el pinacate

Qué me cuentas y otros cuentos...

viernes, noviembre 24, 2006

Frecuentable

Por: Rolando Deschaund de Gilead.

Llegados al parque la niña salió corriendo, riendo alegremente, trinando como un pájaro mientras su vestido rosa con encajes se agitaba al viento, como alas de angel.
Los niños la siguieron mientras enredaban sus propios brazos uno con el otro, jugando.
La pelota, roja, salió rebotando casi atrapada por las manecillas de la chiquilla. Junto a un columpio en cuyo suelo se presentaban dos líneas de desgastada y polvosa tierra, producto del constante uso de los pequeños pies de los chiquillos.
Los árboles dejaban traspasar los rayos de sol que atravesaban el follaje y las hojas verdes de las altas copas de los árboles de fresno que poblaban el lugar como un pequeño bosquecillo.
¡Mira, mira esto Paulo! – gritó la niña mientras señalaba un hormigón de color negro situado sobre una pequeña zona de pasto verde y tierra remojada y lodosa por debajo.
La hormiga era enorme, del tamaño de la mitad de la mitad de la uña del dedo pequeño de la niña. Se movía por encima del pasto verde de un lado para otro en el mismo lugar, como indeciso o como si hubiera perdido algo, después se movía hacia adelante tocando con las antenas una piedrecilla por aquí o palpando una brizna de césped velludo y verdoso.
Los niños arrodillados frente a su espectáculo miraban fijamente el objeto de su atención. Uno de ellos, Marcos, extendió un dedo, como temeroso para tratar de tocarlo y descubrir “algo”.
La niña, acuclillada y con el borde de la faldita blanco-rosado acariciando el lodo, estaba frente a la hormiga a dos pasos de distancia mirando muy atenta y con asombro o expectación lo que hacia su hermano. Con las manos apoyadas en sus piernas este extendió el dedo y toco el barro por debajo del pasto, a buena distancia de la hormiga, falló.
Volvió a intentarlo y enterró el dedo nuevamente en el césped humedecido.
Falló nuevamente.
Temeroso de tocarlo lo intentó una ves mas, el dedo se colocó, como si tuviera vida propia por detrás de la hormiga, sin alcanzarlo.
Y volvió a fallar.
La pelota roja se detuvo en uno de los barrotes que sostenían el columpio y se quedo ahí.
Rebeca la vio y se levantó corriendo para atraparla, riendo alegremente como pequeñas campanas de sonido cristalino.
Paúl y Marcos la vieron y fueron tras ella y se unieron al juego.
La hermana llegó casi a trompicones junto a la pelota, agachándose para tomarla con las manos mientras sus zapatitos negros paleaban y se enterraban en el polvo suelto del columpio descolorido y familiar.
Levantó la pelota con su brazo y torpemente la lanzó hacia fuera. Los hermanos corrieron lo más rápido que les permitieron ellos mismos, Paúl sintió que corría vertiginoso mientras el viento acariciaba su rostro, se encontraba excitado.
Patearon la pelota y los árboles de fresno, añejos y vivos los rodeaban.
Marcos lo levanto con las manos y se lo lanzó a Paúl, este lo pateo hacia Rebeca mientras los rizos del suave cabello de ella se agitaban y se libraba poco a poco de su propio peinado.
Reían y se sonreían y sus ojos se mostraban llenos de vida.
Alguien la pateo y fue a dar en las raíces de un árbol que la recibió, afectuoso y con los brazos abiertos.
Un sonido, un trinído se escuchaba en las ramas más altas.
Rebeca fue la primera que lo escucho, se levanto de puntillas mientras se apoyaba y arañaba delicadamente, sin querer, la corteza del viejo árbol de fresno verde que se desprendía intencionalmente, tratando de alcanzar a escuchar mejor.
-¿Qué es lo que haces?- preguntó Marco.
-¿Qué es eso?- respondió
-No se, ¡es el viento!- Dijo Paúl y se puso muy atento observando hacia otra dirección a través del aire.
-¡No!- Insistió – esa como música – escuchó - es como una canción -
-Haber, déjame ver – dijo Paúl y se acerco y se apoyo en la espalda de su hermano para escuchar mejor.
-¡Ah, ya se! Es un pájaro – Fue la respuesta sin haber alcanzado a escuchar el sonido de Rebeca.
-Si, es un pajarito – dijo – pero ¿en donde está? –
Y entre los tres empezaron a buscar el origen de eso.
Uno miro entre las ramas y solo vio los puntos de luz y la claridad del sol hasta arriba, en la punta y entre los árboles. Dijo que allí los escuchaba y que estaba en ese lugar.
No era por acá, cerca de la rama mas larga, en su punta, que casi podía alcanzar, aunque
saltando lo intentaba.
No pudo oírlo...luego lo escucho, pero no pudo verlo y no lo encontró.
Se fueron acercando uno a otro mientras lo buscaban, interesadísimos, hasta quedar debajo de una rama, la más baja del árbol, pero la más alta de entre los hermanos.
Rebeca señalaba al mismo tiempo que Paúl miraba hacia el mismo lugar y Marco – Si allí está – decía.
Paúl quedo vigilando la rama señalada, mientras Marco se agachaba y Rebeca se apoyaba en su espalda estirando sus brazos hasta alcanzar el lugar predestinado.
Se apoyo en el tronco con sus zapatos, resbalando y desprendiendo ligeros trocitos de corteza de fresno, mientras este toleraba pacientemente con sencillez las incursiones de sus pequeños visitantes.
Apoyándose en la corteza y en su vestido se encaramo haciendo funcionar sus inquietos músculos una vez mas.

Por fin se puso de pie, sobre el tronco horizontal, apoyando su espalda en el árbol, mientras sus ojos, abiertos por la emoción, observaban hacia el verdoso mar de hojas y ramas que se entremezclaban y formaban un tamiz de colores y tonalidades verdes que pintor alguno igualara.
Sus cabellos estaban alborotados y esponjados y su ropita algo sucia.
Marco la miraba con ojos muy abiertos y la cabeza echada totalmente hacia atrás, igual de asombrado que Paúl que hacia otro tanto.
Bien ya esta, ahora un paso tras otro, para llegar.
Pero vio que era muy complicado, con un solo paso y ya , hasta allí llegar.
Apoyándose en el árbol se agacho y levantando la faldita desgastada, que le estorbaba, por arriba de sus rodillas se apoyó en el tronco y empezó a gatear fácilmente, mientras desprendía una que otra ramita y otra corteza mas.
A Marco y a Paúl principalmente, pues era el que miraba justo por debajo del lugar señalado y siguiendo el camino de ella, les caían los objetos señalados en sus regordetas caritas sin molestia ni estorbo, pues miraban con expectación y asombro el transcurso de su hermana.
Nada más emocionante que caminar por ese angosto tronco, pero grueso a la vez. Algo emocionante cada vez que Rebeca miraba alguna zona acabada de descortezar, maravillada con sus formas y dibujos en la seca superficie. La emoción del lugar, confundida entre las hojas y arropada y protegida debajo de su follaje.
Se acercó un poco más.
Paúl brincaba sobre la alfombra de hojas secas y de tonalidades café, tan enriquecido como la variedad sobre los árboles, mientras columnas de luz de múltiples intensidades los rodeaban a ellos y al árbol y señalaba emocionado el lugar, un poco mas adelante.
Se detuvo al final de la rama que se flexionaba y se dividía en dos en cuya horquilla se encontraba el nido, el nido de pájaros, tejido y entrelazado de ramitas, pelusas, plumas y demás cosas “hilósas”, formando un verdadero tesoro de curiosidades naturales y de cuyo interior salían los sonidos musicales y acuosos. Los trinos de los pájaros, los trinos de los pajaritos, las crías que estiraban sus cabecitas calvas y rosadas, sus pequeños ojos como dos pequeñas ampollitas de interior oscuro sin abrir aún y los picos, las dos cosas más grandes, respecto al tamaño de la cosa de donde procedían, que Rebeca hubiera visto que se mantuvieran de esa manera. Dos líneas en forma de bolsitas de un color amarillo brillante, como oro o como las palomitas de mantequilla pero con aún más mantequilla. Y los picos, dos cositas triangulares de color amarillo rojizo brillante abriéndose tan grande que parecía podían comerse cualquier cosa que pasara por sus bocas.
Rebeca quedo extasiada mirando aquella pasmosa y admirable expresión vital, era algo mágico. Toda la importancia del mundo se enfocaba centrándose en ellos. Y los propios actos de los pajaritos expelían una relevancia inalcanzable por cualquier otra cosa existente en ese instante y en ese momento de la vida de Rebeca. Quedo inmóvil con los ojos brillantes y maravillada, abriéndolos completamente dejando ver el color miel castaño de sus luminosos ojos. Apoyando las manos en el tronco accesible y amable, seco y descortezado, sus piernas recargadas, su cabello alborotado y su vestido rosa con encajes adelgazado protegiéndola.
En ese instante la mamá pájaro, así pensó Rebeca que era, llegó aleteando entre el follaje y la cúpula verde resguradable, llevando algo en su pico. Las plumas, pudo verlo, eran de coloración café oscuro silvestre y algunos trazos grises, también silvestres.
Aterrizo en un hueco libre en su nido y dio unos cuantos pasitos diminutos, como brinquitos, imperceptibles prácticamente, de no ser por la concentración con que ella veía.
Los pajaritos percibieron su presencia y moviendo sus rosadas y desnudas alas ligeramente, estirando aún más su pellejudo y delicado cuello y abriendo y trinando con notas agudas y constantes todavía aún más.
Rebeca extasiada, profundamente emocionada no se atrevía a mover un solo pelo.
La pájara se acercó y entregó su valiosa carga en la boca de una de las crías, este rápidamente y como un rayo lo engullo apetitosa y vorazmente. En un segundo desapareció, como si no hubiera sucedido nada.
La pájara, la mamá, movió la diminuta cabeza hacia un lado para, seguramente, observar mejor con uno de sus ojillos color miel y seguidamente volvió a entregarles algo más que fácilmente no se pudo apreciar. Volvió a dar algo más a su segundo hijo y no volvió a hacerlo, quedando y piando fuertemente sobre su nido, brincando ligeramente en su interior hacia un lado u otro.
- ¿Qué ves? ¿Qué ves? – quiso saber Paúl que la miraba desde abajo brincando y levantando los brazos. Al escuchar, indudablemente, el nuevo revuelo en el canto avestral.
La hermana volteo a señalarle con el dedo entre los labios para que guardara silencio, en ese instante su brazo con el que se sostenía cedió algo de apoyo y resbaló...
El pájaro, sorprendido levantó el vuelo silenciosa con suavidad y rapidez sencillamente.
Rebeca permaneció sostenida con sus dos manos apretando la parte del tronco seco descortezado, resbalando, mientras Paúl, iluminado por la luz del sol que lo rodeaba con sus reflejos, extendía los brazos para atraparla y Marco se acercaba corriendo el breve trecho que lo separaba de su hermano, pisando y haciendo crujir el mullido suelo tapizado de hojas secas colocadas unas sobre otras artesanalmente.
Y cayó...resbaló y cayó, debió haber sentido un vacío en el estómago solo por un instante, pero lo que sucedió es que fue recibida por sus hermanos que la sostuvieron y la amortiguaron.
Todos cayeron al suelo esponjoso y se rieron, estallaron en risas francas y alegres, agudos sonidos de trinos acompasados que acompañaban sus alegrías y alimentaban con sus cantos al viento que los rodeaba y se llevaba sus sonidos en un vuelo suave y ligero hacia todas partes.
Y se levantaron y se rieron, fue algo inigualable, la emoción, la belleza y se rieron y la experiencia fue muy emocionante, la excitación sentida fue de una gran corriente de éxtasis vital nunca antes y siempre presente, sensación experimentada.
Y se escucharon unos pasos, distintos, pausados, acompasados, que se acercaban para asegurarse de que estaban bien.
Y sonriendo entre ellos y riendo alegremente dejando ver sus blancos dientes se fueron retirando.
Lo maravilloso que había sido permaneció, suspendido entre la horquilla de la segura rama del árbol, lo mas importante y la atención más expectante permanecía, trinando, llamando a los sonidos de su entorno, anunciando su relevancia al mundo, la importancia de su existencia, de su necesidad y vital coherencia.
Y siguieron así, trinando y llamando, en una canción constante de vida, que lo inundaba todo, anunciando con su sonido, cada vez más fuerte, para que las hojas verdes, todo lo vivo y cualquier cosa, los árboles de fresno, los escucharan.
Y piaron aún más fuerte.
Ya era hora de regresar, ya era hora de retirarse y yéndose mientras los tomaban de las manos. Y voltearon y Rebeca volteó y miraron una vez mas aquello que los extasió, que los entusiasmo.
Algo muy importante que los maravillo.