el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

viernes, noviembre 24, 2006

Después de la oficina

Por: David Sánchez Quiroz

---¡Mierda! -balbuceó Laurita al mirar que el Metro, nuevamente, se detenía más tiempo de lo debido, ahora en la estación Nativitas.
"Turulú, turulú -se escuchaba por el altoparlante- Se comunica a los amables usuarios que en unos momentos continuaremos la marcha. Por su comprensión, gracias. Turulú, turulú.
-¡Turulú, su madre! -pensó Laura y su impaciencia la obligó a descender del vagón y salir a Tlalpan, con la enjundia colgada de las cejas, para abordar un "micro", en busca de un viaje menos intermitente. Eran las 6:30 de la tarde de un lluvioso viernes de principios de septiembre y en la calle deambulaba sin rumbo fijo el bullicio de fin de semana e interactuaba con los fantasmas de nuestros próceres que, representados por nuestro lábaro patrio se erguían vanidosos en muchos autos y se posaban altivos y contra su voluntad en los escaparates de algunos establecimientos comerciales, al lado de maniquíes con aires de fastidio; muchos transeúntes, los más exagerados, llevaban el lábaro patrio en las nalgas, es decir, bordado en la bolsa trasera del pantalón, rematados con la leyenda "Soy chilango y qué güey". A Laurita estos detalles de la mexicanidad le causaban alguna gracia pero no en esos momentos de la hora "pico atrás", como ella le decía, haciendo referencia a la serie de cotidianas "torteadas" sufridas en el transporte público.
Al abordar el "micro" que la llevaría hasta la colonia El Reloj —lugar donde ella vivía— fue recibida violentamente por la ñoña y estrepitosa voz del locutor de la "Ke Buena":
—...sí cómo no amiguita, o'rita te la ponemos. Oye ¿y tienes noviooo? ¡Ay, no te creas, es una broma! -decía aquella voz de vendedor de biblias usadas, dando por hecho que su auditorio le festejaba todas sus estúpidas bromas y, después de 10 anuncios publicitarios, continuaron, en orden de aparición, una cumbia, dos chistes malísimos y una ñoñez, 10 anuncios más, otra estupidez del locutor, dos llamadas hechas por afanadoras a domicilio y una de intendencia de algún centro comercial, otros tantos anuncios, una "quebradita" y algunos "éxitos del momento" interpretados vulgarmente por cantantes tan simples como su propia imagen y tan desconocidos como su trayectoria.
Para muchos pasajeros, el hecho de viajar acompañados por esa música y con esa cantidad de decibeles, puede tener su cuota de placer, pero para una mamá rockera de la vieja guardia, oficinista de 9 a 6, soltera por convicción, y cuarentona bajo presión, esta forma de desplazarse por la vida puede paracer ofensiva.
—¡Uta! —exclamó en voz baja, al escuchar la radio, con un gesto de fastidio—, ¡Lo que me faltaba! Y así viajó estóicamente, como si estuviera oli(y)endo mierda durante todo el trayecto.
Más tarde, apareció su destino, como si fuera una persona muy querida, la cual aguardaba su llegada, que le produjo una sensación de bienestar, a pesar de sentir taladradas las orejas. Pagó de mala gana al conductor refrenando el impulso de, por lo menos, mentarle la madre, para hacerle saber a ese infeliz que su música le hacía más pesada la vida. Sin embargo, no tuvo el valor de hacerlo y se tragó, una vez más, su coraje.
—¡Siempre me pasa lo mismo! —pensaba, caminando hacia su casa, que se encontraba a tres calles de Tlalpan—. ¡No sé por qué no le pedí que le bajara al volumen! Bueno, sí sé por qué... para ahorrarme problemas con esos id... —Sus pensamientos fueron interrumpidos por la fuerza de un pequeño tsunami producido por la veloz carrera de un auto que pasó a su lado.
—¡Estúpido! ¡Pendejo! ¿Qué no te f...? —gritó Laurita, completamente fuera de sí, sacudiéndose la ofensa de la ropa e intentándo quitarse las partículas de lodo. El causante de ese atropello, por supuesto, ni se enteró. Un par de gruesas lágrimas de impotencia resbalaron por sus mejillas y, maldiciendo a todo el mundo, apresuró el paso al percatarse de que un perro, olisqueando aquí y allá, se acercaba hacia ella sospechosamente.
—Sólo falta que a este cabrón se le ocurra miarme —dijo, pensando que eso sería el colmo.
Comenzaba a caer la noche cuando llegó al edificio donde vivía y el crepúsculo daba a la calle un aspecto lúgubre y funesto, debido a la falta del servicio eléctrico: el transformador que proporcionaba la energía a ese lugar se había averiado. La lluvia, traviesa y juguetona aún resbalaba por las ventanas y los autos estacionados.
—Me lleva la ch... —exclamó nuevamente la rockera, pero inmediatamente se reprimió y trató de consolarse—: ya, ya Laus, cálmate, no seas tan grosera, ya llegaste a tu casita. Y entró al edificio. Al abrir el departamento B1-104 instintivamente llevó la mano al interruptor.
—¡Ay qué pendeja!, pero si no hay luz. ¡Qué diíta! ¡Qué pinche diíta! ¿eh? Pero, bueno ¡Home, sweet home! Trataré de calmarme. —se dijo, golpeándose levemente la mejilla.
Para tal efecto sacó una botella de tequila de la cajonera donde la guardaba celosamente "para las grandes ocasiones" y vertió el líquido en un "caballito", que ingirió de un sólo trago. La de hoy, la consideraba no sólo una "gran ocasión", sino una situación de emergencia.
—¡Aaah! —exclamó con placer, sintiendo que el delicioso líquido quemaba sus instintos asesinos y todo su interior se reconciliaba con la vida—. Ojalá a mi hijo no le haya ido tan mal como a mí —pensó e inmediatamente le envió un mensaje por su celular:
"Hola hijito ¿Cómo estás? Contéstame en cuanto puedas. No hay luz en casa. T. Q.U.CH. (Te quiero un chingo N. del E.) Múa, Múa.
Acto seguido, se metió a la ducha. El potente chorro de agua caliente que salía de la regadera, ahora conbertido en agua bendita, logró limpiar el estrés, desaparecer la ira, aniquilar los rezagos de cumbia, exorcisar la voz del locutor estúpido y desechar toda la basura adquirida gratuitamente en la calle. Al salir del baño, el buen humor de que se decía poseedora, regresó a ella, incluso le parecía que la casa, atrapada por la penumbra, relumbraba. Checó su celular. "Usted tiene un nuevo mensaje".
"Estoy bien, mamá, no te asustes. Los apagones, como la lluvia y la vida, son pasajeros. T.Q.U.CH. yo también. Al rato nos vemos. Varios múas".
—Menos mal —pensó Laurita y eso la tranquilizó más aún. David contaba con 18 años y asistía en el turno vespertino a la preparatoria No 5. Era un muchacho alegre, muy inteligente y, a decir de la madre, "tan ocurrente y guapo como su papá", al cual él sólo conocía por fotografías, pues Laura había decidido dar por muerto a Daniel, su padre, "por causas de fuerza mayor", como decía a sus amistades.
Laurita colocó algunos hielos dentro de un vaso jaibolero y sirvió otro trago, al amparo de la tenue luz de una vela; después encendió la grabadora de baterías y se recostó cómodamente en el sillón, colocando el aparato en su regazo. Ahora estaba absolutamente relajada. "Como si ya hubiera pagado mis impuestos" pensaba ella, en broma. Incluso la luz de la vela le molestaba la vista. La apartó lo más que pudo. Saboreando lentamente su tequila con refresco de toronja comenzó a sintonizar distraídamente algunas estaciones de la radio.
—A ver qué me puede ofrecer esta cosa porque, al igual que la tv, su programación es de una pobreza infinita... —dijo ella, con cierto pesar. En el entorno creado por la lánguida luz de la vela, los objetos adquirían nuevas dimensiones y proyectaban sombras inusuales, tambaleándose, lo que parecía darles vida, y eso la divirtió.
—¡Qué chistoso! —dijo simplemente y continuó sintonizando.
"...¡Dame la gasolina!, ¡Dame más gasolina!..."
—¡Uy, qué horror!, ¡Cuánta mierda! —exclamó y cambió inmediatamente, como temiendo ser contaminada nuevamente, como en el "micro".
—"...dime cuando tú, dime cuando tú vas a volver há, há... —¡Qué hueva de puto! Creo que hay muchos otros que dignifican al gremio, pero este güey es una loca insoportable que sólo nos empobrece más con sus cursilerías musicales —gritó al escuchar al "Divo de Linares", y cambió.
"...un México con futuro, una nación FUERTE para las y los jóvenes mexicanos...
—¡Idiota! —exclamó Laurita, molesta— tus hijos son los que han de estar muy seguros en tu gran rancho, cabrón... no creo que opine lo mismo la juventud del sudeste de la República ¿eh, güey? —y cambió otra vez.
"Un, dos, tres,un pasito pa´lante María..." —insultaba la radio.
—¡Qué poca madre! Este cretino de plano no tiene vergüenza —gritó desesperada — ¡Mira que cantar "Un, dos, tres, un pasito pa´lante María"! ¡Imbécil!, ¡Y además le pagan! —y continuó sintonizando, a punto de aventar el aparato contra el suelo, como si fuera una alimaña ponzoñosa.
De repente, su atención se centró en la música que acababa de sintonizar.
—¡A chingá, a chingá! —dijo muy interesada y sin poder creer lo que sus oídos escuchaban.
"I don´t like Mondays (¡Tell me why!) —cuestionaba el coro— I don´t like Mondays (¡Tell me why!) But ¡oh! they down, down, down.
Los gritos lastimeros de uno de sus cantantes favoritos la hizo levantarse de su cómoda posición, como si le hubieran pinchado las nalgas y se puso a bailar, contoneándose sabrosamente hasta colocar las palmas de las manos en el suelo, como lo hacía en los buenos tiempos con Daniel, el padre de su hijo. Al recostarse nuevamente en el sillón, los recuerdos la asaltaron y no pudo más que suspirar melancólicamente.
—Ay Danielito, —dijo, saboreando su trago— si no hubieras sido tan desmadroso...
El recuerdo de aquel gran amor ensombreció ligeramente su estado de ánimo, pero la amable voz del locutor la regresó a su placentera realidad.
—"Hemos escuchado a los Boomtown rats con la estupenda canción 'No me gustan los lunes' de su locochón cantante Bob Geldof, dedicada especialmente para Caro de parte de "ella sabe quién", en este cachondo viaje por los ochenta que hemos intitulado "Cuadrivio", conducido por su amigo y 'segura servilleta' El Angel reivindicador. Te recordamos que todos los viernes de siete a ocho de la noche estamos llegando hasta tu hogar para entregarte este Cuadrivio que incluye música, cuento, poesía y ma...rranadas permisibles por mi productor. Y hablando de poesía a ver qué te parece este fragmento de poesía que nos envía un amable radioescucha que se esconde tras el nombre de 'Arturo a secas' y el seudónimo de "Conde de Monteverdi": ...Hoteles sin huellas, bodegas frías donde la infancia se almacena, cinco heridos,/parques muertos en la sangre/cantinas chimuelas/levantadas en la orilla del olvido/templos de palabras oxidadas / fantasmas donde el hombre extraviado encuentra sus manos/y no sabe ya qué hacer con ellas. Según nos cuenta nuestro amigo el Conde, él tiene apenas 20 años y ya está haciendo sus primeros pininos en un grupo literario llamado "Literagen", allá por la colonia Roma...
Laurita escuchaba con mucha atención. El tono desenfadado y descarado del locutor, además de su propuesta radiofónica le interesó de sobremanera. En ese momento se reinició el servicio eléctrico, pero ella decidió permanecer con la misma escenografía. Había logrado adquirir cierto placer de la semioscuridad. Era un acto que pocas veces realizaba y esta vez le encontró muchos aspectos agradables. A las sombras y objetos apenas perceptibles y su caprichosa dimensión, ahora se sumaba la tenue luz que penetraba como un intruso, oculto en un haz de luz, por los extremos de las cortinas y a Laurita le parecía que estaba en un lugar tan desconocido como lúgubremente encantador.
"...Ustedes disculparán, nos tenemos que ir a un corte publicitario —continuaba el locutor—, tenemos que comer. "Pa'lo que como" ¿verdad? dirán los más entendidos. Pero no me quiero retirar sin que antes escuchen esto del maestro Neruda: 'Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía, de tu mirada emerge a veces la costa del espanto'".
— ¡Qué bonito! —exclamó Laurita, encendiendo un cigarrillo— de esa manera hasta agradecería que me cogieran, carajo.
Una vez terminados los comerciales, el programa continuaba con las suaves y cachondas notas del sax del Gato Barbieri. Entonces el locutor recitaba:
"Soledad, lava tu cuerpo con agua de las alondras y deja tu corazón en paz", Federico García Lorca.
Sin más, las exquisitas notas de un violín se esparcían por los oscuros rincones de la casa, apoderándose de la penumbra y desapareciendo todos los objetos, como un prodigioso mago invisible. Laurita estaba extasiada. Se levantó contoneándose al ritmo lento de la música y se sirvió otro trago. No lo podía creer. ¿Por qué no había sintonizado esa estación anteriormente? Tal vez porque carecía de amigos o compañeros con los mismos gustos pues en la oficina no concordaban con ella. A sus conocidos les gustaba asistir a los antros, a bailar y a esas cosas mundanas, donde la gente pretende ocultar y diseminar su soledad entre gritos, aplausos y bromas muy gastadas. A Laurita le molestaba la felicidad de los imbéciles. Ella tenía gustos muy diferentes y ahora había encontrado un programa muy agradable en la radio. Una vez más, se recostó y disfrutó de la música y de su trago. No había identificado al grupo que la tocaba, pero le gustó mucho, además de que iba antecedida por la voz sensual y varonil del locutor.
—¡Qué tal amigos!, ¡Qué bueno que continúen sintonizándonos! —dijo el Angel al finalizar la música—. Hemos escuchado una selección musical que lleva el mismo nombre del disco "Last exit to Brooklin" de los eximios Dire Straits, con el maestro Mark Knofler mostrándonos una nueva faceta. No se vayan, aún tenemos algunas sorpresas para ustedes. Gracias por sus llamadas y felicitaciones. Nuevamente nos vamos a un corte, pero antes quiero decirte a tí, hermosa mujer que me honras con tu atención que: "Tendrás un hijo más bello que los tallos de la brisa", García Lorca).
—¡Caray! —exclamó Laurita—. Si me encuentro a este angel en la calle, me lo cojo —pues el locutor la tenía sublimada. La música seleccionada cada vez la ponía más eufórtica. Cuando escuchó "Your lastest trick" de los Dire Straits, todo su cuerpo se estremeció y sintió en ese momento la necesidad de un abrazo, un apapacho, un beso tal vez e instintivamente comenzó a acariciarse sus pechos y su sexo al mismo tiempo. La mano derecha se ocupaba de la parte baja mientras que los senos estaban debidamente atendidos por una delicada mano izquierda que los toqueteaba suavemente. Sumida en la autocomplacencia, no se percató que el cigarro encendido había caído al suelo y comenzaba a consumir el tapete traído de Tlayacapan que adornaba la estancia. Sólo fue capaz de tomar conciencia después de tres orgasmos y cuando escuchó la voz del locutor que se despedía:
—Nos escuchamos el próximo viernes a la misma hora, pero quiero despedirme de ustedes con un sabroso texto de Octavio Paz: Entre las sombras que te anegan /otro rostro amanece / Y siento que a mi lado / no eres tú la que duerme, / sino la niña aquella que fuiste / y que esperaba sólo que durmieras para volver y conocerme. También les dejo, como siempre, el título de un libro y espero que les guste: "Inmaculada, o los placeres de la inocencia", de Juan García Ponce. Buenas noches. ¡Aprendieron algo, imbéciles?
—¡Qué tipazo! ¡Ni sus insultos te hacen mella! —pensó Laurita, aún temblando por la sensación orgásmica— ¿Si supiera lo que me provocó? Entonces llegó hasta su olfato el olor a artesanías en conflagración. Se levantó rápidamente y vertió el residuo de su copa sobre el tapete ardiendo, además de propinarle varios chanclazos con mucha enjundia, como si estuviera matando bichos ponzoñosos. A las 9:30 llegó David y cenaron y conversaron amigablemente. Atrás habían quedado los horribles sucesos de la tarde y aún permanecían en su memoria los agradables ratos de placer que se había autoprodigado y la agradable atmósfera que había creado.
—¿Qué crees hijo? —dijo Laurita— Te tengo una sorpresa: ya tengo novio.
—¿Otra vez? —preguntó asombrado David, sin asomo de enojo, como consintiéndola.
—Sí, es un ángel; pero esta vez es un amor platónico y tengo cita con él el próximo viernes a las ocho de la noche. Me promete un ambiente sensual, un baile a la luz de las velas y dijo que leería para mí algunas poesías de sus autores favoritos ¿No es maravilloso?
Entonces relató a su hijo la agradable tarde que había pasado escuchando la radio, aunque omitió los detalles.