el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

viernes, noviembre 24, 2006

En venta

Por: Lic. Cástulo

Se vende aparato de radio antiguo.
Reliquia de familia con alto valor estimativo. Excelente estado, con grandes botones dorados, base de madera rectangular y acabado en punta de flecha. Nunca usado.....

Fue en octubre de 1947, cuando mi abuelo Diego Cástulo, en plenitud de fuerzas condujo por cuarta vez en su vida una carreta de Villa Flores hacia Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas, para vender la cosecha de maíz que ese año fue especialmente abundante. Eran tres días de camino que a paso lento se recorría pensando la vida, tragando polvo, imaginando proyectos imposibles y rezando a San Cristóbal y a la Virgen, para que el viaje fuera en paz y el negocio de la venta fuera favorable.

Mi abuelo llegó a vivir a Villa Flores cuando tenía unos nueve años. Apareció un día por el camino que venía del Triunfo, pidiendo de comer y explicando que había escapado de su casa, por que su madre le pegaba mucho, y por que lo hacía repetir el rosario hincado sobre granos de maíz y frijol, con la explicación de que sólo así diosito le perdonaría tanta travesura diaria inspirada por el demonio que de seguro lo había poseído.

Mi abuelo fue acogido por una familia que además de enviarlo a la escuela le enseño el oficio de agricultor. Se esperaba que con las referencias que él mismo presentó, fuera un niño problemático y desobediente; si bien nunca obtuvo buenas calificaciones y sólo estudió hasta el cuarto año de primaria, poco a poco se fue ganando la estima de la comunidad por su carácter desprendido, servicial y afectuoso, se convirtió en un hombre cumplidor y honrado, a quien siendo aún muy joven, se le encargó la educación de otros niños que fueron disciplinados con un trato rígido.

Fue a finales de septiembre de 1947, cuando planeaba el cuarto viaje de su vida hacia la Capital, que un grupo de vecinos en nombre de todo el pueblo le hizo la entrega de $50 pesos de aquel entonces, y del compromiso de comprar un aparato de radio que sirviera a la comunidad para enterarse de lo que pasaba en el mundo, para escuchar la música de moda y organizar algunos bailes domingueros.

Pensando en la historia de su vida, y ensoñado con la encomienda que llevaba, los tres días de viaje se le fueron rápido. Llegó a Tuxtla Gutiérrez en una noche lluviosa del 19 octubre, y durmió en una galera en las afueras de la ciudad. A las 4 de la mañana ya estaba pesando su maíz en las bodegas de gobierno, y concretó la venta a las 8 de la mañana. Cuando vio las ganancias supo que podría realizar más proyectos de los que había pensado. Dedicó el resto del día a comprar telas, medicinas, un sombrero, huaraches y a regatear por una silla de montar que pensaba usar en un caballo que todavía no era suyo. A las cuatro de la tarde se comió unos tacos en el mercado central, y a las 4:30 entró finalmente a la única tienda que vendía aparatos de radio de todo el estado. Sintió que le sudaban las manos por el ansia de saberse responsable de una compra que beneficiaría a todo su pueblo.

El encargado de la tienda tardó varios minutos en atenderlo, a pesar de que nadie más estaba en la tienda, y con voz cortante le explicó que sólo había tres aparatos disponibles en ese momento. El primero era cuadrado, pintado de blanco y con una pancita en el lomo, costaba $48 pesos; el segundo era un poco más grande, también cuadrado y de madera barnizada, dos delgadas líneas doradas adornaban su perímetro, el precio de $50 pesos según el vendedor, era por tener más capacidad de recepción. Pero el que atrajo su mirada desde el principio fue el tercero, el de forma triangular, el que se parecía a la torre de una iglesia, el más grande y con enormes botones dorados, el que costaba $55 pesos por que captaba estaciones de Guatemala y de la ciudad de México, por que era de roble macizo y por que en sí mismo era una obra de arte.

No lo pensó mucho, había ganado más dinero del que esperaba tener ese año, se convenció a sí mismo de que pondría lo que faltaba en agradecimiento a la población por la confianza que le había tenido. A las 5:30 de la tarde tenía empacada en su carreta el primer aparato de radio que llegaría a Villa Flores, y emprendió el camino de regreso con la mente centrada en realizar su entrega y en fantasear con la población reunida para escuchar la radio, sonrientes e iluminados con las llamas de antorchas de ocote.

Fue una imagen reveladora que le encogió el corazón y le provocó un profundo dolor de estómago, recorrió varios cientos de metros con la boca abierta tratando de jalar aire y los ojos a punto de escaparse de sus órbitas. Se imaginó la ansiosa espera de sus paisanos, la cara de los niños sentados en la loma para apostar quien era el primero en verlo de regreso, y la mirada de las mujeres que fueran a lavar al río, quien entre tallada y tallada hurgarían en el horizonte la llegada del buen Dieguito, en su buena carreta y con el buen aparatazo de radio, que no podría encenderse por que la electricidad no había llegado a Villa Flores.

Cuando la población vio llegar a mi abuelo con el rostro pálido y desencajado, creyó entender que la compra no se había realizado. Algunos corazones pensaron que mi abuelo había perdido el dinero en su primer borrachera, otros sintieron la congoja del presentimiento de un asalto y los menos que no supieron qué pensar, ni sentir, ni imaginar, sino que seguirían sin conocer el sonido de la radio, pero todos estaban seguros de algo andaba mal con el dichoso encargo.

Con movimientos lentos mi abuelo se bajó de la carreta, que rápidamente fue rodeada por la gente del pueblo. Un niño con una pequeña mesa en las manos surgió de entre las piernas de los adultos, y la colocó para que se expusiera de inmediato la nueva adquisición. Acorde con su carácter, mi abuelo rindió una cuenta pormenorizada del proceso de selección del aparato y del uso que se había dado al dinero, e hizo circular la factura de compra. Los rostros de los presentes querían emitir una sonrisa, pero sabían que algo no andaba bien, mi abuelo titubeaba y tartamudeaba con cada frase. Sentía la expectación de todos y el sudor le resbalaba bajo el sombrero nuevo, hasta que no pudo más con su conciencia y les recordó la falta de electricidad en el pueblo.

Nadie emitió un sonido por varios minutos. Se dispersaron con la cabeza baja, murmurando agradecimientos por las molestias causadas, y uno de los más ancianos le dio a mi abuelo el encargo de cuidar el aparato hasta que el gobierno los bendijera con la llegada de un cable eléctrico. La voz de una señora emitió un pensamiento común:

-Ahhh, ¿Es con luz que se prende la cosa?

Mi abuelo no pudo dormir varias noches por el remordimiento de haber sido él quien realizara la compra de la radio, por haberse dejado cegar igual que todos por el entusiasmo y por no haber pensado en ese pequeño detalle que hacía inútil cualquier compra de cualquier aparato que necesitara electricidad.

Casualmente, fue durante un sueño que le vino a la mente la posible solución al problema. El Gobernador le había regalado un tractor al pueblo, y ese tractor usaba una batería que alguna vez escuchó que era energía eléctrica. ¿Qué pasaría si conectaban la batería a los cables del aparato de radio?

El domingo siguiente expuso su razonamiento ante una asamblea general, que decidió a un tiempo no escuchar la recomendación de preguntarle a algún ingeniero sobre el asunto y que inmediatamente se llevará el tractor y la radio al centro de la plaza del pueblo. Ese mismo día se echaría a andar el nuevo aparato para beneplácito de toda la población.

El pueblo entero se volvió a reunir alrededor de mi abuelo y de la radio. Echaron a andar el tractor y conectaron a la batería dos cables sacados de quién sabe dónde, mi abuelo dudó qué cable del tractor debería conectarse con qué cable de la radio, varios emitieron una opinión y mi abuelo acató lo que dijo la mayoría. Respiró hondo y con calma pero con decisión, juntó los cables tomándolos entre sus dedos.

Fue la primera vez que todos los presentes escucharon y vieron el chispazo provocado por un corto circuito. La radio nunca funcionó y fue donada como un recuerdo para mi abuelo, quien tardó más de dos horas en recuperarse de la descarga que lo dejó semiinconsciente, con quemaduras en las manos y el cuerpo acalambrado.


...Interesados favor de comunicarse al teléfono 8 3848 entre las 4 y 6 de la tarde con el Lic. Cástulo. Precio a negociar.