el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

viernes, noviembre 24, 2006

El último latido

Por: CHAP
Esa noche parecía distinta, el cielo mostraba la profundidad de una oscuridad inesperada, las pocas estrellas que habían logrado colocarse en ella, no conseguían sino hacerla más presente. Quizá era lo absoluto de la noche o tal vez la lluvia que se empeñaba en hacerle compañía a la velada; pero existía ese algo, perceptible a mis sentidos que me impulsaba a querer salir de ese lugar, al que no podía sino ver rodeado de papeles y muebles fríos, inmóviles, ajenos a todo. Ninguna otra noche me había parecido así, pero esta en su diferencia no hacia sino colocarlos en una posición que provocaba en mí un aire que me sofocaba. Necesitaba salir, sentir la lluvia resbalando por mi rostro, por mi cuerpo, como limpiándome de todo en una especie de antesala necesaria para recibir ese algo que aquella noche me traería.
Descendí lo más presuroso que pude las escaleras de los tres pisos que separan la oficina de la puerta de entrada al edificio. Indudablemente algo pasaría, el módulo de vigilancia estaba vacío, no había nadie, parecía abandonado, eso no podría sino ser la prueba de que no me equivocaba. Don Esteban, era el vigilante que tocaba en turno, ese hombre nunca faltaba a su deber de vigilancia; tú debes recordarlo de alguna de las ocasiones que llegaste a ir a la oficina; es un hombre ya mayor pero con una fortaleza que cualquier joven anhelaría, ¿lo recuerdas?
.- Sí, claro que lo recuerdo, pero continúa ¿qué más fue lo que paso aquella noche?
Bueno, pues ya sin él y sin ningún rastro de su presencia, aquél extremo izquierdo de la entrada desalentaba a ingresar al edificio, sin embargo eso, aún podía no ser suficiente para explicar aquél segundo detalle. La puerta de la entrada se hallaba abierta de par en par; un descuido que tú bien sabes, el banco nunca perdonaría en ninguna de sus oficinas. Pero no tenía tiempo de detenerme a averiguar que pasaba, el impulso de abandonar ese sitio me consumía cada vez más.
El silencio de aquella noche, solo podía permitirse ser roto por el sonido del choque de las gotas con el asfalto. Por fin, lograba entonces cruzar ese marco de metal café que sostenía la puerta y de esa forma conseguía comenzar a sentirme fundido con la noche. De momento, mis ojos se cerraron impulsivamente ante la sensación de contacto con las gotas de lluvia que se deslizaban desde mi cabeza y recorrían mi cabello, mi rostro, siguiendo el contorno de mi cuerpo, que mi propia piel determinaba. Alguna que otra gota había logrado colarse por mi camisa para hacerme sentirla más cerca; en pocos segundos, mi peso se hallaba alterado, lo empapado que me encontraba me había aumentado como tres kilos más de los que ya tengo. La sensación de frío se iba apoderando de todo mi cuerpo, podía sentirla avanzando, mi temperatura se alteraba; las gotas deslizadas dejaban anclado su camino. Me había convertido ya, en un conducto de la lluvia, por cada parte de mí, escurrían gotas de la misma; en ese preciso instante, abrí los ojos y lleve la mirada al edificio, ese gran pilar de cemento color rojizo que se levantaba sobre la calle con sus ocho pisos. Supe entonces cuanto había logrado desconectarme verdaderamente de todo espacio y tiempo, el viento frío que acariciaba mi cara, me trasladó tan lejos que no pude lograr escuchar cuando la puerta del edificio se había cerrado a mis espaldas; era casi imposible, tan solo me hallaba tres pasos delante de ella.
Comencé a andar hacia aquél extremo izquierdo de la calle al que tantas otras noches le rehuía. El ritmo de mi andar no lo marcaban sino el sonido de contacto de mis zapatos con el piso, ese sonido se armonizaba a su vez con aquél otro de ruptura que mi pisada ejercía con el agua suspendida sobre la banqueta. Mi cuerpo se dirigía al frente, mis brazos, piernas, todo, se podían sentir sincronizados. Yo mismo, lograba sentir lo ligero y grato de mi caminar. Mi mirada por el contrario, no se fijaba a nada, se dirigía a todas direcciones, todo lo observaba, todo le sorprendía; me sentía como un niño llevado al mundo por vez primera; un niño, para el que todo es tan nuevo y atrayente, que se pierde mirándolo y encontrando formas y significados que la mayoría de las veces, la costumbre a todo y la pertenencia a nada del lado de las preocupaciones, lo vuelven imperceptible a la mirada de esos a quienes la sociedad se ha empeñado en construir bajo el adjetivo de “adultos.”
De pronto, mi mirada había encontrado una imagen en la cual no podía evitar perderse, debía detenerme o de lo contrario no estaría colocado aquí frente a ti, mi mejor y más fiel amigo, en el café de toda la vida, haciéndote participe de la experiencia más plena y lastimosa de toda mi vida. Ese auto parecía no tener freno, claro que logre salvarme de acompañar su recorrido, más no de la empapada producida por esa pequeña ola que levanto tanta velocidad, en aquél charco de esa esquina. Y me dejaras confesar que es hasta hoy que se era una esquina, pues en ese momento no sabía sino verla a ella.
.- ¿De qué formas podría ser que conseguía sumergirte tanto?
Ahora dudo de tanto, no sabría a ciencia cierta confesar si acaso eran sus formas o la disposición que yo albergaba tanto a perderme en ellas. Lo cierto es que desde esa noche ya no soy el mismo, mi vida se detuvo, todo lo sucedido a partir de ella pareciera haberlo hecho en otro tiempo no correspondido a nada; el mismo espacio se alteraba. No había más posibilidad que dejarse llevar, nada importaba sino mirarla y ser capaz de perderse en la profundidad de sus ojos, en la ternura de su mirada, Pensaras quizá que debieran ser grandes, destacados y oscuros tal vez; pero eran tan pequeños y sutiles, tan claros en su tono enmielado que hasta no sentirte abrazado por ellos sabrías valorar la posibilidad de ser en el aquí y ahora. No tenía esa mirada altiva de la indiferencia sino la mirada dulce de la complicidad de la compañía; esa mirada que requiere de dirigirse tenuemente hacia arriba para mostrarse. La delgadez de su rostro y delicadeza de su piel se fundían en una sonrisa de verdadera entrega; sus labios eran delgados no había razón para que fueran de otra forma que contrariara la sencillez de su apariencia. Una sencillez que lo trascendía todo, que no podía sino contener todos mis deseos en ella. La figura de su cuerpo delgada y ligeramente más alta que yo, podían llevarme e inventarme de una vez y para siempre, a través de sus manos. Pero no era ella un cuerpo frágil sin fuerza, contenía toda la fuerza, seguridad y decisión necesaria a mi existencia. De una forma de ser tan suelta y ligera pero precisa y certera a todo instante, que aún cuando mi ánimo no logra trasmitirte a toda ella, te aseguro que con solo verla, en tan solo unos segundos no evitarías enamorarte. Su cabello tan oscuro que........
.- Espera, antes de que continúes; ahora soy yo quien debe confesarte algo. Como bien lo dices, tú y yo hemos sido grandes amigos de esos que se logran en la infancia y se conservan y reafirman a lo largo de los años, en la cercanía y la distancia. Fieles a lo que nos une y tolerantes a lo que nos separa. Por eso es que me siento obligado a decirte, lo que seguro estoy desconoces. ¿Por qué lo hago antes de escuchar terminar tu relato? Es una explicación que podrás hallar en la intención que tengo de mostrar la certeza de lo que digo. Ya que aún por muy irreal que logre parecerte todo no es una historia que desconozca y por eso quiero pedirte que ahora seas tú quién me escuche continuarla; y sabrás juzgar lo acertado de mi conocimiento y la razón de ello.
Su cabello era tan oscuro que conseguía mezclarse con la noche y transmitir esa sensación de profundidad sobre la que habrías de caer para ser envuelto en su suavidad. Sentir su caricia entre los dedos; respirar su aroma dulce exaltado por la humedad. A esa y no otra mujer, es a quién yo conocí hace tiempo; y de igual forma que a ti logró captar mis pensamientos. Durante largo tiempo la observe, no puede fijarme en más nada; si yo nací fue para ella, para admirarla, desearla, tenerla. Lo único que había logra saber era que trabajaba en una oficina de seguridad; pero un día la fortuna me favoreció, la suerte creí saldaba una deuda anterior y fuimos presentados. Era tan maravillosa, inteligente, precisa, hermosa, sencillamente fascinante; tenerla cerca trastocaba todo. Y no sé si me entenderás o es que quizá no debas atender a tanta melancolía, pero te puedo jurar que probé la gloria con sabor a desgracia; y si algo me pertenecía se ha ido con ella. Cuan malo pudo haber sido amarla tanto, no lo sé; pero cierto es que siempre recordaré esa noche en que logre fundirla entre mis brazos. Sin embargo algo había que escondía, llamadas por la noche, y ese lugar que tanto rondaba, nunca me atreví a entrar y comprobar ahí sin más lo que en demasía me atormentaba. Yo le había dado todo de mí; cuanto tenía y cuanto me hubiera prometido el destino; pero ella parecía no sentir, no vivir. Y sus palabras que aún retumban en mi cabeza; su insistencia en mentir, en hacerme vivir una realidad que no existía ni existirá nunca más. Puedo sentirla, imaginarla, te juro que aún la amo. Aquella noche que la viste habíamos tenido un encuentro; ella se empeñaba en seguir mintiendo, y te juro que la vida se me esta consumiendo; no lo puedo parar ya; si tan solo no me hubiera sido tan necesaria, si no me faltara tanto; si tan solo me dejara de doler. Tenía que salir de ahí, y así lo hice; mis manos temblaban, el corazón se me escapaba, cada ves el ritmo se iba acelerando; las heridas se abren y se anclan en mi cuerpo, si alguna ves haz sentido miedo a perder lo que tanto amas cuando lo estas viendo alejarse, podrás imaginar lo que digo. Lo lamento tanto y pensar que ahora solo en lágrimas la tengo; no sé como pude jalar ese gatillo; su cuerpo tan tierno cayendo, no deja de abarcar mis pensamientos. La amaba tanto y la maté. Pensar que me falta tanto y ahora esta muerta.