerviosa del loco, el tesista anota en su diario de campo las reacciones de los pobladores. Puede parecernos un hijo de puta: antropología de la histeria masiva, investiga qué sucede cuando se siguen los pasos de Orson Welles y se trasmite, sin previo aviso y según el grupo étnico, una dramatización noticiosa de la “Guerra de los Mundos”, de H. G. Wells. No lo juzguemos tan rápido, esperemos resultados; sin embargo, tengamos en cuenta lo sucedido en Ecuador. Anochece un sábado veraniego de 1949, Radio Quito trasmite un especial del par de guitarristas más populares de la nación, pero los interrumpe, ya sabemos con qué. El pánico es previsible, embotellamiento, adúlteros que imploran perdón, mezquinos despilfarradores, sacerdotes y prostitutas, etcétera. Cuando al fin se enteran de la broma, acuden en turba a la estación radial. Le prenden fuego. Veinte muertos.
Volviendo al caso, nuestro técnico sigue leyendo y el locutor que presiona botones. Apacibles. Música de circo. Algo huele a quemado.
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Radio

Por: Oidardo

WawiiituuuRrazas del mundggggggg 324 FM!! Su estaciaaaaaa
Apenas. Apenas tengo fuerzas para girar… la rueda que cambia de estación…..
Tffrrffrrffrfffrpor nuestro amor por nuestro ayer yo te lo pidokjjjj ¿Cuánta gente calculan ustedes esta noche en el estadio Aztecrshht
No la encuentro. No sé si la encuentre. Llevo décadas y no la encuentro….
PgaagggghhhEl índice NASDAkssssshhhhhuuuuPor eso Jesús dice: Yo soy el camino, la verdad y lasshngshwuu
Busco las palabras, los sonidos, que me digan cómo salir de aquí, cómo entrar al centro, cómo gozar la piel. No mi piel ni la de otro, sino la piel: mi piel, la de otro.
Kuggghhhghhhhhgghhhhhh Fly to a dream far across the sea All the burdens gone Open the chest once mo…[1]RrrrdEl problema de los indígenas es un problema que nos afecta a todos, por eso es importante que nos preocupemos por nuestros hermanos de la selfrtgssh
Busco las palabras, los sonidos, con los que pueda decirle a alguien que tengo un cuerpo, que no soy mano de obra, ni barata ni cara, sino mano de apretón, de caricia. Porque sé que no estoy solo en este desierto de jaulas rodantes.
Trsssshhhhhhtt Y soy rebelde cuando no sigo a los demleaaac If I move this could die Eye's move this can die Come'on take me out[2]
Busco los oídos, los nervios, que reciban las palabras, los sonidos, los roces de quien me haya descubierto nadando entre el petróleo.
IññweeeaaauuuuA ningún presidente se le había exigido tanto como a meeeaaaagghhhYo no nací pa’ pobre, me gusta todo lo bueffgbbltrtaacktlghh
No busco las visiones ni los ojos porque la luz del mundo —la del sol, la de los cuerpos, la de las pantallas— me ha cegado.
fffghhhaaaaaSo you children of the grave listen to what I say: If you want to have a world to live in, spread the words toda[3]eesssshhhhhhh
Con la fuerza que tenía, apagó el radio. En el silencio de la noche empezó a oír voces. Pero no temió.


[1] Vuela a un sueño más allá del mar. Todos los fardos se han ido. Abre el cofre de nuevo.
[2] Si me muevo, esto puede morir. Con el movimiento del ojo esto puede morir. Ándale, sácame.
[3] Entonces ustedes, niños de la tumba, escuchen lo que digo: si quieren tener un mundo en el que vivir, rieguen las palabras ahora.

Partículas en reposo

Por: Hetkinen

La antena gigante sobre el edificio le envolvía alegremente cuando Roque se animó a trabajar de intendente en la radiodifusora; y una vez que conoció por dentro las instalaciones, llamaron su atención de manera vivaz los locutores y colaboradores del lugar, quienes no tenían jamás el tiempo de hacer más cosas que hablar con los radioescuchas, seguir el guión de un libreto, dar una opinión, transmitir una información o mandar cortes musicales o comerciales; o saludar y beber el café hirviente de un vaso desechable y salir disparados a otras ocupaciones.
Pero Roque era desde antaño muy curioso. Ya podían verlo tomar la escoba y la jerga y la cubeta e iniciar la faena de tener barrido y olorosamente limpio el inmueble. Sí, en un principio era rápido con sus labores, aunque es justo decir que conforme discurría el tiempo también iba acumulando perspicacia, y para acabar con la incipiente rutina se propuso un sencillo entretenimiento –consistente en cuantificar las horas necesarias en que las personas ensuciarían su limpieza-.
Así pasaba los días y, si en principio bastaba sólo uno para acumular decenas de cestos de basura con materia que aún no se consideraría como tal, paulatinamente se necesitaron de pocas unidades y el lugar se pobló de higiene y voluntad.
Todos los locutores y colaboradores estaban agradecidos y en deuda con Roque, al grado de incluirlo en sus consideraciones. Asimismo, surgió para con él un afecto próspero y tal vez sincero por el sacrificio y esmero que empleaba ante el descuido inadvertido de los mismos.
Ya por entonces la curiosidad de Roque se había desplazado de los rincones sucios y de difícil acceso hasta los rincones en que ni las escobas, ni las cubetas, ni las jergas podían llegar, sus pensamientos. Y claro, esto último se daba porque, al laborar en una estación de radio, uno se ve sometido a la estimulación constante y natural de encontrarse día a día con canciones y noticias recientes, frescas.
De improviso se vio motivado por las visiones particulares de cada uno de los invitados que visitaban las instalaciones y progresivamente se forjó una opinión, si no sólida, sí respetable y con ciertos visos de inteligencia acerca de temas muy variados. Era envidiable el modo como Roque posaba su mentón sobre la punta de una escoba y su mirada se tornaba penetrante y aguda durante los debates. No, no concordaba su vestimenta de intendente en aquellos cuadros, pero su curiosidad encajaba en todo.
Pues así, también se le veía curiosear en los rubros musicales. Y si tenía la fortuna de escuchar en alguno de los incesantes días una pieza que cautivara sus sentidos, después se le podía ver de aquí para allá averiguando el nombre del intérprete o del conjunto que le había erizado el cuerpo y emancipado las emociones.
En un número indefinido de ocasiones se le escuchaba tararear con notable convicción alguna frase llena de peculiaridad, al punto de resultar inevitable a los colaboradores preguntarle por lo que envolvía su mente galopante. Y Roque se interrumpía gustoso para hablarles con deliberada pasión, contagiante desenfreno y caluroso detalle de las mujeres que en cada canción encontraba; y las describía, mientras aseguraba que en algún momento determinado de su vida las hallaría y ellas le observarían embebidas y deseosas de que Roque no parara de inundarles con sus palabras tan tempestuosas y arrebatadas.
Sin embargo, y cuando todo era pleno, ocurrió que una tarde sumamente extraña en que le informaban sobre sus cercanas vacaciones, se sintió sobrecogido. Mas intentó difuminar aquel estado vacilante al imaginar que bien podría dedicar esos días de relativo descanso a visitar la abandonada bodega de la estación radial, que nadie visitaba y que contenía los ya desprestigiados y desvalorados discos de vinil, con la firme intención de explorarlos, expandiendo así las emociones que desde hace tiempo le traían estremecido –ya fuese cuando subía o bajaba una nota vocal; o bien, cuando bajaba o subía una musical-.
Decidió que, una vez pasada su semana vacacional, emprendería un viaje por las calles que desconocía y quizá allí se encontraría con alguno de los rostros prefigurados.
Finalmente llegó el día en que comenzaron las vacaciones para Roque.
Ese día se despidió de sus compañeros únicamente con un ligero gesto de sus manos y al poco tiempo ya se encontraba infiltrado entre las estrechas paredes que resguardaban una escalera ruinosa y culminaba en una puerta de madera derruida por el paso de los años, por donde nadie entraba ya y almacén de tantas grabaciones antiguas.
Casi de inmediato y en el umbral de la puerta inestable estornudó tras percibir en su nariz el polvo. Conforme se adentraba, procuraba moverse cautelosamente, pero las partículas de polvo le impedían respirar sin dificultad. Pudiera ser que las partículas le hicieran daño, pero eso no le impedía seguir. Sus ojos se extasiaron al contemplar los portentosos y soberbios anaqueles metálicos tan llenos de nostalgia.
Pese a que la visibilidad era escasa, avanzaba, y el piso de madera crujía. Distinguió un lugar donde se concentraba un poco de iluminación y contempló algunas portadas de otras épocas. Como el ambiente se volvía denso y pesado, y los crujidos comenzaron a inquietarle, optó por tomar algunos discos y llevarlos a otro lugar para admirarlos con plena claridad.
Se disponía a volver cuando, en un momento que hoy no cesa de maldecirse, tras quitar de su sitio y al azar uno de los discos, entró polvo y basura en sus ojos, por lo que tuvo que restregarlos; caminó un poco y tropezó para estrellarse contra una de las torres metálicas. En un intento quiso prenderse de una de las esquinas, pero lo que hizo fue atraerla más bruscamente hacia sí. No supo valorar la fuerza de sus muñecas. No supo. Todavía en ese momento tuvo a desesperarse, pues sentía cómo se precipitaban sobre él los numerosos discos y aún no conseguía limpiar sus ojos. Se sintió aturdido mientras caía lentamente y esa fue la primera vez que experimentó angustiado un dolor hondo en su interior, y su ser se ahogaba en aquellas instalaciones que le colmaron el alma de tantas sensaciones bellas. Algo pasó en él de repente porque perdió toda la fuerza y se sintió muy fatigado. Ya no manoteó los discos que se le precipitaban. Un segundo anaquel cayó seco y letal sobre su cabeza y el tercero le fue imposible sentirlo. Los cartones de las portadas amortiguaron todo el ruido generado y el silencio de la muerte colmó en breves instantes aquella olvidada bodega.
Todas las partículas reposaron de nuevo.
Los jóvenes trabajadores hoy ya no son tan curiosos. Sólo notaron un ambiente extraño cuando al cabo de algunos días un olor putrefacto llenó el ambiente de las cabinas y el resto de las instalaciones. Sólo entonces repararon en la ausencia de Roque. Con una inspección meticulosa identificaron de dónde provenía el vomitivo olor y algunos de ellos se atrevieron a entrar forzosamente en la bodega oscura. Cubrieron cuidadosamente sus fosas nasales con el cuello de sus coloridas camisas de algodón y divisaron con la luz de una linterna el cuerpo derrumbado, aprisionado e inerte; y con postura que carecía de deseos de salvarse.
No se sorprendieron mucho. Después de verlo salieron y volvieron al trabajo.






Nacimiento

Por: Rolando Deschaund de Gilead




Era la primera vez que veía el mundo, sus neuronas lograron procesar las imágenes

percibidas del exterior. Era su primera impresión. Logro observar una maceta a su

derecha, con flores amarillas y rojas de colores muy intensos que se agitaban levemente

a causa de una ligera corriente de aire. Alguien lo manoseaba ligeramente y por lo cual

la dirección hacia a donde miraba cambio. Un rostro barbudo y expresión seria lo

observaba, vestía una bata blanca y lo sostenía frente a él. Sus manos eran nudosas y

gruesas pero lo manipulaban con suavidad. La luz era intensa, proveniente de ocho

grandes focos colocados en la parte superior y sostenidas por una amplia lámpara,

iluminaban absolutamente cada rincón de la mesa en donde se encontraba. Una mesa

metálica, lisa y fría, aunque esto último no podía saberlo.

Otras cinco personas se encontraban en el lugar rodeándolo, con batas blancas,

mascarillas y gorras blancas especiales para cubrir el cabello. Algunos sonreían por

debajo de las mascarillas con ojos brillantes, ilusionados y satisfechos.

Era un cuarto blanco, amplio y con algunos objetos eléctricos colocados cerca de un

rincón. Al lado de la mesa en donde se encontraba se ubicaban un par de torrecillas con

material electrónico muy sofisticado. De color negro azulado se parecían mas a un par

de libreros cuadrados con un ancho igual que de largo con cuatro divisiones

horizontales. Todo relleno con paneles y placas llenas de circuitos y microchips.

Innumerables cables sobresalían de las torres acabando en la mesa metálica y tocando al

recién nacido. Estos aparatos monitoreaban que todas las funciones que él estuviera

realizando fueran correctas y hasta ahora así eran.

Todos los doctores se encontraban felices y algunos cuchicheaban entre ellos

aprobándose entre si sus comentarios o acciones.
Nuevamente lo manipularon y quedo mirando hacia una mujer madura de cabellos

castaños, rostro liso y suave que no se encontraba cubierta por la mascarilla y su rostro

era sereno. Ella lo miraba penetrante y fijamente con los ojos, extendió sus manos para

sostenerlo ella misma y sonrió.

Todavía no conocía el significado conceptual de los objetos y cosas que lo rodeaban,

pues, era un recién nacido y todas las cosas que había visto no tenia sentido para el, pero

logro ver y esa era la ventaja.

- ¡Precioso! ¡Es precioso! – dijo la dama.

- En realidad acaba de nacer – acabo riendo uno de los doctores.

- Aunque no lo creas así es – confirmo otro.

- ¡Es maravilloso! – refirió uno mas.

- Creí que nunca lo lograríamos - señalo satisfecho el barbudo

- Pero así fue – repuso la mujer y se levantó.

- Quítenle los cables – dijo tranquila, acostumbrada.

Y prosiguieron a obedecer. Algunos desconectaron ciertos enchufes y los guardaron.

Otros manipulaban en las torretas oscuras escarbando, con desconocidos propósitos, en

sus entrañas. Uno mas se enfrasco en la tarea de limpiar alrededor de la mujer y de él

mientras esta sostenía a su creación. Todos estaban enfrascados y atareados en sus

actividades.

Todo había salido bien.

- Arránquenle los ojos- dijo la doctora y alguien procedió a quitárselos.

- Ahora empieza la segunda parte del experimento – expresó – estos lentes fueron muy

útiles – señaló sosteniendo dos cilindros metálicos con cristales en su interior.

- Ahora sabemos el número mínimo de neuronas necesarias para percibir un estímulo

visual y que sea procesado correctamente – la doctora estaba sonriente y emocionada.

Era la directora del proyecto “Neurona-Minds” y todos estaban felices.

La doctora procedió a retirarse a descansar mientras otros colaboradores procedían a

continuar con el trabajo. Levantaron con cuidado el sofisticado portaobjetos modificado

en el cual estaba embebido el conjunto de neuronas en forma de un amasijo

blanco-amarillento y en el cual confluían algunos cables eléctricos, fibras ópticas y

demás y debajo del cual se encontraban algunos ingenios de circuitería sobre el que él

ya estaba integrado y por el cual recibía y emitía estímulos.

Ahora los doctores continuaban extrayéndole con cuidado los lentes por el cual había

logrado ver por primera vez y finalmente desconectaron los cables principales.

El amasijo nuevamente quedo aislado.

Ahora procedían a insertarle con precisión y de manera implacable otros cables y

enchufes, uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro, hasta que los doctores

llegaran a agotarse, el amasijo no pudiera ser encajado con mas cables o todo acabara

ahí.

La segunda parte del experimento había dado inicio, ahora el conjunto de neuronas seria

examinado para observar el conjunto mínimo necesario para poder recibir estímulos

táctiles de presión.

Estaba todo enlazado.

Estaba todo listo.

Y continuo, quizás hasta que no quedara nada mas.

Miradas


El semestre y la vida universitaria estaban por terminar. Los alumnos preocupados por los finales y por no atrasarse un semestre más. ¿Fiesta de graduación o excursión? Las dos.
Eduardo era uno de los que iría a las dos. Era un chico listo y sabía que saldría de la escuela sin problema, su único problema era el remordimiento de nunca haberle hablado a la chica que más le gustaba y obsesionaba: Esmeralda.
En muchos aspectos sabía que se parecían, sobre todo en el carácter, la había espiado durante cuatro años y, gracias a la información que poco a poco iba reuniendo sobre ella, se daba cuenta de que se parecía mucho a lo que siempre soñó: estudiosa, inteligente, segura de sí misma y misteriosa; parecía indiferente hacia él pero había algo que lo hacía dudar sobre esa relativa indiferencia. Su físico era algo que no entendía, pues a pesar de que ella no se comparaba en belleza con otras chicas tenía una mirada fuerte y profunda que lo cautivaba cada vez que sus miradas se cruzaban, cuando la veía caminar no podía evitar el seguirla con la mirada y, a veces, hasta la seguía por donde caminara. Sus miradas eran tan obvias que todos sus amigos ya habían notado lo que sentía, además de que cada vez que la tenía cerca, automáticamente se quedaba serio, enmudecía al sentirla junto a él. ¿Por qué? él no era tímido, tal vez era la primera vez que realmente se interesaba en alguien de esa manera. Ansiaba conocerla, pero el solo estar cerca de ella lo dejaba estático, quedaba como hipnotizado, sumido en esos oscuros ojos llenos de misterio.
Lo que Eduardo no sabía, es que ella sentía lo mismo, que desde la primera vez que lo vio le llamó la atención por su forma de desenvolverse, por sus ideas y por su físico. Ella siempre había buscado un chico como Eduardo, que era su sueño hecho hombre.
Lo había encontrado en una clase, pero de inmediato supo que no pasaría de ser solo un amor platónico porque él tenía muchas amigas y todas, sin excepción, se veían terriblemente fresas, todo lo contrario a ella, además se veía que le gustaba mucho a su mejor amiga, una gordita guapa, pero igual que todas, demasiado fresa. Ahora, ¿iría Eduardo a la fiesta de graduación o a la excursión? Solo tendría ya esas oportunidades para hablarle, después, no sabía si volverían a verse. Debería de controlar sus nervios, ¿cómo? no lo sabía, pero deseaba conocerlo en persona y ya no solo por lo que sus amigos le contaban de él o lo que ella deducía de las participaciones que había tenido en clase o comentarios que había hecho en ellas. ¿Realmente era tan perfecto? ¿Sería verdad eso de que no aprobaba la infidelidad? ¿que defendía a los alumnos que eran débiles con los profesores? ¿que era tan sincero?
El día de la fiesta cada uno se arregló lo mejor que pudo. Eduardo se arregló galantemente, pensando solo en Esmeralda, en que desearía verla esa noche sola, con un vestido largo y negro que entallara su figura, con el cabello suelto y perfumado, deseaba bailar toda la noche con ella, por fin conocerla.
Esmeralda se preparó pensando sólo en él y, al llegar a la fiesta envuelta en su vestido negro y con el cabello suelto, se alegró de ver a Eduardo solo con sus amigos hombres, mirándola atento como muchas veces lo había hecho hasta entonces, este era el momento para acercarse a él, ahora que él la miraba. Sin dejar de mirarlo a los ojos se acercó a él, Eduardo sentía que sus manos sudaban, Esmeralda sentía que comenzaba a enrojecer cuando lo saludó, él le contestó a su saludo con un “hola” algo nervioso y un beso en la mejilla, muy cerca de los labios; ¿ahora qué seguía?, ya estaba con él, que más daba continuar la plática, así lo hizo y él parecía algo sorprendido aunque gustoso (tal vez demasiado) pues no paró de sonreírle y atenderla toda esa noche.
Cuando la tuvo por primera vez en sus brazos pudo percibir el olor de su cabello, de su perfume y su piel, su olor lo excitaba y lo ponía aún más nervioso pues temía que ella lo notara y se alejara, ahora que por fin, gracias a un extraño misterio, se habían relacionado directamente.
Ella sintió que a medida que el baile continuaba él la estrechaba más fuertemente y eso le gustaba, sentía el efecto que ocasionaba en él y se alegró de ser ella quien tomara la iniciativa de hablarle ¿era esto acaso lo que le daba a ella un poco más de control sobre la situación? tal vez, pero lo cierto es que ella no podía dejar de sentirse atraída por esos ojos, tan magnéticos que no podía dejar de mirarlos, por esas formas ocultas bajo el traje que hablaban de un ser perfecto, ¿podría ahora separarse de él? Al menos no por esa noche, pues conversaron hasta la madrugada, se divirtieron mucho y ninguno prestó más atención a sus amigos, los cuales resintieron un poco esa falta de atención, pero no demasiado, pues sabían de los sentimientos que ambos chicos guardaban y se habían estado acumulando.
Ambos descubrieron esa noche que en verdad el otro era lo que buscaba, era una realidad lo que sus amigos les habían contado del otro y que los hacía soñar.
La pasaron tan bien esa noche que decidieron ir a la misma excursión, intercambiaron teléfonos y diariamente se hablaban; descubrieron que eran del mismo signo y que compartían muchas ideas, que era tan parecido su sentido del humor que podían estar riendo todo el día, aún cuando hablaran de tonterías, eran tan iguales que llegaron a tal grado de conexión mental que uno sabía lo que pensaba el otro antes de que lo exteriorizara y, si llegaban a sentirse serios, podían estar callados y aún sentirse muy cómodos entre sí.
La excursión sería muy corta en opinión de ambos, pero cada parada en su ruta les era especial porque esos lugares ahora nunca los olvidarían por ser allí donde se iba fortaleciendo su relación como amigos.
Eran amigos por el momento. Él nunca se lo había pedido a Esmeralda pues quería que se diera en forma espontánea, sin preguntas y respuestas absurdas e innecesarias. Ella nunca se lo había pedido porque aunque Eduardo le gustaba mucho y sabía que el sentimiento era mutuo, prefería hechos y no formalidades.
La última parada en la excursión, antes de volver a la ciudad y a la cotidianidad sería Puerto Escondido. En la playa todo parecía más limpio y distante, los paisajes eran cautivantes por sí solos, los cuerpos tirados en la arena parecían un tributo al sol y al mar.
Eduardo se quedó de ver con sus amigos para un partido de fútbol, Esmeralda también jugaría un partido con sus amigas, pero de voleibol. Primero se dio el partido de Esmeralda con sus amigas, era muy buena, pensó Eduardo cuando la vio, sus movimientos no solo eran exactos en el juego sino que destilaban sensualidad y más en ese traje ajustado aún cuando cubriera las partes que él más ansiaba conocer. Ganó el equipo de Esmeralda, quien recibió como premio un fuerte abrazo de Eduardo.
Era el turno de Eduardo, “esto será aburrido” pensó Esmeralda que no era fanática del fútbol, pero conforme se fue desarrollando el primer tiempo se dio cuenta de que Eduardo era realmente un buen atleta, pues corría más veloz que ninguno y se emocionaba mucho con cada patada que daba al balón, eso hacía volar su imaginación, ¿sería tan vigoroso como aparentaba en ese partido? ansiaba descubrirlo. Su deseo aumentó cuando en el medio tiempo, él se roció agua en el cuerpo y el cabello, el líquido se extendió a su pecho, su espalda y al resto de su cuerpo, sus piernas sudaban y se le hacían cada vez más llamativas y musculosas, sus cabellos ondulaban con el viento de una forma tan extraña que enmarcaban más sus ojos, haciéndolo más seductor, la hacía desear convertirse en aire y poder tocar todo su cuerpo, entrar por su boca hasta llegar a su cerebro y ver en esa mente qué secretos eran los que se guardaban de ese ser que tanto la atraía.El resultado 3-5, ganando el equipo de Eduardo.
Esa noche ambos equipos, el de Eduardo y el de Esmeralda, se reunieron para festejar sus triunfos. Todos se fueron retirando a sus habitaciones, solo Eduardo y Esmeralda continuaron bebiendo y riendo, querían que esa noche no terminara nunca.
Ordenaron más bebidas, al cuarto de Esmeralda ahora, también pidieron más ostiones, Eduardo deseó que en verdad estos fueran afrodisiacos, sobre todo para Esmeralda. Tomaron una copa y otra hasta que él sintió que Esmeralda estaba más que lista para lo que él estaba deseando ya desde hace mucho. Ella deseaba ser quien empezara todo, Los dos pensaron que el otro ya estaba ebrio, pero no fue así.
Después de un brindis por ambos, él la abrazó y ella se quedó por un momento quieta, recargada en su pecho, tomó las manos de él y las condujo lentamente hacia su cuerpo, él se sentía envuelto por la magia de Esmeralda, su cabello tenía ese olor que lo sedujo desde el primer contacto en el baile de graduación. La besó en el cuello mientras sus manos iban abriéndole el camino hacia la intimidad de Esmeralda, sentía que el sudor que destilaba el cuerpo de Esmeralda y lo invitaba a un éxtasis corporal más profundo.
Esmeralda sentía por primera vez el cuerpo desnudo de ese amor platónico que ahora dejaba de serlo, sus caricias la alteraban y llenaban de escalofrío, deseaba amarlo con toda la pasión que le había producido desde que supo existía. Continuaron toda la noche, extasiados, deseando que nunca llegara el amanecer, pero cuando llegó ambos sintieron miedo de que lo sucedido el otro no lo recordara por su estado de ebriedad.
Sus temores se disiparon cuando se miraron a los ojos, desnudos en la misma cama, su mirada delataba que ambos habían estado todo el tiempo conscientes y ahora sabían la verdad, eran almas gemelas, ahora ya eran uno solo y así seguirían.

Los Cuartos Vacíos

Por: EL VIRUS

Bajábamos las escaleras metálicas a toda prisa, nuestras carcajadas y burlas se alejaban de la adulta conversación que nuestros padres aderezaban con tazas de café en la sala del hermano Celerino. Los domingos por la mañana, después de una somnolienta sesión de iglesia, era visita obligada la casa de aquel religioso bigotón. La única bendición de aquellos días era saber que, después de tomado el último bocado de la seca carne de barbacoa (el platillo oficial de aquellas reuniones), tendríamos toda la tarde para jugar en los cuartos vacíos de la parte trasera de la casa, con los hijos de nuestro anfitrión dominical.
Entonces era la gritadera de niños, el relumbrar de sol y el rechinido de los viejos tubos metálicos de nuestra sagrada escalinata.
Ya abajo (porque los grandes cuartos vacíos estaban en una parte baja, como en un inframundo doméstico) todos comenzábamos a gritar y correr dentro de la gran soledad encerrada en aquellos muros. Las casas vacías siempre son espacios en donde el más mínimo susurro rebota en eternidades de diminutas ondas en el aire; nuestras risas y diálogos infantiles giraban en nuestro derredor como agua que sube en un recipiente que se llena.
Ahora, años después, cuando el hermano bigotes sagrados yace en tierra, y la figura de mis padres me es tan lejana como la de mis amigos de juegos en cuartos vacíos, me pregunto que será de todo eso; ¿acaso los cuartos aún mantienen nuestro universo de risotadas escondido en alguna esquina al abrigo de aterciopeladas telarañas? ¿o será que inmundos muebles han acabado por destruir nuestro espacio alternado de silencio y ruido?
Recuerdo en especial un momento en que me quedé sólo en aquellas habitaciones. Todos por contubernio acordaron abandonarme sin decirme nada, y me encerraron en los cuartos mientras corrían por la metálica escalera huyendo de su fechoría. Y ahí, sólo frente a ese poderoso silencio, sentía como si hubiese caído hacia un mundo tan apartado y distinto a cualquier lugar conocido por mí en ese momento. Cada movimiento que realizaba era como si fuera hecho primigéniamente: daba un paso y era como el primer paso hecho sobre la faz de la tierra, respiraba y era como Adán despertando a la vida, levantaba mi brazo y era como el primer movimiento de la primera danza de la humanidad.
— ¡Juan! —Gritó mi madre desde fuera del útero en donde me encontraba.
Lo más sorprendente fue que antes de abrir mi boca siquiera, de algún lugar de aquellos muros y plafones salió mi voz que dijo:
— ¡Ya voy!
Y mi voz callada en mi boca cedió el paso a la voz de aquel extraño y fascinante lugar.

Justo ahora, años después, cuando el bigote sagrado yace bajo tierra, y las imágenes de mi infancia son tan lejanas que no las distingo con ningún lente de mi memoria, voy pensando en estas cosas. Ahora que me dirijo a la radio, pensando si alguien o álguienes me escuchan en algún lugar, cuando tengo fe en los sintonizadores de los radios chinos y en nuestro transmisor tan viejo como la vieja escalera de la infancia, imagino nuestras ondas hertzianas como las carcajadas infantiles en el cuarto vacío: descansan en algún lugar, no le hace que pequeño pero eterno, en donde alguna elocuente pared se calla un momento, ya no dice mi nombre ni da algún aviso, sólo escucha mi voz en medio de este barrio, esperando el momento idóneo para estallar.

Los caminantes

Por: Rolando Deschaund de Gilead

Caminaba por la calle muy tranquilo, disfrutando del día tan hermoso que imperaba a mi alrededor, o ,mas bien yo me sentía muy bien como para ver todo de una forma muy positiva, cuando observe un zapato que se encontraba solitario, de pie, apoyado en sus desgastadas suelas carcomidas y sostenida por su estructura de piel endurecida y curtida, en medio de la avenida junto a la cual yo caminaba. Vieja y muy usada la veía como por pura casualidad como los automóviles pasaban por encima y no la aplastaban, se deslizaban justo a un lado del zapato que se agitaba levemente a causa del roce de las llantas y del viento que le sacudía.
No se cuanto tiempo ha de haber pasado, seguramente fueron unos cuantos segundos o un par de minutos, pero el pensamiento duro todo el momento que yo estuve caminando y pase de largo hasta perderlo de vista. En ese pequeño instante me puse a pensar, ¿de quien habrá sido ese zapato? ¿a que singular personaje habrá pertenecido? Quizás pertenecía a un hombre sabio que caminaba solitario por la ciudad pensando en las mas grandes profundidades existenciales que pudieran pertenecer a un mosquito de ciudad, y quizás por pura idiosincrasia coloco el zapato en medio de la avenida para comprobar algún pensamiento lleno de gran sabiduría y humanidad.
Pero no vi a ningún hombre de barbas crecidas y abrigo estropajoso, o de pantalones perjudidos llenos de gran existencialidad. No había nadie así por ahí.
O a lo mejor pertenecía a aquel chiquillo que cruzaba en ese instante junto a mi, quizás el niño lo habría encontrado en alguna esquina y decidió colocarlo, o mas bien aventarlo, entre los automóviles parta ver, con su curiosidad innovadora, como el portentoso zapato se escurría y se escapaba de los monstruosos automóviles, que con su habitual peso pasaban encima de el.
Pero no quizás no era así, mire mas atentamente al chiquillo y vi como seguía de largo sin darle mas atención al zapato que a su propio apio verde y agrio de su desayuno.
Mas bien seguramente el zapato perteneció a algún pasajero de alguno de aquellos automóviles, que, seguramente, se habría levantado tarde y tarde habría procurado tratar de alimentarse, de desayunar, y desayunarse mal y muy estresado, de eso quizás procuro el hacer. Y al mal subirse a su automóvil y con su gansito a un lado, colocándose una chaqueta que embarraba afanosamente de su pastelito y sus lentes que quedaban empañados por su aliento agitado, procuro estresarse un poco mas de lo habitual, para que su estómago sufriera y sus enfermedades gastrointestinales persistieran con mayor relevancia. Gracias a Dios. Y seguramente de esa manera al tratar de colocarse con una mano uno de sus estropeados zapatos y con la otra embarrar el techo de su automóvil con su saludable pastelillo exquisitamente exprimido y con su cabeza tratar de conducir su automóvil entre la fabulosa cantidad de coches que ejercitan su derecho a congestionar las vías de comunicación decidió conducir de esta manera ciego, con la mirada hacia abajo, además, para comprobar si pertenecía a la dinastía de los Jedi y percibir como los autos y peatones se acercaban y alejaban de el y aplastarlos amablemente.
Y quizás de esa manera nuestro gentil conductor, entre alguno de sus maravillosos malabares, decidió arrojar su espantoso y desastrado zapato hacia fuera. Seguramente para comprobar si aquel permanecía en el lugar hasta que el regresara de su trabajo, un trabajo en el que estaría las ocho horas sin un zapato.
Quizás fue así, pero no tenia la paciencia para esperar a nuestro estrafalario amigo y proseguí mi camino.


El zapato permanecía ahí, cada coche trataba de arrojarlo o aplastarlo hacia algún lugar, y el zapato había pertenecido a un mendigo.
El mendigo había tenido una vida muy extraña, desde pequeño quedo sordo a causa de una rara enfermedad auditiva, sin familia ni amigos, pues parecía que era medio loco, vago por el mundo sostenido por sus fabulosos zapatos de cuero grueso y café claro. Desde pequeño encontró los zapatos en un lote baldío, muy hasta el fondo. Muy grandes le quedaban, pero así no tendría la molestia de volver a buscar unos nuevos. Y así los uso, año tras año, caminando lenta y pausadamente, pues su viaje era muy largo, cruzando por grandes países y pequeños pueblos, solo, silencioso, meditabundo. Cruzando por pequeños riachuelos y grandes y caudalosos ríos, entre desiertos y profundas zonas selváticas. Conociendo gente diferente y extraña en cada lugar hacia los que sus pies y sus zapatos lo llevaban. De esta manera y sobreviviendo quien sabe como, vivió sus maravillosos cuarenta años y así el mendigo, o vagabundo o fantástico explorador, llego hasta nuestro país, residió en el por un par de decenas de años mas Caminando y explorando cada rincón de nuestro terruño, que mucha gente, en toda su vida, nunca podría llegar a ver jamás, y todas aquellas cosas hermosas los observo el.
Y así siguió “disfrutando” de su singular vida.
Había solo un viaje que nunca había echo y que ahora decidió llevarlo a cabo, un viaje largo y extraño y ese momento ocurría en ese preciso instante...
Su rostro se puso un poco mas rojo de lo normal, su cuerpo de alguna manera se hincho como un pequeño globo y su corazón, ya viejo y cansado, empezó a moverse de una manera diferente. Y fue cuando se recostó en lo que siempre había sido su hogar y su lugar de esparcí emito el sitio que era suyo y de nadie mas, se recostó en la creación e inicio su viaje, todos los que eran sus súbditos llegaron pronto para acompañarlo y así se lo llevaron, en una carroza blanca con luces rojas y azules para despedirlo en su extraño y largo viaje, y en todo ese homenaje para su partida uno de sus maravillosos zapatos se posos en su mundo y permaneció ahí, quería seguir viajando, pues el nuevo viaje de su portador solo le correspondía por el momento a el.

Y el zapato permaneció ahí observando el mundo.

Los árboles mueren de pie

Por: Nosferatu

Le molestaba viajar en Metro. No era el calor acuchillador, ni el hacinamiento con sus empujones e incomodidad, ni siquiera el hecho de tener que usar ese medio de transporte y no otro. No, no era eso lo que molestaba. Era lo que el Metro representaba. Para él, aquella visión era tan evidente, que no comprendía por qué la gente seguía actuando tan natural, como aquello fuera normal. Eso era lo que más le molestaba, esa pasiva indiferencia, esa cándida resignación.
El Metro le parecía una avalancha de ciegos guiados, por un tuerto, hacia la alienación. Se preguntaba quién propiciaba aquello, ¿eran los comerciantes que deseaban aumentar sus ventas por medio del asedio publicitario?, o ¿eran los pasajeros que perdidos y confusos buscaban en los largos y anchos pasillos, en sus enormes señalamientos y anuncios; no sólo indicaciones para entrar y salir, sino también la indicación de que sueños acariciar, con qué objetos consolar sus esforzadas vidas y con cuales otros no; en resumen, una guía sobre cómo debían vivir? El Metro era el espejo donde la sociedad indolente, atada al deseo, se reflejaba. Era tan obvio para él, que sentía su deber hacer algo por aquella gente a su alrededor que se ignoraba cortésmente durante el viaje.
Debía intentar despertar algunas de esas mentes.

Titilantes, entran por la ventana, las luces de la tarde reflejándose en el techo de la habitación. Ursula, les contempla buscando diluir en ellas la molestia que le dejara la llamada de Carla, su amiga.
Cada vez le resulta más insoportable tener que oír la misma historia del “Romeo” perfecto, que al cuarto día se convierte en un “Marques de Sade”; escuchar las mismas ilusiones construidas sobre los inciertos cimientos de la superficialidad; y después, una vez destruida la fantasía, tener que consolar la tristeza de la decepción amorosa y los sueños rotos. ¿Acaso Carla, no puede pensar en otras cosas, que no sólo sean galanes y fiestas, o ropa y vestidos, o lugares de moda? Carla ha agotado su confianza en el amor, su fe en la sensatez. “¿Acaso no se da cuenta de que el mundo es extraño?”. Se pregunta. Piensa entonces que quizá la extraña es ella y no el mundo; todos parecen estar conformes con el mundo; todos excepto ella. Al descubrirlo siente las manos de la soledad intentando exprimirle los ojos.
No puede entender por qué ha permitido, tantas ocasiones, le embarquen en citas, en reacciones, en tareas y compromisos: Carla, su madre, sus hermanos, sus amigos, todos. ¿Porqué…, porqué lo ha permitido? Y, cómo sucede a menudo, sabe la respuesta aún antes de terminar de formular la pregunta. Teme, la señalen como mala persona, teme ser rechazada y sabe que por eso se deja chantajear; pero está cansada de temer. “Incluso los más fuertes tienen sus momentos de fatiga”. Había dicho Erick, citando a Nietzsche. Le duele darse cuenta ahora que todos esperan algo de ella; algo que ella no está dispuesta a ser: una chica común.
Al evocar a Erick el enojo parece menguar dentro de ella; pero las manecillas están lejos aún de la hora esperada.

Cuando descendió del vagón miró su reloj. Ya iba retrasado. Encaminó sus pasos hacia la salida de la estación del Metro. Los autos herían la cortina de agua cuando salió a la calle. Las personas corrían buscando donde guarecerse de la lluvia. Él, en cambio, echo a correr inmutable. De pronto, sus pies se detuvieron en medio de un charco donde contempló su reflejo oscilante. ¿Qué estaba haciendo ahí mojándose y corriendo como un loco? Hurgó en su memoria y aunque los motivos estaban ahí, no puedo entenderlos. No bastan los conceptos para construir el ideal, hace falta imbuirle pasión para que cobre vida. Buscó entonces pasión dentro de sí… no la encontró. La rutina le había asesinado. Las cosas, él, el proyecto no tenían sentido ahora. Siguió su camino, esta vez, caminando pausadamente bajo el peso de la ropa mojada y la amargura de sus pensamientos.
La lluvia arreció entonces convirtiendo las siluetas en sombras.

¿Qué miras si no me ves? ¿Qué piensas si no me oyes?
Detente, deja que mi fulgor te cubra..
Cierra los ojos, déjame abrírtelos.
Ponte cómodo. Estira el brazo, tócame sin tocarme. Déjate llevar.
Acalla tus pensamientos, tus quejas y razonamientos. Adormece tu mente; yo, haré el resto por ti.
Mírame. ¡Mírame!

La primera vez, hace dos meses, que lo había escuchado, su voz le pareció algo chillante y descompuesta. Demasiado expansivo y atropellado por momentos; sin embargo, había algo indescifrable, algo escurridizo, algo enredado entre la ondulación y las palabras que le hacían diferente. Ese “algo” le impidió cambiar de estación o apagar la radio.
Siguió escuchándolo cada viernes desde entonces.

¿Alguien me escucha alguna vez?, ¿alguna vez me ha escuchado alguien?
La voz ama más los oídos que los labios o los pulmones. No sería nada sin oídos.
¿Me engaño al pensar que puedo cambiar algo?
¿Vale la pena tanto esfuerzo? No tengo paga… es más, debo invertir mi dinero.
¿Qué caso tiene seguir?
Si cae un árbol en el bosque y nadie lo ve ¿sucede realmente?, ¿existió ese árbol?
¡A la chingada con todo!

Ven. Consuélate conmigo. Yo tengo lo que buscas, lo que deseas. No escuches a nadie más que a mí. Yo sé lo que debes escuchar, lo que es correcto pensar, lo que debes decir, lo que debes vestir. ¿No es eso alentador y tranquilizante?
¡Mírame!, entrégate…ámame.
¿Acaso no soy la génesis de tus deseos, el lujo de tu vida, tu oráculo y sibila?, ¿acaso no soy tu consuelo?
No luches. No sufras con tus dudas sólo mírame.

Una velada ansiedad invade a Ursula, mientras contempla la pereza del tiempo. Desea escuchar a Erick, sentirlo cerca. “Estoy aburrida”. Se justifica a sí misma, ante la amenaza que cierne la palabra amor al cruzar por sus pensamientos. “no puede ser amor, no debe ser amor”. Se repite. “Pero ¿qué otra cosa podría ser?”. Se pregunta.
El reloj marca las siete menos quince minutos.

―¿Qué pasó?, ¿porqué está todo el equipo aquí afuera mojándose?― Pregunta Erick, sorprendido y empapado, a Víctor, su compañero de transmisión y amigo.
―Nos echan a la calle estos cabrones. Descubrieron de donde transmitimos y le dieron una lana a la señora que nos rentaba, los muy ojetes ni siquiera dejaron que sacáramos las cosas cuando acabara de llover.
Erick sintió el agua que mojaba sus ropas evaporarse con mayor velocidad, haciéndolas más ligeras. Estaba furioso. ―¡Qué poca madre de cabrones!― Gritó. En una sola tarde se habían quedado sin casa y sin programa de radio.

Los minutos se acumularon después de las siete y nada, sólo el granuloso sonido de la estática. Con decepción, Ursula, suelta el sintonizador. Había sucedido al fin. Siempre había sabido que, tarde o temprano, alguien cortaría la conexión acallando la chillona y desbordada voz del locutor arengando al despertar de las conciencias, anunciando trova yucateca, o sones tzotziles en la radio libre.

¿Qué harás si renuncias a mí, si me abandonas, si no me enciendes?
¿Qué harás?... ¿Ponerte a pensar?

―Agarrate las cosas Víc; Carlos nos dejará conectarnos en su casa― ordena presuroso Erick que siente correr por sus venas una fuerza renovada, es cólera e indignación ante la impunidad y el descaro. ―No podrán con nosotros estos cabrones, alguien habrá de escucharnos alguna vez, con uno que escuche basta. ¡Apúrale güey que se mojan las cosas!

La confusión se borra. No era amor, era una invitación a cambiar las cosas, a cambiarse a si misma. Se levanta y se acerca a la ventana. A lo lejos, la lluvia azota el parque y las calles. Piensa entonces en los árboles que los relámpagos derrumban en la tormenta. Sonríe y musita: los árboles mueren de pie.
Sabía que volvería a escucharlo.
―Sí, los árboles mueren de pie; pero nunca en silencio.

Las nuevas leyes

Por: CONSTANTINO DE TÁRNAVA

Héctor desnudaba a la recepcionista que trabaja en su oficina y que se sienta exactamente enfrente de su cubículo, donde todos los días la puede observar sin que ella se de cuenta, se besaban no con amor sino con demasiada lujuria, el empezaba a bajar la mano para poder alcanzar lo que siempre había deseado cuando de repente comienza a oírse un escandaloso ruido. -Demonios¡¡¡ ¿Qué es eso?? ¿Es música? Creo que es Rock¡¡ Si, si es¡ es una rola de “Vana-nir”¡¡ Empezó a la mitad? Esta muy fuerte¡¡ - pensó. Ella retiró la mano de Héctor con un gesto de molestia por aquel escándalo que los interrumpió y se volvió a poner su tanga de Superman. Héctor despertó y el escándalo seguía a todo volumen en su radio despertador; todo exaltado, espantado, excitado y enojado estiró su brazo para terminar con esa canción que al locutor de una estación ilegal se le había ocurrido poner exactamente a las seis de la mañana, volteó a todas partes y le bajó el volumen apresuradamente ya que en esos días esa clase de música está prohibida¡¡ Sólo se podía escuchar lo que las estaciones de radio legales programaban¡¡

Héctor se masturbó para reponer su sueño interrumpido, se bañó y salió de su casa rumbo a su oficina con sus audífonos puestos, escuchaba “radio ilegal”, al pasar por enfrente de un policía tuvo que correr a una callecita para esconderse y no pasar por la inspección de radioescuchas, ya habiéndola librado pasó con el “megahertz”, tipo que le surtía música imposible de conseguir en México debido a la “Ley Radiofónica” que castigaba severamente a aquel que escuchara algo ajeno a lo que las 53 estaciones de radio concesionadas existentes pusieran (todas programaban exactamente las mismas canciones).
Llegó a su cubículo en la oficina, miró de reojo a la recepcionista y puso su radio¡ En la oficina sus compañeros no toleraban que pusiera su música “rara” y prohibida y cuando la ponía Héctor no se salvaba de que lo voltearan a ver como si fuera un mugroso cuando en las canciones decían palabras como: “desmadre”, “marihuana”, “puto”, “fuck”, “espíritu”, “conciencia”, etc. Esa misma gente no se inmuta cuando pasa en frente de una farmacia de superdescuento con unas mega bocinas a todo volumen en la calle tocando música legal con frases gritadas a todo pulmón tales como: “En donde les gusta a las mujeres¡¡¡¡¡¡¡¡” y se oyen unas voces femeninas contestando “aquí, aquí¡¡¡¡¡¡¡¡”, o a un tipo gritando acerca de una mujer que tiene “tremendo c*lo”¡¡¡¡. –La ley es muy extraña en estos días- piensa Héctor.

Se dirige al área de Recursos Humanos de donde lo mandaron llamar por medio de un correo electrónico, siempre que mandan llamar de ese Departamento no es exactamente para buenas noticias. Entra y se encuentra con la jefa de área que no pasará de los 22 años y duda que haya acabado la preparatoria, a la izquierda en un mueble se encuentra un radio tocando la ultima ley impuesta cantada por una tipa llamada “Kira-sha”, misma rola que repiten mínimo cada hora y si recorremos todas las estaciones la podemos escuchar consecutivamente 24 horas al día¡. Regañan a Héctor comentándole que no puede tener esa clase de música en las instalaciones ya que han tenido reportes por parte de la Dirección de Zona y que de seguir con esa actitud “rebelde” tendrían que proceder con la anulación de su contrato¡¡. -“Rebelde”, ya ni esa palabra tiene el mismo significado y valor que tenia antes de que llegaran las nuevas leyes- pensó.

Regresó a su lugar y apagó su radio, la compañera de al lado era una gorda de 24 años que aparentaba 34 o mas y que todo el día se la pasaba escuchando un programa con un nombre vulgar (“vos-hue”) y con una locutora a la que la gente le hablaba para preguntarle con mucha fe cual es la compatibilidad entre su signo zodiacal y el de su pareja, haciendo caso y confiando ciegamente en la respuesta de dicha mujer manipuladora de masas¡¡
Héctor por fin salió de trabajar y fue directo a recoger a su novia a la escuela, se oye ridículo pero le gustaba atorarse en el tráfico para poder poner su estación ilegal y poder escuchar su música sin que nadie se lo prohíba, solo tenia que estar al pendiente de las patrullas radiofónicas ya que las multas por no escuchar en el auto el programa “Las 40 cipales-prin” son exageradas¡¡.
Afuera de la escuela de su novia estaba una camioneta promocional de una estación de radio legal, se encontraba rodeada de “estudiantes”, señoras y gente que iba pasando y les regalaban cosas como vasos, calcomanías o botones que aventaban al aire y hasta golpes había para alcanzar el objeto¡¡ (parecía que estaban echando carne a leones con una semana sin comer). Varias quinceañeras rodeaban a un tipo que parecía ser el locutor sólo para que cuando les acercara el micrófono gritaran como desaforadas el nombre de la estación, dicho acto provocaba un espantoso sonido a través del aparato radiofónico lo cual Héctor no podía entender como no prohibían ese daño a los oídos humanos.
La novia de Héctor subió al automóvil y en cuestión de hora y media llegaron a la casa de los padres de ella, estos no le hacían mucho caso y preferían al hermanito menor debido a la clase de “porquerías” que escuchaba ella en “radio ilegal”; simplemente no lo entendían. –Esta situación en el DF ya se esta yendo demasiado lejos- se dijo Héctor.

Aproximadamente a las 10 de la noche llegó a su casa fatigado de tanta cautela que necesita tener para poder sentirse un poco libre, se lavaba los dientes cuando de repente unos golpes casi tumban su puerta¡, - Abra¡¡¡ Somos la PFR¡¡¡¡¡¡ (Policía Federal de la Radio) Tenemos orden de aprehensión para el Sr. Héctor ¡¡¡¡¡¡¡- gritaban. Entraron y con lujo de violencia lo llevaron ante un juez. Héctor fue arrestado, enjuiciado y condenado a prisión por los cargos de “promoción del antisocialismo” y “quebranto a las nuevas leyes de la Radio”.
- ¿Cuál es su nombre?¡¡-
- Héctor Wal-ko-
- ¿Como se declara?¡¡¡
- Culpable su Señoría
- Póngame aquí la fecha y siga a los oficiales¡¡
México D.F. a 10 de Noviembre del año 2006.
















Las creaciones del tiempo

Por: Trino St. Jilguero

Despiertas nuevamente cuando ya está oscuro. A través de las persianas, un escaso halo de luz se aprecia en el lado opuesto de la habitación y, sin embargo, no te permites creer que existe; tienes miedo de que sea sólo otra alucinación transitoria; sabes que es de noche y durante la noche la luz no se filtra por las ventanas. Te lames la comisura de los labios roídos por los ronquidos y la nausea. La carne ensalsada que comiste en el almuerzo te hizo mal por digerirla dormitando; sientes que el abdomen se te abomba y duele, no puedes hacer nada para evitarlo. No todavía. Tienes que esperar un poco para que el alimento pase a través de tí con sus navajas. Te enderezas en la cama y ves cómo el halo luminoso desaparece. Te acanallas al pensar que no es otro sino tu propio cerebro el que te juega bromas malintencionadas. Bromas que te mantienen inseguro en un mundo de exactitudes. Sin el fantasma de luz de tus ensoñaciones clareas la vista. En tu habitación, lo único perceptible es el sonido del radio que nunca apagas; no hay luz, ni olor, ni sabor alguno en el ambiente, tampoco estás seguro de poder sentir las sábanas biliosas y exangües que envuelven tu magracidad. Vacío perenne. Buscas a tientas los anteojos flexibles con los que te acuestas pero pierdes durante el sueño. Los encuentras entre los cojines, manipulándolos para convencerte de que estás despierto. Los colocas en tu cara, abriendo los bastones por las puntas y detectas tu cabello empapado de sudor frío y maloliente. Aún a oscuras encuentras los calzones engurruñados en el suelo y te calzas las pantuflas que trajiste del hospital. Vas hacia el baño y prendes la luz del anaquel de medicinas. Te miras en el espejo las ojeras, la barba sin rasurar, los dientes amarillos, el acné. Sabes que estás cansado aunque te acabas de levantar. No duermes; sólo consigues arrojarte al colchón en un intento por cerrar los ojos al mediodía, todos los días. Mientras cagas, no dejas de escuchar el radio -nunca dejas de hacerlo- pero te sigue doliendo demasiado el intento de pujar y terminas tragando parte de un vómito macilento y limpiando el resto con el pie descalzo. Haces nuevamente un esfuerzo en reprimir un segundo vómito y te subes los calzones que arrastras de una sola pierna. Te detienes al ver la portada de una revista que promociona habitaciones y todo un nuevo estilo de vida en Palm Springs. No sabes cómo tienes esa revista ni por que está en tu baño. A ti no te importa donde vivas mas no te disgusta aquí; es tu hoyo de rata. Es tu propia pesadilla alejada de un mundo donde también todo se marchita, ajado igual que tú. Prendes la luz del cuarto sin regresarte a apagar la del espejo e intentas con las manos secar tus calzones mojados en el piso del baño. Comienzas a tararear una canción que no está en la radio pero se repite en tu mente desde siempre; al menos, desde siempre en tus sueños. Te callas de repente cuando escuchas a la locutora pronunciar su nombre. Todo a tu alrededor desaparece. Silencio. Estás nuevamente a oscuras en un espacio imperceptible, negro y vacío. Vano. Sólo existe la voz en el radio pronunciando su nombre. Escuchas atento y detalladamente lo que dice: cosas que no sabes y algunas que sí sobre ellas y su música; mejor dicho, sobre una de ellas y su música. Pobremente conoces quién es, tampoco habrás escuchado más de tres de sus canciones pero has decidido obtener los boletos gratis para su concierto. Te serenas cuando la locutora dice que los rifará más tarde, no ahora. Por un instante la desprecias aunque no importa, no es su culpa, y es por ella que conoces las canciones y sabes su nombre y sabes dónde tocarán y es ella quien consiguió los pases especiales. En realidad, no estás molesto con ella, sino con tu enojo e impaciencia. Prendes la computadora a pesar que el estómago te jode otra vez y preferirías sepultarte en las cobijas detrás tuyo. Debes ponerte a trabajar. Además, es lo único que tienes por hacer; no quieres aburrirte y empezar con los dolores de cabeza. Maldita migraña. Te sientas frente a la computadora, inicias el programa del procesador de texto -eres escritor- y empiezas a escribir lo primero que te viene a la cabeza:

Despiertas nuevamente cuando ya está oscuro. A través de las persianas, un escaso halo de luz se aprecia en el lado opuesto de la habitación y, sin embargo, no te permites creer que existe; tienes miedo de que sea sólo otra alucinación transitoria; sabes que es de noche y durante la noche la luz no se filtra por las ventanas. Te lames la comisura de los labios roídos por los ronquidos y la nausea...

Te detienes en el punto en que sabes que lo escrito es una trampa de tu mente. Es el deja vú apóstata que te obligas a vivir todos los días. Crees que estás reviviendo tu pasado pero la música en el radio es distinta de aquella que recuerdas; como si dentro del cuarto todo fuera cíclico, repetitivo, aunque la señal del estereo sigue progresando, zanjando en tu conciencia una noción de temporalidad que lastima. Miras a tu alrededor y todo está como lo dejaste; igual pero distinto. Escribes.
...La carne ensalsada que comiste en el almuerzo te hizo mal por digerirla dormitando; sientes que el abdomen se te abomba y duele, no puedes hacer nada para evitarlo. No todavía. Tienes que esperar un poco para que el alimento pase a través de tí con sus navajas. Te enderezas en la cama y ves cómo el halo luminoso desaparece….

En efecto, el halo luminoso mana por la ventana. Lo miras y desaparece. Te tallas la vista con cuidado, para no manchar el interior de los lentes con mugre. Pero no tienes los lentes puestos. Sientes dolor. Miras hacia el baño y notas que la puerta está cerrada. Tu nunca cierras la puerta en la mañana -quieres que se oree-. Tienes deseos de ir al retrete pero presientes que ya fuiste.

…En tu habitación, lo único perceptible es el sonido del radio que nunca apagas; no hay luz, ni olor, ni sabor alguno en el ambiente, tampoco estás seguro de poder sentir las sábanas biliosas y exangües que envuelven tu magracidad. Vacío perenne. Buscas a tientas los anteojos flexibles con los que te acuestas pero pierdes durante el sueño. Los encuentras entre los cojines, manipulándolos para convencerte de que estás despierto…

Sientes que aún te envuelve el calor de las sábanas con las que duermes. Te levantas de la silla y tras una almohada encuentras tanteando tus lentes. Forcejeas para abrirlos por empezar con el bastón equivocado. Te humedeces los dedos con el cabello empapado y por alguna razón te huele a vómito. Alcanzas con una mano los calzones en el suelo, te los pasas por sobre las pantuflas y vas al baño porque quieres mojarte los dientes. El cuerpo te pesa como fardo por el cansancio y sólo alcanzas a verte los dientes, sin poder enjuagarlos, entanto te sientas con prisa en el excusado, escuchando una canción en el radio. Te distraes un momento y debido a la enfermedad terminas vomitando. Te alzas asqueado y limpias tu pie en el suelo. Te apartas rápido, subiéndote los calzones mientras caminas, por el olor. Ya en la puerta, notas una revista que jamás habías visto pero está en tu lavabo. No la hojeas, sólo quieres cerrar pronto y evitar que el tufo salga al cuarto. Te das cuenta que olvidaste apagar la luz del baño pero no vas a entrar durante un rato. Como no tienes toalla, secas los calzones mojados apretándolos con las manos. Tarareas algo y te sientas frente al teclado.

…Te callas de repente cuando escuchas a la locutora pronunciar su nombre. Todo a tu alrededor desaparece. Silencio. Estás nuevamente a oscuras en un espacio imperceptible, negro y vacío. Vano. Sólo existe la voz en el radio pronunciando su nombre. Escuchas atento y detalladamente lo que dice: cosas que no sabes y algunas que sí sobre ellas y su música; mejor dicho, sobre una de ellas y su música…

Dejas de cantar cuando anuncian su nombre y el concurso de los boletos. Todo se te nubla. Cierras los ojos y te concentras en escuchar las preguntas y mantienes el dedo en el último dígito del número de la estación. Quieres ir al concierto de Jessy Bulbo. Al principio está ocupado y desprecias que no cuelguen rápido si no saben las respuestas. Te serenas un poco cuando la locutora te contesta y sabes el nombre de las tres canciones. Ella te felicita y te pide que no cuelgues mientras te toman los datos; te enojas acomedidamente por tu impaciencia aunque no es culpa de ella. Te preguntan tu nombre, dirección y teléfono. Y tú, te jactas comentando que te sabes todo sobre Jessy Bulbo y las Ultrasónicas, pero no es cierto. En realidad, respondiste por mera suerte y acertaste. Apenas cuelgas el auricular te punza el abdomen y te das cuenta que la emoción descompuso tu estómago. Giras mirando hacia la cama y piensas en recostarte y sepultarte en tus cobijas. Temes que la agitación por ganar el pase te desencadene una cefalea. Aún así, vas nuevamente donde el radio para subir el volumen. Notas a lo lejos, por el rabillo del ojo, una luz que desaparece. Reinicias la computadora -suspendida por el tiempo que invertiste en la llamada-. Te percatas que olvidaste grabar el archivo; no lo encuentras. No importa, debes ponerte a trabajar. Además, es lo único que tienes por hacer; no quieres aburrirte y empezar con los dolores de cabeza. Maldita migraña. Te sientas frente a la computadora, inicias el programa del procesador de texto -eres escritor- y empiezas a escribir lo primero que te viene a la cabeza:

Despiertas nuevamente cuando ya está oscuro. A través de las persianas, un escaso halo de luz se aprecia en el lado opuesto de la habitación y, sin embargo, no te permites creer que existe;…